Música clásica desde 1929

Editorial

Deprisa, deprisa…
Octubre 2015 - Núm. 889

Deprisa, deprisa…

La sociedad avanza a velocidad de vértigo; casi todo debe ser inmediato; las cosas se piden, se demandan, para ya, para el mismo instante; la información, los servicios o los productos se desarrollan y fabrican bajo la esclavitud del tiempo; lo de ayer ya no sirve, se necesitan más y más cosas nuevas; tenemos la necesidad de conocer, ya, lo que nos va a deparar el mañana… Y todo ello es, por supuesto, aplicable al mundo de la cultura, tanto para los consumidores como para los creadores y la industria. Hay, naturalmente, excepciones, pero la sociedad, en general, se desliza por la autopista de la vida a una velocidad de vértigo que, en muchas ocasiones, nos impide disfrutar de las cosas que tenemos, porque no hacemos más que pensar en lo nuevo; en lo que está por venir.

¿Es el mundo de la promoción musical ajeno a todo esto? Más bien al contrario: el éxito se mide por el mayor volumen de productos culturales en distintas unidades de tiempo: semanas, meses, temporadas; hablamos con admiración de tal o cual gestor cultural por la enorme cantidad de espectáculos que es capaz de presentar en una única temporada; los elogios fluyen ante programaciones que desbordan en número lo nunca antes imaginable. Es decir, la música y la cultura han entrado también de lleno en la competitividad de los números absolutos en el tiempo, y, solo una vez superada la prueba de los números, nos paramos a analizar con serenidad la oferta, su interés cultural, su oportunidad social: las estadísticas de los números priman sobre el análisis de los productos que se ofrecen. ¿Realmente esta masificación de la oferta musical está creando un tejido social más culto? ¿Realmente estamos creando más aficionados a la música, nos tendríamos que preguntar nosotros? ¿O, quizá, solamente tengamos un público ocasional que vive muy deprisa?

Las revistas y periódicos impresos no pueden, por la imposibilidad física de sus medios y herramientas (periodicidad, número de páginas, formato físico, etc.), plasmar un gran volumen de datos en sus páginas, lo que les lleva a la selección y el análisis de temas. Pero crean (creamos) así medios útiles para ese lector que desea disfrutar de la información seleccionada y filtrada bajo el prisma de una cabecera editorial (de pago), para de alguna manera alejarse, aunque solo sea por un momento, del virus de la velocidad. Pero si tras ese primer momento (de lucidez para algunos, de letargo para otros) a la información se le quita el corsé del papel, y su desarrollo se realiza en Internet, entramos de lleno en la vorágine de la velocidad, de la inmediatez y del volumen incontrolado de datos, produciendo miles de noticias que llegan al receptor como una lluvia torrencial: Y, claro, las más de las veces, gratis. ¿Los aficionados pueden demandar tanta noticia músico-cultural como Internet produce cada día? ¿O es que quizá solamente tengamos un público ocasional que vive muy deprisa?

¿Y las grabaciones audiovisuales? ¿Qué papel juegan en este relato? El aficionado siempre ha deseado disfrutar de la música sin las limitaciones temporales del concierto en vivo: por eso nacieron las firmas discográficas. Al igual que las revistas especializadas, las compañías discográficas regularon y filtraron bajo el prisma de tal o cual sello todas sus producciones, marcando niveles de calidad técnica y artística y volúmenes de edición en función de la demanda del mercado. Internet entró, como elefante en cacharrería, en el mundo de las grabaciones musicales, y los sellos no supieron reaccionar comercialmente a tiempo. El resultado es un volumen descontrolado de grabaciones audiovisuales que se ofrecen por todos los rincones de la Red, mayoritariamente gratis, y bajo una oferta que incluye buena velocidad de bajada, un gran volumen de material (casi todas las grabaciones están disponibles), gran calidad de reproducción (HD en muchos casos) y potentes herramientas de búsqueda para encontrar todo fácilmente. ¿Hay demanda de aficionados para tanta oferta musical “online”? ¿O, quizá, solamente tengamos un público ocasional que vive muy deprisa?

Y por último están los teléfonos móviles. Como incluso han de reconocer aquellos que ven en ello un pozo de “infracultura”, nos encontramos con que la vida del ciudadano está ya centrada alrededor de un terminal telefónico móvil, que evidentemente incluye toda la información musical habida y por haber. “Mi reino por un caballo”, reclamaba Ricardo III en plena soledad del final de la batalla (perdida) y antes de morir: “Mi reino por un Smartphone”, acabaremos pidiendo todos los que en este campo la tenemos ya definitivamente perdida. Y es que en esos aparatos maravillosamente infernales está todo, para que así todos sepan de todo; para que cualquier duda en una conversación de café sea consultada y resuelta de inmediato. Pero también para que en las casas ya no haya un centro de información y consumo cultural único, como la TV, la radio o el equipo HiFi, sino tantos como teléfonos móviles inteligentes tengan los habitantes del lugar, desde los que se pueda escuchar la música, a través de pequeños auriculares (de alta calidad, eso sí), incrustados en los oídos de cada uno; para que, en fin, la música la escuche uno mismo, en la soledad, sin compartirla; y, por supuesto, siempre desde Internet (pagando o no; la mayor de las veces en nuestro país, sin pagar).

¿Está nuestra sociedad preparada para tal aluvión de música, cuya escucha no tiene tutoría alguna? ¿O, quizá, solamente tengamos un público ocasional que vive muy deprisa?

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