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Crítica / Testimonio de amistad - por María Setuain Belzunegui

Pamplona - 30/11/2021

En 1886, Camille Saint-Saëns (1835-1921), presentó la que sería su última sinfonía. Había recibido el encargo de la Royal Philharmonic Society, que también llevó a cabo el estreno con el propio Saint-Saëns a la dirección. Fue un éxito inmediato.

La Sinfonía n. 3 en do menor, conocida como “Sinfonía con órgano”, supuso un gran esfuerzo para el compositor, que estaba en la plenitud de su creatividad musical. Con el paso del tiempo, al ser preguntado por la posibilidad de escribir una cuarta sinfonía, Saint-Saëns declaró: “Le di todo lo que pude dar. Lo que he logrado aquí, nunca lo volveré a lograr”.

Y es que, desde la elección de la tonalidad, esta obra es toda una declaración de intenciones: en do menor compusieron Beethoven su Quinta y Brahms, su Primera. Considerado un compositor conservador, en esta sinfonía Saint-Saëns se muestra sin embargo original e innovador en algunos aspectos, como la orquestación, la forma y el desarrollo temático.

Escrita para una orquesta ampliada con piano y órgano, se condensan en ella influencias de Beethoven, Berlioz y Liszt, pero también presenta algunas conexiones con el canto gregoriano, evidentes en la paráfrasis del Dies irae en el Allegro Moderato del primer movimiento.

Con respecto a la estructura, Saint-Saëns se mantuvo fiel a la tradición de los cuatro movimientos, pero los agrupó dos a dos, de manera que deberían interpretarse sin interrupción hasta el ecuador. Además, influenciado por la idea de transformación temática cíclica de Liszt, algunos de los temas reaparecen en los movimientos posteriores, proporcionando unidad y coherencia a la obra.

Precisamente a la memoria del compositor húngaro está dedicada esta Tercera sinfonía. Y aunque falleció unos meses antes del estreno y no pudo disfrutar del homenaje, Liszt supo que Saint-Saëns, con quien mantenía una estrecha amistad, escribía una obra en su honor.

La velada en la sala principal del Auditorio Baluarte comenzó muy prometedora. El Adagio del primer movimiento fue bellamente dirigido por José Miguel Pérez-Sierra e interpretado por una Orquesta Sinfónica de Navarra muy compacta, destacando el gran trabajo de la sección de cuerda y una enorme precisión en los ataques por parte de las maderas. Sin embargo, conforme fue avanzando la sinfonía, la dirección se tornó menos elegante y desembocó en una lucha de poder entre los diferentes planos sonoros. Se diría que la orquesta no estaba cómoda en algunos pasajes, lo que provocó un desequilibrio evidente entre las secciones. Y aunque hubo momentos de lucidez, particularmente durante los movimientos rápidos, la interpretación supuso en general demasiado ruido, con cambios dinámicos bruscos y una interpretación cargada de cierta violencia, convirtiendo los diálogos en mera discusión.

Aún así, el público aprobó complacido y el director salió varias veces a saludar. Antes de irnos al descanso, se destacó el trabajo de las secciones de viento y percusión, y también al solista de órgano. Labor que el público reconoció con sus aplausos.

La segunda parte del concierto estuvo íntegramente dedicada a obras solistas para el violín, todas a cargo de un Fumiaki Miura que se esperaba con cierta expectación. Hacer el chascarrillo con el apellido en una ciudad que venera la ganadería taurina, tan tradicional en los encierros, sería caer en la broma fácil. Sin embargo, el público asistió igual de complacido al recital que el joven intérprete ofreció en esta ocasión y durante el que todas obras fueron interpretadas de memoria por parte del solista.

El recital se inició con la Introducción y Tarantella de Pablo de Sarasate (1844-1908), una obra escrita en 1899, poco después de que el violinista navarro hubiera realizado una gira por Italia. A ella debemos, en consecuencia, la inspiración para la tarantella, baile tradicional asociado a la creencia popular de que el veneno de la tarántula se expulsaba bailando (de manera que el bailarín no fallecería por el veneno, sino exhausto tras la danza). La pieza tiene exactamente la misma estructura, una introducción lenta y una segunda parte rápida, que Introducción y rondó caprichoso de Saint-Saëns, una de las obras preferidas de Sarasate y que también formaba parte del programa del pasado jueves.

Miura, que interpreta con un Stradivarius de 1704 conocido como “ex Vioti” y cedido por la Munetsugu Foundation, conquistó al público desde el primer momento. El instrumento posee unos graves profundos y complejos, llenos de armónicos, que funcionaron perfectamente en la introducción de la pieza de Sarasate. La interpretación fue correcta en general, a pesar de algunas imprecisiones en la dirección, y sirvió al solista para ir “entrando en materia”, pues a partir de entonces su recital fue in crescendo.

Las dos siguientes obras en el repertorio nos devolvieron a Saint-Saëns, con quien Sarasate mantuvo una larga y fructífera amistad desde que en 1859, con tan solo 15 años, se presentase ante el francés solicitándole una composición específicamente escrita para él. Y aunque la Havanaise fue pensada para el cubano Rafael Díaz Albertini, que la estrenó en 1888, no deja de ser relevante que éste fuera alumno y protegido de Sarasate. Con sus ritmos y giros melódicos de cierto exotismo y una sección central pensada para el lucimiento del solista, esta obra nos sirvió para apreciar el dominio técnico de Miura, que la interpretó con gran limpieza. Quizás podría haberse dejado llevar algo más en la primera parte, de melodías voluptuosas y cierta sensualidad, pero el resultado fue una bella interpretación a pesar de algunos momentos de desconexión con la orquesta.

En la Introducción y rondó caprichoso solista y orquesta volvieron a hacer música juntos, aunque la completa comunión tendría que esperar hasta la última obra del programa. La introducción fue bellísima, con una delicada interpretación por parte del violinista, que también llevó a cabo un rondó de limpieza impecable. Compuesta en 1863 para el propio Sarasate, cargada por ello con cierta inspiración española a través de ritmos y giros melódicos característicos, esta pieza es unas e las más conocidas de Saint-Saëns. Pensada específicamente para el amigo, enfatiza dos de sus cualidades principales: la expresividad y el virtuosismo. En ambas destacó Miura durante la interpretación, acompañado de una orquesta que fue de menos a más, por fin entrando en la música.

A Liszt debemos la escritura de los Aires bohemios de Sarasate, que cerró circularmente el programa de la velada, como si de un ciclo se tratase. Ambos se conocieron en 1877, durante un viaje del violinista navarro a Hungría, y enseguida congeniaron. Fruto de esta amistad, entre otras cosas, fue el descubrimiento por parte de Sarasate de la música de la orquesta de Pál Rácz, uno de los músicos gitanos más importantes de aquel momento. Inmediatamente fascinado por aquellas sonoridades, Sarasate adquirió varios cancioneros tradicionales en Budapest y decidió escribir una obra para violín que imitase las características de la música de Rácz, con una gran libertad expresiva y carácter improvisatorio.

Aires bohemios es, sin duda, una de las obras más conocidas, interpretadas y apreciadas del violinista navarro. Se trata de una pieza bipartita en la que melodías conmovedoras y escritura virtuosa se complementan de manera brillante y favorecen la emoción del público. Y aunque tocar Sarasate en Pamplona es casi siempre sinónimo de éxito, Miura llevó a cabo una interpretación magistral, de gran limpieza técnica y melódica, durante la que pudimos escuchar claramente cada detalle de la partitura. A su vez, la orquesta, especialista en el compositor como no podía ser de otra manera, superó las dificultades que había experimentado hasta ese momento y dio toda una lección de saber hacer.

La explosión de aplausos fue inmediata. Solista y director saludaron varias veces y colmaron las expectativas del público con un bis excelentemente elegido para el lugar del concierto, el Zapateado, también de Sarasate. Fue una interpretación maravillosa en la que no solamente brilló el solista; la orquesta, como queriendo resarcirse de las primeras dificultades, dio un golpe sobre la mesa y dejó bien claro que es en Pamplona donde escucharemos al mejor Sarasate orquestal.

María Setuain Belzunegui

 

Programa: Sinfonía n. 3 en Do menor, op. 78, “Con órgano”, C. Saint-Saëns / Introducción y Tarantella op. 43, P. de Sarasate / Havanaise op. 83, C. Saint-Saëns / Introducción y Rondó caprichoso op. 28, C. Saint-Saëns / Aires bohemios, op. 20, P. de Sarasate

Orquesta Sinfónica de Navarra

José Miguel Pérez-Sierra, director

Fumiaki Miura, violín

Baluarte (Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra)

Foto © Iñaki Zaldua Iriarte

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