Música clásica desde 1929

Editorial

I - Internet y discos de Clásica
Diciembre 2013 - Núm. 869

I - Internet y discos de Clásica

Como todo el mundo sabe, para bien y menos bien, Internet permite una comunicación sin precedentes entre los miembros de nuestra sociedad. Y goza de total libertad de movimientos en la mayoría de los países, independientemente de la discreta vigilancia que ejercen algunos gobiernos por motivos de seguridad nacional, tal y como ha salido a la luz últimamente.

La Red es la gran plataforma internacional para la libre difusión y comercialización de todo tipo de productos, susceptibles de ser digitalizados. Por ello, textos, imágenes y música la inundan; se trata de una auténtica revolución tecnológica, comercial y social.

Las agencias de control de los gobiernos pueden, si quieren, seguir el rastro de las comunicaciones por la Red. Estas grandes autopistas de datos pasan necesariamente por las infraestructuras de las operadoras de comunicaciones y por las máquinas de las entidades que nos abren las rutas hacia los contenidos que buscamos. Por otro lado, todo terminal que accede a Internet está normalmente localizado por su acceso y por su registro. Luego nuestras andanzas por las nuevas autopistas de la comunicación no son tan anónimas como muchos puedan pensar.

Para la música, Internet ha supuesto no solo una revolución industrial y comercial, sino también una revolución cultural. Desde el inicio de los servicios en red, estaba claro que la documentación escrita y la audiovisual iban a ser los grandes protagonistas de su desarrollo. Ahora es posible subir a la Red un concierto o una ópera celebrada en cualquier teatro del mundo para su libre acceso, si el propietario lo desea, desde todos ordenadores, tabletas o teléfonos móviles inteligentes. También, cualquier usuario particular, sin los medios de una gran organización, puede volcar información audiovisual en la Red, de manera sencilla y con una gran calidad técnica. El uso de Internet ya no es patrimonio de las grandes empresas o instituciones; la Red es de todos y para todos.

En este nuevo escenario digital de libertad para las comunicaciones y de socialización de la información, la industria del disco navega sin aparente rumbo concreto. Por un lado, las tradicionales empresas fonográficas pretenden mantener su posición comercial en el mercado del disco tradicional (disco físico en las tiendas tradicionales o en venta por correo), como si nada pasase. Y al mismo tiempo desarrollan la distribución digital en Internet, con precios similares a los del disco físico. Absolutamente ilógico, pues los costes de distribución del disco físico suponen más del 50% de su precio de venta, y en el mundo digital no existe tal coste. Los sellos independientes, por su parte, también han creado su distribución digital, pero sin una clara política comercial de abaratamiento de precios. Y las grandes orquestas y teatros de ópera están ofreciendo sus actuaciones en directo a través de la Red,  con precios más cercanos a la realidad digital.

En paralelo al escenario comercial “oficial” de la música en la Red, surgen nuevos actores privados que distorsionan, aún más, la oferta y la demanda del mercado. Nos estamos refiriendo a intérpretes y autores que han decidido “colgar” sus conciertos y obras en la Red, de forma gratuita, desde las múltiples plataformas sociales que ofrece el medio. Con ello logran difusión, comunicación directa con la audiencia y promoción para sus conciertos en vivo, de los que piensan recibir el dinero necesario para su día a día, pues ya no cuentan con la industria discográfica.

Los aficionados a la música clásica y a los discos también están desarrollando nuevos usos y costumbres en Internet, que no aportan nada positivo al mercado del disco. Nos referimos a las descargas “ilegales” desde plataformas que ofrecen gratis las últimas novedades discográficas en CD y DVD, con alta calidad, libreto detallado, fotos, etc. También a las copias privadas de novedades y fondos de catálogo en CD y DVD, a las copias de transmisiones de eventos musicales (en TV digital, radio o servicios de “streaming”) y que luego distribuyen gratuitamente entre amigos, tertulianos de blogs y páginas privadas de intercambio e información musical, sin, lógicamente, autorización de sus propietarios, autores y artistas. Como es lógico, estas prácticas están afectando muy seriamente a las ventas actuales de discos en las tiendas y en la red.

Está claro que hay que buscar una cierta organización y control en este caos de la distribución audiovisual por Internet. Los gobiernos, las operadoras y las entidades que operan en la Red pueden poner cierto orden, si quieren. La industria del disco debe ya definir su modelo de negocio en la Red, dentro de unos precios lógicos y en línea con la sociedad actual de la información. Los autores e intérpretes deberían agruparse en plataformas independientes para la difusión “inteligente” de sus obras. Y, para finalizar, los consumidores (los aficionados a la música) deberían ser mucho más respetuosos con los derechos de los autores y los intérpretes en la distribución digital de sus copias “privadas”.

 Si el mercado del disco (productores/consumidores) no se organiza correctamente, su situación de futuro va a ser más complicada, aún si cabe, que la actual, ya grave. Lo que sin duda causará serios perjuicios a la cultura y al desarrollo musical de la sociedad.

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