Desde el 24 de agosto al 21 de septiembre la ciudad de Bucarest se colmó de música con el Festival Internacional George Enescu, el gran compositor rumano que da nombre al evento cultural más grande de Rumania. Si uniésemos ambas palabras nos daría la acertada encrucijada de “Bucarenescu”, ya que uno está tan inmerso en Bucarest como la ciudad lo estuvo en la vida de Enescu. Y decimos Bucarest colmada de música, sin ápice de exageración, ya que en un día normal de Festival puede haber hasta tres conciertos, cinco en bastantes casos, todos ellos con grandes figuras internacionales o repertorios repletos de imaginación, en un Festival con más de 95 conciertos repartidos en cuatro semanas que dirige por segundo año consecutivo el también director de orquesta Cristian Măcelaru.
La ciudad que vivió un esplendor incomparable a finales del XIX y comienzos del XX, épocas de las que proceden sus más bellos edificios y que pueden verse muchos de ellos caminando por la Calea (avenida) Victoriei, vive con intensidad todo el Festival, que inunda la ciudad con su constante presencia. Esta edición contaba además con representación española, con la Orquesta de la Comunitat Valenciana dirigida por su titular, James Gaffigan, que abordó con precisión quirúrgica la ópera L'Heure espagnole de Ravel, en un guiño a las numerosas conmemoraciones que el Festival Enescu rendía este año (la frescura con la que se acercan al nuevo público hace que muchos jóvenes apuesten por sacar sus entradas). La Orquesta valenciana demostró en la Ópera Nacional que es una fuera de serie, ya que la obra de Ravel, nada fácil, surgió con naturalidad y virtuosismo, así como la escena sencilla pero eficaz de Gábor Tompa y un reparto encabezado por la deslumbrante Gaëlle Arquez, junto a Iván Ayón Rivas, Mikeldi Atxalandabaso, Armando Noguera y Manuel Fuentes.
La doble presencia de Daniel Harding al frente de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia fue un menú de cocina creativa frente a otro de clásica. Por una parte, un programa con obras de Berio (Sinfonía y Folk Songs con la siempre admirable Magdalena Kožená) y un Mar de Debussy que confirma la envergadura artística de Harding; y, por otro, el clasicismo del Primer Concierto de Beethoven (irreprochable Seong-Jin Cho) y una expansiva Segunda Sinfonía de Brahms. Una hora después, en la total oscuridad de la noche, Asmik Grigorian y Lukas Geniušas desplegaron canciones de amor y dolor de Rachmaninov y Tchaikovsky en el bellísimo Ateneo, sorprendiendo al público con un regalo no anunciado durante el programa con dos canciones muy hermosas de Enescu. Inolvidable.
Como un género en alza, la ópera en versión de concierto nos deparó una Salome dirigida por Cristian Măcelaru con la muy poderosa WDR Sinfonieorchester Köln, con proyecciones relacionadas con la acción (sin IA, como se especificaba claramente). Salome es la gran medida de un director, como lo es Elektra, y Măcelaru, consciente del titán que tenía enfrente, domó a la fiera y extrajo lo mejor de la orquesta de Colonia, tanto a niveles emocionales como sonoros; un prodigio. Si Jennifer Holloway se enfrenta a Salome como una mujer madura, nada caprichosa, el Bautista de Iain Paterson infunde nobleza, destacando sobre todo la perfección de Gerhard Siegel como Herodes, un “Mime alla Strauss”. Tras Salome, muchos espectadores se acariciaban el cuello y se humedecían los labios; Măcelaru y Strauss lo habían logrado.
por Gonzalo Pérez Chamorro
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Foto: Cristian Măcelaru dirigió Salome con la protagonista de Jennifer Holloway.
Crédito: © Andrei Gindac / Enescu Festival