Recién superados los ochenta años, parece que André Previn quisiera consolidar su faceta compositiva para unirla a aquellas que jalonan su extraordinariamente versátil trayectoria musical. Pianista de jazz en los 50 y 60, reputado director de orquesta al frente de las principales formaciones del mundo hasta los 90, arreglista y director de algunas de las más brillantes bandas sonoras de Hollywood, Previn se ha volcado en la última década y media en una labor compositiva que ha dado frutos en el ámbito orquestal, camerístico y escénico. En 1997 se estrenaba en San Francisco A Streetcar Named Desire, su primera incursión en el mundo de la ópera, que ha recibido una muy buena acogida por parte del público en los numerosos teatros en los que se ha representado (Nueva Orleans, San Diego, Washington, Los Angeles, Texas, Sydney, Strasburgo, Giessen, Turin, Londres, Dublín y Viena). Pocas óperas de las dos últimas décadas han tenido el privilegio de semejante difusión. Tras escuchar su segunda ópera, Brief Encounter, no puedo dejar de pensar que Previn ha querido repetir los ingredientes que tan bien le funcionaron. Y de hecho parece contar con los mismos dispositivos que encumbraron a aquella a un lugar que, a mi parecer, no se correspondía con sus méritos musicales. En primer lugar tiene el apoyo absoluto de un sello discográfico tan poderoso como DG, que editó en su día A Streetcar Named Desire tanto en CD como en DVD y que ahora, ya absolutamente desentendido de la música contemporánea, resucita sin embargo la serie 20/21 para lanzar la grabación de la nueva ópera de Previn a pocos meses de su estreno en Houston. Por otro, los principales escenarios estadounidenses verán en ella una nueva oportunidad para combinar la interpretación de nuevas partituras con el gusto retrógrado del público más conservador. Y es que las partituras de Previn sacian todas las expectativas de este. Argumentos conocidos y ya bastante anticuados -que de hecho en ambos casos fueron la base para dos célebres largometrajes (Elia Kazan, 1951 y David Lean, 1945)-, un lenguaje tonal cuyas máximas “licencias” son préstamos de aquellos compositores que Previn ha defendido desde el podio, como Richard Strauss, Prokofiev, Gershwin o Shostakovich, y un tratamiento vocal que quiere recuperar la gran vocalidad melódica operística y que sin embargo, se queda en un estadio más próximo al del musical. Además este registro de la segunda ópera no cuenta con los alicientes de la primera (Reneé Fleming como protagonista y el propio Previn dirigiendo), por lo que las carencias resultan, si cabe, aún más evidentes.