Que una revista de música clásica en España haya alcanzado el número 1000 es, sin exagerar, un acontecimiento histórico. En un país que algunos de sus más ilustres historiadores han descrito como un “país de sordos”, RITMO ha demostrado que la perseverancia cultural puede más que cualquier tópico. Casi un siglo de vida (97 años, nada menos) avalan a una publicación que, sin estridencias, ha sabido esquivar crisis sociales, económicas y culturales, manteniendo intacta su vocación: dar voz a la música y a quienes la hacen posible.
Desde sus orígenes, RITMO ha exhibido una rara virtud en el panorama mediático español: una independencia a prueba de bombas. Ha sabido posicionarse frente a los vaivenes culturales y políticos de cada época sin perder su coherencia. Porque no se trata solo de contar la historia de la música, sino de entender la historia del país a través de su música. En cada número, en cada editorial, se puede leer entre líneas una defensa firme de la libertad intelectual, algo que en este país no siempre fue fácil.
El gran emblema de RITMO ha sido (y sigue siendo) la defensa de la música española, de quienes crean y trabajan desde aquí, lejos de los grandes centros internacionales. No es una bandera de nacionalismo cultural, sino de justicia histórica. Década tras década, la revista ha luchado por que la música deje de ser un mero pasatiempo de élites y se consolide como una auténtica industria cultural, capaz de generar pensamiento, arte y también economía, a través de la inquebrantable apuesta de sus muchas firmas y colaboradores a lo largo de la historia de RITMO.
Publicar cien números ya sería una hazaña. Publicar mil, un acto de fe. Porque RITMO no ha vivido tiempos fáciles. Nació en 1929 y pronto tuvo que detener su maquinaria por la Guerra Civil. Después, llegó la dictadura, con su censura y su silencio obligatorio. Pero incluso en esas circunstancias, la revista supo resistir con ingenio, adaptarse sin claudicar y mantener la curiosidad viva. Esa es, al fin y al cabo, la esencia del periodismo cultural: hablar de belleza en tiempos feos.
Los primeros años fueron casi heroicos. Don Fernando Rodríguez del Río, fundador y alma mater de la “primera” RITMO, levantó un proyecto artesanal con ambición de futuro. A su lado, nombres como Rogelio del Villar o Nemesio Otaño, sus primeros directores, aportaron rigor y entusiasmo en un contexto donde hablar de música era casi un acto político. Los archivos de aquellos años, hoy accesibles gracias a la Biblioteca de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura, son una radiografía irrepetible de la vida musical española bajo la dictadura: lo bueno, lo discreto y lo que apenas se podía decir.
A la muerte de don Fernando, la dirección pasó a su hijo, don Antonio Rodríguez Moreno, apasionado de Bach y del órgano, que mantuvo viva la llama durante la Transición. Y más tarde, ya en democracia, su hijo Fernando Rodríguez Polo tomó el relevo, consolidando una tradición familiar única. Se dice que RITMO ha tenido tres etapas, una por cada generación. Pero la verdad es que ha tenido mil: tantas como tiempos ha vivido. Porque su mayor acierto ha sido no tener una doctrina fija, sino dejar que cada época la moldeara sin perder el pulso del presente.
Los años ochenta trajeron una revolución: el paso del vinilo al CD. Y RITMO volvió a transformarse. Supo ver en ese cambio tecnológico una oportunidad, y lo hizo suyo. Hablar de música con un disco en la mano se convirtió en un estilo propio, un modo de narrar que luego imitaron muchas otras publicaciones. Esa flexibilidad, esa capacidad para evolucionar sin renunciar a la esencia, ha sido siempre su sello distintivo.
El siglo XXI trajo nuevos desafíos: las plataformas digitales, el “todo gratis”, las redes sociales, el consumo inmediato y desechable. Un ecosistema que amenaza la supervivencia del periodismo cultural independiente. Y sin embargo, aquí sigue RITMO, adaptándose una vez más, fiel a una máxima sencilla y poderosa: seguir existiendo ya es una forma de resistencia.
Hoy, celebrar mil números no es solo festejar la longevidad de una revista, sino reivindicar la necesidad del pensamiento crítico y la cultura musical en una sociedad que vive con los auriculares puestos, pero a menudo sin escuchar. Porque si algo ha demostrado RITMO es que la constancia y la pasión también son formas de arte.
Mil números después, el ritmo sigue. Y ojalá siga mucho más allá de los 1000, porque mientras haya quien escuche, siempre habrá una razón para seguir sonando.