Música clásica desde 1929

Editorial

Beethoven: el penúltimo relator
Enero 2020 - Núm. 936

Beethoven: el penúltimo relator

Beethoven. 250 años ya. La de cosas que le han sucedido a la música desde su nacimiento. Y a la gente. A la música, lentas agonías en un proceso de evolución, a veces de destrucción, y posteriores nuevos alumbramientos en complejos relatos fuertemente retroalimentados; a la gente, no menos violentas vicisitudes, en historias de aniquilación ideológica y física, y un nuevo renacimiento de las causas, de las causas perdidas y luego nuevamente ganadas.

A la música y a la vida. Desde el Beethoven alumbrado, que ahora celebramos,  hasta el desaparecido de 1827, convertido ya en un dios, como ejemplo para el  individuo que lucha por alcanzar de una vez su merecida dignidad. A todo. Le ha sucedido a todo. Y a todos. A la propia historia. Y, por supuesto también a Beethoven mismo, que, desde hace 250 años, ha seguido, impávido, como una mole de granito parlante, asomándose a nuestras vidas. Primero, en vida; luego, muerto.

El factor tiempo es determinante en el desarrollo y la evolución de la existencia; en el lento alumbramiento de las nuevas ideas, de las nuevas fórmulas, de los nuevos procesos de invención. Y básico para comprender el pasado, una memoria sin la que es imposible avanzar. Música y destrucción han ido de la mano desde que Beethoven escribiera su primera (y su última) nota, pero él supo hacer de la invención una lectura noble y leal al ser humano. Lo más revolucionario de su creación fue que nunca ignoró su pasado pero se enfureció para adivinar su futuro. Gracias a esa permanente observación de lo anterior y a ese don de poder mirar hacia delante, creó todo un nuevo mundo de la modernidad musical, hasta el extremo de convertirse en modelo permanente para la posteridad.

Filósofos y militares, reyes y reyecillos, políticos y validos, dictadores de toda calaña, pintores y compositores, escritores y dramaturgos, escultores y arquitectos, revolucionarios de todo pelaje protagonistas de los mil y un levantamientos en innumerables algaradas… Beethoven los vio nacer y, ya muerto, los ha ido observando, llenando con su música los dos siglos y medio transcurridos desde 1770. Pero, en todo este tiempo ¿ha encontrado avances? ¿Nos ha visto más ennoblecidos o más envilecidos? ¿Ha visto por fin los medios de producción y la riqueza mejor y más justamente repartidos? ¿O los ha seguido contemplando en manos de las clases privilegiadas que tanto aborreció? ¿Estará en este momento él revolviéndose en su tumba al entender como nadie que el emporio ético y moral que contempla parece incluso haber caído en un lodazal todavía más putrefacto que aquel en el que vivió? Dejemos las preguntas en el aire, dispuestas para que las contesten los nuevos cronistas de la globalización, protagonista de excepción de la mayor crisis de representatividad e identidad que vive la Humanidad desde principios del siglo XXI. Pero la máscara de Beethoven sigue contemplándolo todo desde su música. Que sigue siendo un ejemplo de nobleza, verdad y genio.

¿Cronistas, decimos? En realidad no hay hoy cronistas fiables. Nadie cuenta las cosas con propiedad. Hoy no hay ningún Beethoven que se preocupe de dar señal de alarma alguna desde donde hay que darla, desde el mundo de la invención artística (la auténtica marca del progreso), como sí lo hizo él, un creador que se expresó como músico revolucionario y romántico, como nieto de la Ilustración, hijo del Sturm und Drang e inventor de un nuevo concepto de libertad, quizá perseguido pero no conseguido por la Revolución Francesa. Con brillante elocuencia, a través de su música y desde el primer momento en que se puso a pensarla y a escribirla, cantó las virtudes más ejemplares del ser humano, viviendo en una sociedad de periclitados nobles ilustrados por los que sentía un radical rechazo pero de los que vivió sin remordimiento alguno, en maravillosa contradicción. Su fe en el ser humano no fue producto de la inocencia, sino de una creencia superior a él mismo; una creencia en el alma de las cosas, en la radicalidad de las ideas.

Amén de un genio cuyo valor sería pedante defender aquí, fue un observador privilegiado. Un relator de la historia que no decide la historia pero que se convierte en su cronista más exacto. Hoy no tenemos ningún Beethoven. El otro gran relator de las décadas posteriores a su desaparición, de la salvaje barbarie de la primera mitad del siglo XX, Richard Strauss, tampoco dejó herederos. Estamos huérfanos de explicaciones; de esas que esperamos de los dueños de nuestras clases dirigentes y no llegan. Aunque lo peor quizá no sea eso; lo desalentador es que el relato artístico del mundo está igualmente muerto. No tenemos a ningún Beethoven que lo redacte. 

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