El mismo día que se hizo oficial la nueva temporada del Centro Nacional de Difusión Musical, esa tarde, en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional, se ponía punto y final al ciclo Liceo de Cámara XXI del CNDM con Gautier Capuçon y Alexandre Kantorow, manteniendo por tanto las mismas coordenadas que caracterizan este ciclo: intérpretes incomparables y generalmente obras mayúsculas del repertorio.
Curiosamente, lo que en otros géneros tiene relativamente mosqueado al personal, como que una gran orquesta sinfónica de gran reputación venga de nuevo con una sinfonía de Tchaikovsky o Brahms (escuchadas mil veces, de ahí las quejas de bastante público), en la música de cámara se recibe con indisimulada alegría que uno de los mejores cuartetos de cuerda del mundo regrese con un Cuarteto de Beethoven, aunque se haya escuchado “mil veces”, o lo haga con uno de los Cuartetos de Janácek, escuchados mucho menos. Esa es la naturaleza y gran virtud de este ciclo, que todo lo programado se recibe con satisfacción. En la música de cámara, el algodón no engaña.
Este fue el caso del dúo Capuçon-Kantorow, que programaron cuatro obras preciosas sin vinculación entre ellas (los programas bien enlazados gustan, pero no es una obligación crear una temática de programa), desde las Siete variaciones sobre ‘Bei Männern, welche Liebe fühlen’ de La flauta mágica de W. A. Mozart Wo0 46 de Beethoven a la Sonata para violín y piano en la mayor (arreglo para violonchelo y piano de J. Delsart, 1889) de César Franck, pasando por la Sonata para violonchelo y piano n. 2 en fa mayor Op. 99 de Brahms y Louange à l’Eternité de Jésus del Cuarteto para el fin de los tiempos, de Messiaen. Esta última tuvo en los intérpretes dos enormes oficiantes en un ejercicio de profunda concentración y estudio sonoro de las notas largas como plegarias, en un avance de lo que será uno de los platos fuertes en la temporada 25/26, el Cuarteto para el fin de los tiempos completo por Isabelle Faust, Jean-Guihen Queyras, Pierre-Laurent Aimard y Jörg Widmann, en la inauguración de este ciclo el 30 de octubre.
El músculo que luce el sonido pianístico de Kantorow no se plegó tan bien en las gozosas Variaciones de Beethoven como en la poderosa Sonata de Brahms (obra maestra donde las haya), un tanto desequilibrada en volúmenes pero narrada con coherencia y sentido, especialmente en el Adagio affettuoso, repleto de recogimiento e intimidad (un rara avis los adagios en Brahms, más amigo de andantes y moderatos).
Y en Franck ambos músicos lucieron lo mejor de sus enormes talentos, desde el reposado y cromático piano de Kantorow (qué manera de cantar en el primer movimiento, qué claridad y belleza) al bellísimo sonido y generosidad de arco de Capuçon, plegado a una música que puede ser descrita como la más bella del siglo XIX (Recitativo-Fantasía), y que el propio Marcel Proust describe en la imaginaria Sonata del compositor ficticio Vinteuil, personaje central en la colosal En busca del tiempo perdido.
Y esta búsqueda del tiempo perdido es en la música de cámara el tiempo ganado, pues no hay una sola mención en este género que nos lleve a terrenos especulativos; la creación que nace para la música de cámara nace con vocación de obra de arte.
Felizmente aplaudidos, Gautier Capuçon y Alexandre Kantorow regalaron precisamente dos caramelos muy poco vinculados a la grandeza del género camerístico. Salut d’amour de Elgar y un arreglo de dudoso gusto de Montescos y Capuletos de Prokofiev. Caprichos de estos enormes intérpretes...
Gonzalo Pérez Chamorro
Liceo de Cámara XXI, Centro Nacional de Difusión Musical
Gautier Capuçon y Alexandre Kantorow
Obras de Beethoven, César Franck, Brahms y Messiaen
Sala de Cámara del Auditorio Nacional
Foto © Elvira Megías