El Festival de Ópera de Sevilla se estrenó con una ambiciosa programación que abarca desde los inicios del género, mirando los madrigales como Il combattimento di Tancredi e Clorinda de Monteverdi como orígenes, hasta la ópera contemporánea, caso de Les Enfants Terribles de Philip Glass o un título de un compositor sevillano, Camarero. Y aunque no es completa novedad, el festival aprovecha el notable avance dado a la rehabilitación para la cultura de la Real Fábrica de Artillería de Sevilla, una industria que nació como empresa particular en la que se forjó el Giraldillo que da nombre a la conocida torre hispalense, y que luego pasaría al Estado, que usó sus cañones para apoyar la independencia de Estados Unidos, fabricó el cañón Tigre que le arrancó el brazo al almirante Nelson o se fundieron los leones de las Cortes en la nave en la que se ofreció la ópera.
En esta sala recién recuperada ocurría la compleja historia de los hermanos Elizabeth y Paul, que convirtieron una habitación de su casa en una sala de ‘juegos’, entretenimiento que a medida que fueron creciendo se tornaría más peligroso hasta llegar a la muerte. Aquí vivirán relaciones a veces ambiguas, equívocas o equivocadas, tanto entre sí como con personajes de su estricto entorno.
La ópera se estrenó en 1996, y ese mismo año ya la vimos en el Teatro Central de Sevilla, con el propio Glass al frente de uno de los tres pianos y la coreografía de Susan Marshall, que participó con Glass en la adaptación de la novela de Jean Cocteau; pero no nos convenció entonces, tal vez porque Marshall creía que el planteamiento coreográfico y escénico no tenía por qué traslucir la intrincada secuencia e intencionalidades de lo planteado.
Aquí, sin embargo, la dirección escénica de Susana Gómez parecía procurar lo contrario: guiar al espectador durante el complejo desarrollo de la pieza, lo que se reflejaba en un mejor entendimiento de las activas propuestas que acompañaban los textos, movimientos dancísticos (Florencia Oz) y gestualizaciones.
Curiosa o intencionadamente, se había escogido esta nave por su impresionante bóveda con una linterna de cristal, que podía evocar el gigantesco remate de la habitación fraterna, en la que se montaron dos gradas convergentes que miraban al escenario, este a su vez de estructura cuadrangular, dividido diagonalmente en dos partes inclinadas (hay que tener una edad o forma física para correr en ellas, que lo hicieron) por una especie de pasillo recto que culminaba en un remate que podía recordarnos el de un gran féretro alargado, tal vez anticipándose a la muerte desde el principio. Diversos compartimentos escamoteables servían para ocultar sus camas o guardar los ‘tesoros’ y que completaban la escenografía de Juan Ruesga. Elisabeth era el personaje que más salía al ‘exterior’, al mundo, así que un vestuario muy nutrido y muy cuidado encajaba con cada situación, incluyendo la evocación de la boda, un trabajo de vestuario de Nino Bautí.
Como no conocíamos la sala, sus referidas proporciones puede que no posibilitaran prescindir de la amplificación, lo que mediatiza bastante una valoración ajustada. Aún así, no cabe duda de que el trabajo de Clara Barbier Serrano, bella soprano de Montpellier, firmara un trabajo extraordinario, asumiendo la increíble gama de colores que el enredadísimo rol de Elisabeth conlleva, lo que ha debido suponer para ella introducirse en estados mentales de personas con cuadros médicos extremos. Soprano ligera, de registro bien colocado, capaz de asumir muy distintos estados de ánimo, que incluyen desde lo muy animado a lo verdaderamente dramático/trágico, en una verdadera colección de radiografías cerebrales.
Más previsible fue Paul (Dietrich Henschel), con una voz no siempre bien modulada, que este barítono ruso acentuaba con cambios de color acusados en situaciones de tensión, bastante frecuentes, sobre todo desde los graves más pronunciados hacia los agudos. El otro papel femenino tampoco era lineal: la mezzo Lydia Vinyes-Curtis encarnaba doblemente al perverso Dargelos como a la futura enamorada de Paul, Aghate, de parecido físico con Dargelos, pero cuya bondad parecía sacar lo mejor de Paul.
Por último, el narrador y amigo Gerard (el tenor Samy Camps), cumplió con ambos roles, con voz clara y segura, adaptada a las reacciones de la imprevisible Elisabeth.
El acompañamiento musical corría a cargo de tres pianos de cola, capitaneados por Óscar Martín, que conjuntó maravillosamente con sus compañeros una obra donde los arpegios son ley, lo que exige una sincronía notable, sobre todo en algunos matices expresivos. De igual manera, el maestro García Rodríguez aunó los instrumentos con las voces, lo que también tuvo el mérito añadido de que los cantantes se movían en todas direcciones, ya que en la música predominaba el ‘arioso’ y la expresividad diluía a veces la rítmica del arpegio.
Muy buen comienzo para un festival de ópera planteado con una magnitud como no recordamos.
Carlos Tarín
Festival de Ópera de Sevilla.
Clara Barbier, Lydia Vinyes-Curtis, Samy Camps y Dietrich Henschel / Juan García Rodríguez.
Les Enfants Terribles de Philip Glass.
Nave de Fundición de la Real Fábrica de Artillería, Sevilla.
Foto © Agustín Pacheco