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Editorial

Abusos y violencia de género en la música
Octubre 2019 - Núm. 933

Abusos y violencia de género en la música

El movimiento #metoo, nacido en octubre de 2017 para denunciar la agresión sexual y el acoso, a raíz de las acusaciones contra el productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein, ha estimulado a diversas víctimas y medios de comunicación internacionales a destapar situaciones de abuso de género en el mundo de la música, un mundo más pequeño, y por lo tanto “discreto”, que el de la gran pantalla, pero en el que el poder masculino ha sido implacable.

En este ámbito de la música, y nos centramos en la clásica, el poder ha estado históricamente en manos del hombre. La creación de las obras, su dirección, interpretación y desarrollo en escena han sido labores del sexo masculino, salvo destacadas excepciones de las que ya hemos hablado desde esta misma página editorial y en distintos artículos y secciones de nuestra revista.

A efectos de puntualización histórica, habría que indicar que el abuso y la violencia de género han estado muy presentes en gran número de creaciones operísticas. Veamos algunos ejemplos. En La Traviata, los derechos de la protagonista, Violetta, son pisoteados por la sociedad del momento; Carmen, en su ópera homónima, es asesinada por “su hombre”; en Madama Butterfly ella misma es la primera en “aceptar” sumisamente el destino que una sociedad machista y colonial le impone; Marie es asesinada en Wozzeck; o la violación de otra Marie, en Die Soldaten. En estos y en otros muchos campos de la creación humana, el maltrato, la dominación y la violencia contra las mujeres han sido el guión dramático de un gran número de sus textos, en donde la mujer es reverenciada por amor y finalmente poseída por la fuerza. Obras crueles y machistas, pero indudablemente hermosas que, en todo caso, no es óbice para que a día de hoy sigan estando en lo más alto. Eso no se discute.

La necesidad y el deseo del hombre por la mujer, por su supremacía, han creado, crean y crearán situaciones de pasión y excesos que, en numerosos casos, son la semilla de las grandes obras artísticas y musicales, teniendo por desenlace final el abuso o la violencia de género, que en las sociedades del pasado quizá fueran consentidos, pero ahora, inmersos en los nuevos movimientos de igualdad, están en el ojo del huracán.

Los logros de la equiparación de los derechos entre el hombre y la mujer van en paralelo con el desarrollo cultural de la sociedad. De dicho paralelismo participa también la música, pues ya se ha visto que en la sociedad occidental del siglo XXI, una sociedad que disfruta de las mayores cotas de desarrollo intelectual colectivo, la defensa de los derechos de la mujer está siendo bandera a todos los niveles y, especialmente, en el mundo de  las artes, mundo en el que la figura de la mujer ha sido tratada históricamente como un icono, anclado básicamente en su belleza y sumisión, pero ignorando o ninguneando el resto de sus valores (en nuestra sección “Las Musas” tenemos mensualmente una ventana abierta a la mujer en el arte, como creadora, no como inspiradora del hombre creador).

En los últimos tiempos han saltado a la opinión pública situaciones de abuso y violencia de género en la familia de la música clásica, representada en estos días en la mediática y torrencial figura de Plácido Domingo, además de los casos de Daniele Gatti o James Levine, entre otros. Aquellos que se han aprovechado en el pasado de la tolerancia, pasividad social y sumisión obligada de víctimas y entorno, se encuentran ahora ante situaciones comprometidas de las que deberán dar explicaciones ante la sociedad y, sobre todo, ante la justicia, atendiendo las demandas de las víctimas que se vieron obligadas a callar en muchos casos para defender sus carreras ante el poderoso dominador. Pero hasta que no se demuestre su culpabilidad, tienen derecho a la presunción de inocencia.

Los usos y las formas de la sociedad del siglo XXI no tienen nada que ver con los del siglo XX y anteriores, está claro, pero el abuso y la violencia de género, desde una posición superior, sea cual sea el colectivo maltratado, hoy no es disculpable bajo concepto alguno, ni siquiera aludiendo a la tolerancia de épocas pasadas. La justicia debe actuar sin reparos y dilaciones, aplicando el peso de la ley a todos aquellos que se han valido de su posición de poder y hegemonía social y laboral, para forzar comportamientos no consentidos y hasta ahora silenciados.

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