El nuevo año 2026 es un año repleto de proyectos para el compositor Vicente Álamo, focalizado en el estreno de su primera Sinfonía, así como la interpretación de dos de sus obras en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional.
Comienza 2026, ¿qué expectativas se presentan este año para Vicente Álamo?
Es un año especialmente significativo para mí, lleno de proyectos y de mucho trabajo creativo. El eje central será el estreno de mi primera Sinfonía, una obra de gran envergadura para orquesta sinfónica y coro. Es una partitura de la que todavía prefiero no adelantar demasiado, pero que, sin duda, supone hasta ahora la obra más importante de mi carrera, tanto por su dimensión musical como por lo que representa a nivel personal y artístico. Además, durante 2026 se interpretarán dos obras mías dentro de la programación de dos conciertos en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional. La primera es Cōnstellatiō, en una versión extendida y evolucionada, fruto de la demanda recibida tras el extraordinario acogimiento por parte del público en su estreno en el mismo auditorio. La otra es una obra de nueva creación en la que estoy trabajando actualmente, con un lenguaje más clásico y de raíz folclórica, que dialoga con la tradición desde una mirada contemporánea. Ambas obras serán interpretadas por la Orquesta Madrid Sinfónica, bajo la dirección de Alberto G. López, una formación que ha experimentado una progresión notable en los últimos años y que está recibiendo un reconocimiento cada vez mayor.
Para un intérprete, realizar una grabación es testamentar una parte de su vida, ¿ocurre igual para un compositor?
Creo que para un compositor componer es incluso algo más: es dejar para siempre un mensaje destinado a toda la humanidad. Cada obra que escribo nace desde un lugar muy interior, casi íntimo, y se va construyendo, dejándome llevar por la grandeza y la profundidad del lenguaje musical. Siempre hay una historia detrás, emociones, vivencias, preguntas o experiencias que encuentran en la música su forma más honesta de expresarse. La partitura queda como un testimonio, no solo de un momento vital, sino de una manera de mirar el mundo. No se me ocurre una forma más natural ni más bella de participar en la historia de la humanidad que a través de la música: un lenguaje que trasciende el tiempo, las fronteras y las palabras.
¿Cuáles son las motivaciones a día de hoy de Vicente Álamo?
Mi principal motivación es seguir evolucionando, tanto como músico como persona. Son dos caminos inseparables: la música no deja de ser un reflejo directo de quien la crea, y el alma de un compositor es, en última instancia, aquello que su música transmite. Todo crecimiento personal acaba teniendo un eco inevitable en el lenguaje musical, en la forma de escribir y de escuchar. Hoy me mueve la necesidad de profundizar, de ser honesto conmigo mismo y con lo que escribo, de no repetirme y de asumir riesgos creativos. Mientras sienta que sigo aprendiendo, transformándome y encontrando nuevas formas de expresión, sabré que estoy avanzando en la dirección correcta.
¿Qué tiene más mérito para un compositor, recibir un nuevo encargo o que una obra se reestrene o se repita?
No lo concibo tanto en términos de mérito, sino de evolución. Son dos situaciones distintas que hablan de momentos complementarios en el camino de un compositor. Personalmente, un nuevo encargo es lo que más me motiva a nivel profesional, porque implica un reto, es una oportunidad de enfrentarse a uno mismo, de cuestionarse, de buscar nuevos lenguajes y abrir caminos que quizá antes no existían. Por otro lado, un reestreno o la repetición de una obra es una confirmación muy valiosa: significa que la música ha conectado, que ha llegado al corazón de las personas y que sigue teniendo algo que decir con el paso del tiempo.
¿Cómo podría definir su naturaleza creativa?
Es algo que descubrí muy pronto, prácticamente a los seis años. Puedo decir que se trata de un instinto natural, algo que nunca me he cuestionado porque forma parte de mí desde que tengo memoria. Durante muchos años lo viví con total normalidad, hasta el punto de pensar que era una capacidad común, que todo el mundo percibía y entendía la música de la misma manera. Fue con 16 años, cuando al pasar por la escuela de música empecé a darme cuenta de que no todos mis compañeros compartían esa misma facilidad o impulso creativo. Esa intuición se confirmó cuando mi profesor de piano, Pedro Cañada, me insistió en que poseía una virtud especial que no solo debía reconocer, sino también explorar y desarrollar con responsabilidad. Desde entonces entendí que aquello que para mí era algo natural implicaba también un compromiso, poner esa capacidad al servicio de la música.
¿Y cómo cree que es recibida su música por el público?
Es una pregunta que me acompaña con frecuencia, como un eco silencioso. Cada músico dialoga con un público distinto y ese encuentro nunca es del todo previsible. En mi caso, intento no intervenir demasiado en ese proceso: dejo que la música fluya con libertad, siendo fiel a mi propia alma, que es, al final, la verdadera voz que habla en cada obra. Respetar al público, para mí, no significa rebajar el lenguaje, sino invitar a una escucha profunda, a un espacio donde la emoción y el pensamiento conviven. Es un acto de confianza mutua: yo ofrezco mi mundo interior y el oyente decide hasta dónde quiere entrar. Por ahora, ese diálogo está siendo muy cálido, y siento que la música encuentra su camino, despacio, pero con verdad.
por Lucas Quirós
https://vicentealamo.com
Foto: El compositor Vicente Álamo en los estudios Abbey Road de Londres.
Crédito: © Rosa González