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Editorial

Teatro Nacional de la Ópera y de la Zarzuela
Abril 2018 - Núm. 917

Teatro Nacional de la Ópera y de la Zarzuela

La noticia de la absorción del Teatro de la Zarzuela por el Teatro Real está produciendo ríos de tinta, con opiniones para todos los gustos, con reivindicaciones laborales, con teorías de libro y de casta sobre lo público y lo privado, con la historia de ambas entidades, una desde 1856 y la otra desde 1817. La polémica está servida; la defensa de los distintos modelos de creación y de gestión se va a poner nuevamente a prueba, en una sociedad como la española en la que los cambios siempre imponen, cuando menos, muchos respetos, titubeos, globos sonda y acuerdos en la sombra, dándose voz a muchos tertulianos.

La gestión del Teatro de La Zarzuela, desde un modelo público, es totalmente diferente de la del Teatro Real desde su autonomía. Las relaciones laborales, sus sistemas de contratación de bienes y servicios y, en general, la facilidad y flexibilidad de funcionamiento entre ambas instituciones no tiene nada que ver, disponiendo el Real de una mayor capacidad de decisión a todos los niveles. Con su gestión autónoma, el Teatro Real ha sabido desenvolverse en estos años de crisis  con una salud artística y económica digna de encomio, con un mínimo aporte presupuestario del Gobierno. La autofinanciación en el caso del Real ha sido del 75% (es uno de los teatros con mayor financiación propia de Europa), mientras que La Zarzuela no llega al 5%. Por otro lado, ambos modelos marcan claras diferencias en los precios de sus entradas, detalle importante: la entrada más cara para una zarzuela son 44 euros, mientras que en el Real son 390 euros. En este punto, el Teatro Real debería realizar alguna reflexión, pues no es lógico que sus butacas sean de las más caras de los grandes teatros de Europa.

El Teatro Real, con un aforo de menos de 1.800 personas, no cubre la demanda generada por muchos de sus espectáculos (el teatro de La Bastilla de París tiene más de 2.700 butacas); quizá sea esta una de las causas de sus altos precios, sin haber podido explotar por el momento el turismo musical internacional, como así lo hacen los teatros de París, Londres, Viena, Berlín... Quizá la incorporación de las más de 1.200 butacas del Teatro de La Zarzuela puedan hacer pensar en un alivio de la situación, pero ambos teatros tienen su programación y su público, y La Zarzuela completa actualmente su aforo en más del 80%. Desde hace años venimos diciendo que Madrid necesita más espacios para la música, que las butacas que disponemos para la ópera son insuficientes, que el Auditorio Nacional está colapsado. Tenemos parado el Palacio de la Música de la Gran Vía, desde que se retiró Bankia de su financiación por la crisis. Hay que retomar, ahora que parece que vienen periodos de expansión económica, la idea de una nueva sala de conciertos para la capital y quizás, por qué no, de un nuevo edificio para la ópera.

En principio, la idea de gestionar ambos teatros bajo una misma entidad, manejándose esta con sistemas y procesos de mayor libertad en la gestión que los que ofrece la estructura gubernamental del INAEM, parece positiva. En este caso se pasaría a un presupuesto conjunto de más de 90 millones de euros, de los que 55 los aporta el Teatro Real y 35 La Zarzuela, debiéndose realizar una optimización de los gastos de gestión y una entrada de nuevos patrocinadores para la nueva entidad. Evidentemente, si se lleva a cabo dicho proceso de absorción del Teatro de La Zarzuela por parte del Teatro Real, creándose una nueva estructura como sería el anunciado “Teatro Nacional de la Ópera y de la Zarzuela”, hay que pensar en soluciones, seguramente difíciles, para los métodos administrativos, estructuras y personal del absorbido, ya que algunos lo han definido como una entidad burocráticamente colapsada. Tampoco hay que olvidarse que el Teatro de la Zarzuela debería seguir siendo la sede de la Compañía Nacional de Danza y del Ballet Nacional, como hasta ahora.

En general, todas las unidades de producción del INAEM tienen ciertos problemas en su funcionamiento al estar muy encorsetado por su dependencia de la estructura administrativa y legal del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Hace ya algunos años, se propuso convertir el INAEM en una Agencia Estatal, pues legalmente era posible, consiguiendo con ello la autonomía de funcionamiento tantas veces demandada, pero en aquella ocasión parece que se chocó con Hacienda. Quizá ahora se pueda volver a intentar y dar así mayor autonomía y flexibilidad a la gestión estatal de la Artes Escénicas y de la Música, como parece que es el deseo de los actuales dirigentes.

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