Música clásica desde 1929

Editorial

Y ahora, Verdi
Junio 2013 - Núm. 864

Y ahora, Verdi

No podía ser menos el italiano, tras dedicar la página editorial del mes pasado a Wagner; teníamos que fijar nuestra atención este mes en Verdi, que, como nuestros lectores bien saben, sopla al unísono con el alemán las velas de la tarta del bicentenario de su nacimiento. Pero la cuestión no es qué las haya de soplar más fuerte, si el viento que azota el puerto de Chipre en Otello o el que empuja las velas del barco de El holandés errante: obviamente, no se trata de comparar a ambos compositores, aunque la tentación parece existir, ya que desde que ambos nacieron el mismo año de 1813 y decidieron cambiar radicalmente la ópera, uno la italiana y otro la alemana, o lo que es lo mismo, el género como tal, el mundo de la musicología, el de la crítica y el de los melómanos se han mostrado muy recurrentes en esa comparación. No estamos seguros de que eso vaya a cambiar.

Verdi es, seguramente, el más amado de los compositores operísticos. Razones no faltan, pues su música es de una belleza incuestionable y algunas de sus melodías están entre las más populares de la historia de la música. Desde sus primeras óperas a las últimas, lo “cantabile” adquiere tintes esenciales, y siempre en busca de la más pura vía de expresión. La sencillez extrema de algunos de sus temas, tan cercanos a la esencia musical de Bellini, contrasta con la profundidad de sus personajes y las historias que estos nos cuentan. Lo cual encierra un argumento comercial perfecto para “vender” una ópera: ofrecer música bellísima y hundir las garras en los problemas más esenciales del ser humano. Esta es la gran baza de Verdi, que, por eso, se convierte en un compositor apto para todos. A Wagner, más elevado, exigente y complejo, quizá le cueste más serlo.

Curiosamente, mientras que las primeras óperas de Verdi  (en algunos casos obras de una madurez inusitada) modelaban al que sería el gran compositor de las obras del periodo medio y final, es dudoso que las primeras óperas de Wagner (las tres escritas antes de El Holandés) estuvieran trazando la senda que iba a tomar luego el compositor. Es decir, Verdi sabía qué camino quería recorrer desde el minuto uno. Wagner, en cambio, lo  buscaba denodadamente.

Verdi, además, se convierte en el compositor “del pueblo”, el mismo que despertaba y agitaba los aires nacionalistas en la Italia del Resurgimiento. Su nombre sirve como acrónimo para la lucha política (V.E.R.D.I.: Vittorio Emmanuele Re d'Italia), generalmente aclamado con el explícito “¡Viva!” delante, que despistaba a las tropas del ejército austrohúngaro. Y él mismo ocupó un cargo político de diputado del Parlamento italiano, en representación de la provincia de Parma, nominación que fue confirmada en la histórica fecha del 27 de marzo de 1861, cuando se proclamó Roma como capital de Italia. Así que no solo con su Obra influyó en el pueblo, que consiguió la independencia con su música como banda sonora, sino que sus propias decisiones, desde entonces, ya tuvieron una importante componente política.

Esta popularidad de Verdi se traslada a nuestros días. Sería difícil imaginar a una modesta compañía de ópera, como las que giran por provincias con cantantes desconocidos, que no ofreciera una Traviata. Pero como tan difícil sería imaginarla representando Lohengrin o cualquier otra ópera de Wagner. De alguna manera, Verdi está al alcance de todos, mientras que Wagner solo al de unos pocos;  mientras que Verdi solo necesita cinco minutos para resolver una situación esencial de la acción, Wagner requiere todo un acto y, en algunos casos, hasta una ópera completa.

Muchos de los personajes de Verdi, en fin, acaban por los suelos, malheridos, cantando justo antes de su emotiva muerte, y esto es precisamente una de las grandes maravillas de sus óperas: cuando el personaje ve cerca el final de su vida, en lugar de añadir más lucha para su salvación, se arroja a los brazos del más elevado y noble canto. Y precisamente es en esas escenas cuando el italiano despliega verdaderas lecciones morales (perdón, arrepentimiento, consuelo, coraje), que denotan una pureza de sentimientos perfectamente trasladables a la sociedad en la que hoy vivimos. Una sociedad herida (como la nuestra en estos momentos) en lugar de condenar al llegar a los últimos instantes de su existencia, debería enseñar el camino para encontrar las soluciones. No sucede.

Pero con Verdi, en Verdi, sí.  Son auténticas lecciones morales las que dictan sus personajes, especialmente los que se mueven alrededor de un sentir político. Al reconocer sus errores, acaban estando al lado del pueblo. ¿Alguna vez lo estuvo Wagner?

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