Como buen teatro alemán (y no sólo) que se precie, la Ópera del Estado de Baviera reutiliza sus producciones aunque muchas veces no sean exactamente maravillosas. El milagro se produce a veces como en el caso del Don Carlo puesto en escena por Jürgen Rose que es un montaje bueno de un título difícil y que trabaja mucho sobre los personajes (en particular los que interpretan artistas sensibles) sobre un marco escénico y de vestuario razonables si no siempre maravillosos. Los conflictos individuales están bien resueltos, tal vez menos las grandes escenas de conjunto y coros, y muy pocas veces se ven cosas que contradicen el texto.
La reposición se había confiado a la batuta de Zubin Mehta, quien lógicamente canceló con no demasiada anticipación. La elección de Ivan Repusic, que dirige mucho o bastante en la zona, fue lógica y resultó muy aplaudida. El director tiene oficio, pero ha privilegiado una lectura bastante uniforme basada sobre todo en el ‘forte’ y en tiempos a veces inexplicablemente lentos. Por fortuna la orquesta de la casa es magnífica y el sonido fue inmejorable; la interpretación queda para otra vez. Muy bien el coro preparado por.
Es prácticamente imposible en la realidad reunir una distribución homogénea para esta magna partitura. Si todos son ‘correctos’ y punto el impacto funciona a medias. Si algunos son muy buenos los otros sufren por comparación. Y el problema de encontrar un tenor totalmente adecuado para el rol epónimo es por lo general un rompecabezas. Stephen Costello es un tenor lírico de buena figura y agudo fijo. Para abordar este papel abre centro y graves y el color entre registros cambia. Lo mejor estuvo en los dos últimos actos. Rachel Willis-Soerensen es una voz importante con tendencia a gritar o crecer los agudos, un grave poco grato y forzado y con medias voces justas más bien escasas para Isabel de Valois. La actuación de soprano y sobre todo tenor fue genérica y convencional.
Ekaterina Semenchuk partió a cantar a Zúrich y en su lugar se presentó como Éboli Yulia Matochkina, quien realizó una labor convincente aunque el timbre es más bien opaco y la emisión muchas veces gutural, pero las notas estuvieron todas y el personaje estuvo bien después de la canción del velo. George Petean es un barítono de mucha voz, seguro…y sumamente monótono en el fraseo que es siempre el mismo para la parte que sea. Todos los principales son personajes nobles (al menos por su posición; Posa lo es también por carácter y convicción).
Para los personajes ‘episódicos’ (pero vaya lo que tienen que cantar y en un caso al menos que decir y hacer) del Gran Inquisidor y el misterioso Monje de principio y finales hay siempre que encomendarse a Dios o al diablo. El Monje del joven Roman Chabaranok es sonoro y de bello timbre, pero el grave está casi ausente: es el típico caso de lo que se llama hoy bajo-barítono, que suele ser un barítono con algo más –si se tiene suerte- de profundidad en el grave (no parece ser el caso). Sí lo es el de Dmitry Belosselskiy quien, pese a estar también corto de notas profundas, presenta un volumen y un color en centro y agudo que compensan, y también su interpretación. No convencía como Felipe II, pero aquí está casi perfecto. Y si el viaje valió la pena fue justamente por el rey de España, quizás el personaje más ambiguo y contradictorio de la ópera. Espero no equivocarme porque la lista de nombres gloriosos (alguno lo he visto) es importante, pero creo que el debut de Erwin Schrott en el papel será recordado. No tanto porque fue quien más aplausos obtuvo tras su aria y al final (todos fueron muy aplaudidos, y nunca el ‘aplausómetro’ es un juicio inapelable). Para una primera vez el rol estaba perfectamente controlado en lo vocal (voz bella y poderosa, pero sin falsos efectos ni fáciles complacencias), ‘soberanamente’ articulado y fraseado con la intención adecuada, con el sentido exacto de gesto y movimientos (el encuentro con el Inquisidor y luego con la reina y su hijo en el mismo acto fue un prodigio –nótese que en esta versión en cinco actos, en principio la de Módena, se ha agregado asimismo el lamento sobre el cadáver de Rodrigo en el acto del que hablamos). Los otros papeles menores fueron cubiertos de forma correcta o al menos discreta. La sala estaba repleta y sorprendentemente silenciosa, aparte de las típicas toses en los momentos en que menos se las necesita.
Jorge Binaghi
Erwin Schrott, Stephen Costello, George Petean, Dmitry Belosselskiy, Rachel Willis-Soerensen, Yulia Matochkina, etc.
Coro (director: Christoph Heil) y Orquesta del Teatro / Ivan Repusic.
Escena: Jürgen Rose.
Don Carlo, de Verdi.
Ópera del Estado de Baviera, Munich
Foto © Geoffroy Schied