Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo Septiembre 2020 - Núm. 942

THE BACH PROJECT. Las 6 Suites para cello de BACH.

Yo-Yo Ma, cello (grabadas en vivo en el Odeón de Herodes Ático, Atenas, junio 2019).
CMajor 754408 (2 DVD)



La crítica

Bach-teria-20 en lugar de Covid-19: hermosa opción

“Para empezar, Bach. Y luego ya se puede uno poner a estudiar o a tocar cualquier otra cosa. Pero lo primero es lo primero” (Pau Casals)

En medio de febriles exploraciones espaciales, Carl Sagan preguntó a un científico que tarjeta de visita deberían mandar los humanos a las posibles civilizaciones extraterrestres, y el científico respondió: “Las obras completas de Bach... pero creo que sería demasiado petulante”. El señor Juan Sebastián, como dice la tierna canción de María Elena Walsh, colorea hoy esta breve reflexión. Es casi insolente tratar de decir algo inédito sobre el músico con la incontable bibliografía y discografía que existe sobre su obra, presencia que hizo decir a Brahms: “Si la literatura musical -Beethoven, Schubert, Schumann- desapareciera, sería un enorme dolor. Pero si Bach desapareciera, yo no tendría consuelo”.

Un gigante creador de los más pródigos y notables que ha dado la historia del arte y que fue cotidianamente un hombre sin pretensiones, con una crónica de vida y una manifestación de su pensamiento que podría recogerse, todo ello, en un modestísimo volumen, fue a su vez el ejército de un solo hombre, dueño en la mayor parte de su existencia de una sublime paz que domina todas las tempestades y gobierna y conduce una existencia equitativamente regulada. Por eso, los psicoanalistas y los psicólogos, impedidos de hacer un diagrama docente de la pasión conflictiva, de la angustia creadora, del desdoblamiento esquizoide, del sufrimiento primordial, del trauma infantil y otras paparruchas, es decir, del intento de definir al genio con el menor gasto posible y en el sentido del viento conocido de la historia, no nos queda sino liar nuestros bártulos y aceptar que no hay definiciones válidas para este señor Johann Sebastian que escribió las Variaciones Goldberg para combatir el insomnio de un conde, la Pasión según San Mateo desde su condición de luterano ortodoxo, 200 Cantatas (me refiero sólo a las que se han conservado), porque en una época de su vida tuvo obligación burocrática de hacer una por semana, “una música de iglesia regulada -decía- para Gloria de Dios y según la voluntad de Ustedes”, es decir, sus patrones.

La música de Bach, más que ninguna otra, es esencial y químicamente pura, es decir, que no capta nada de lo estrictamente real que no sea la resonancia primaria de nuestra piel. No se trata de emociones concretas ni de estremecimientos puntuales, sino de la música en su esencia más inaprensible, más cósmica, más divina (empleando una expresión de Schumann). El pentagrama del señor Juan Sebastián es pura presencia en la medida misma en que Platón incluía la idea de la Belleza en su catálogo de esencias eternas.

Beethoven decía que no debiera haberse llamado Bach (es decir, arroyo) sino Johann Sebastian Ozean (es decir, océano) e interpretaba El clave del bien temperado completo; Chopin decía “enciende mi fervor”, y todos, desde Liszt y Ravel a Boulez y Kagel, le rindieron homenaje. Wagner lo llamó “milagro musical”; Mahler lo veneraba: diagramó orquestaciones en un símil de los Conciertos Brandeburgueses y lo incluyó en la textura del Scherzo de la Segunda Sinfonía y usó el motete Singer dem Herrn como clave para terminar de comprender el primer movimiento de la Octava Sinfonía, “Sinfonía de los mil”, la coral y portentosa celebración del barroco. Schoenberg (del que hablo en mi tribuna de este mes, página 81) orquestó varias de sus obras para órgano. Berg cita el coral de la Cantata BWV 60 en el Adagio de su Concierto para violín escrito en “Memoria de un ángel”: Manon Gropius, la hija de Alma Mahler; Stravinsky instrumentó la Variaciones Canónicas y Bartók le dedicó un excepcional recuerdo en Microcosmos; Webern orquestó el impresionante Ricercare y le rindió homenaje en su Cuarteto Op. 28; Shostakovich modeló sus Preludios y Fugas Op. 87 a imagen y semejanza de El clave del bien temperado y nuestro Montsalvatge hizo de la Chacona un ejercicio de deconstrucción.

Por otro lado, Albert Schweitzer le dedicó gran parte de su vida anímica, sin olvidarnos que su auténtico redescubridor fue Mendelssohn. Bach fue enterrado junto al muro de la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig: el sitio exacto fue olvidado. Su monumento lo pagó el mismo Mendelssohn, porque no hubo ningún apoyo de las autoridades de la ciudad ni de la ciudad misma. A Mozart en Salzburgo le sucedió lo mismo. Finalizando las citas, recuerdo a Bernstein: “Bach no fue Dios, fue un hombre, pero fue el hombre de Dios y su música fue bendecida por Dios desde su comienzo y hasta su final”. Vela del Campo tituló un trabajo suyo: “El cielo en el arroyo”, y de esto se trata: la tierra ya no se refleja en el cielo sino el cielo en nuestra a veces desolada tierra.

Quiero pedir disculpas por haberme extendido más de la cuenta en mis reflexiones y desviarme levemente del sentido último de estas palabras: la versión de Yo-Yo Ma de las Suites para cello de don Juan Sebastián (grabada en vivo en el Odeón de Herodes Ático, de Atenas, en junio de 2019). Voy a ser atrevido: en El Hombre del toque mágico, la entrañable novela de Stephen Vizinczey, escritor húngaro de un dominio excelso del idioma inglés, alumno de Georg Lukács y considerado sucesor de Conrad, el novelista hace que un extraterrestre arribe a la tierra, un adolescente tan alienígena como irresponsable que ha estrellado la nave de su padre en el fondo del mar y mientras espera encontrar alguna manera de reparación se dedica a despreciar a los violentos y primitivos habitantes del planeta. Hasta que escucha, por casualidad, unas de las Suites para cello de Bach y eso le hace cambiar de opinión sobre la especie humana. Lo que me recuerda a Cioran: “¿Para qué necesitamos buscar a Dios si tenemos a Bach?”. Pues bien. Háganse de esta versión de Yo-Yo Ma (que en muchos momentos recuerda la inolvidable de Pau Casals) y escuchen el canto más perfecto de lo sonoro concebido como absoluto, una obra y un sonido capaz de salvar de la condena a nuestra dolida vulnerabilidad. Desde Casals y Rostropovich a Du Pré, Mork, Maisky (considerada la versión más romántica) y, claro, el mismo Yo-Yo Ma (que las ha grabado tres veces, a los 20 años, a los 40 años y hace muy poco), el mercado discográfico cuenta con una excelente colección de grandes interpretaciones; pueden contarse más de un centenar.

Además, se cuenta con estos significativos matices: Chillida hizo diversos trabajos inspirados en su maestro: Bach. Nacho Duato tiene un espectáculo dedicado a Bach con dos bailarinas, una que simula un chelo mientras un bailarín hace el papel de chelista. En fin, sinteticemos: Yo-Yo Ma, en una conmovedora travesía estética y emocional, nos deja asombrados por las alturas que a veces puede alcanzar una interpretación. Y en este caso, una de las maravillas de toda la historia de la humanidad. Finalizo con unas palabras de Arnau Tomás, chelista del Cuarteto Casals: “Después de veinte años estudiándolas a fondo he sentido el impulso de grabarlas y así ofrecer al mercado una versión que definiría como historicista, pero sin renunciar por ello a toques de romanticismo que tanto he admirado en versiones anteriores como las de Casals y Yo-Yo Ma (...) Cuando más profundizas en estas Suites, más te das cuenta que son piezas increíbles, tan distintas unas de las otras, obras de arte todas, un misterio al que hay que dedicar años”. Yo-Yo Ma sabe de ese misterio.

Cuando Alex Ross asistió al estreno de esta versión, escribió en The New Yorker: “Casi nadie hizo el más mínimo sonido. Casi nadie se movió. Cuando el público está escuchando con atención crea una atmósfera que no puede ser medida o grabada: sólo recordada. Aquí fue como si la música hubiese parado el mundo... él seguía sus ritmos naturales hasta el punto de parecer más un monólogo interior que una interpretación. El público estaba bajo el embrujo del buscador solitario en la oscuridad. Tuve la suerte de escuchar esta versión de Yo-Yo Ma en el Festival de Lucerna: hay cosas que en la vida no se olvidan nunca más. Y mientras asistimos a este milagro musical no dejemos de lado al hombre que amaba las historietas cómicas, el café, una buena cerveza y una pipa llena de tabaco".

De esa madera estamos hechos los seres humanos.

Arnoldo Liberman

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