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Crítica - Tchaikovsky-125

Madrid - 05/11/2018

Tchaikovsky -como París- “bien merece una misa…” o un aniversario… Su inusitada popularidad, nada menos que ciento veinticinco años después de su muerte, se antoja todo un prodigio… más aún con la caterva de “eruditos” detractores que su obra ha tenido, especialmente en la segunda mitad del siglo pasado.

La Orquesta Clásica Santa Cecilia bajo la dirección de Paolo Bortolameolli, con la colaboración de la violinista Diana Tischenko fueron los responsables de responder a tamaña efeméride, este centenario largo -125 años-, dentro del ciclo “grandes clásicos” que la Fundación Excelentia realiza en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

En programa, de telonera, un asiduo quizás de otros tiempos: el flamante Capricho italiano del ruso. Una obra de difícil conjunción, especialmente en su comprometido tramo inicial, fraseos de raíz popular pero absoluta adscripción sinfónica, y continuos cambios de tempo. Más aún, como lo afrontara el director chileno, sin subdividir el pulso, sirviendo así más a su delicado carácter melódico que a la impronta rítmica subyacente. Todo, eso sí, para terminar en punta a lomos de tarantella, con el brillante sinfonismo que despliega esta pieza.

Un comienzo extrovertido que convergiera, en esta primer aparte, en una página heredera directa de la música de Tchaikovsky, pero al otro lado de su frontera más nórdica: el Concierto para violín del finlandés Jean Sibelius. Y es que esta obra fue toda una demostración de continuidad sinfónica entre secciones de la propia orquesta y con la solista: Diana Tischenko. Un espléndido Concierto que agradeció, una vez más,  con generosidad esta esmerada aplicación de ambos, especialmente del solista pero también del podio, por su abundante musicalidad y sus, no menos cuantiosos, compromisos técnicos que trufan con tamaña virtud, su partitura, dobles cuerdas, imitaciones… siempre al servicio de la música.

Para rematar, tras el descanso, nada menos que la Sexta sinfonía de Tchaikovsky, la “Patética”. Hechuras más amplias para aquella lógica de fraseo y una, de agradecer, claridad estructural en Bortolameolli. Un deslinde complicado, el estructural, especialmente en su convulso primer movimiento, donde quedara felizmente manifiesto con sus mejores frutos a la postre.

Dentro de un tono general de inquebrantable continuidad, tanto sinfónica como de gesto, por lo demás, sí que fue de notar cierta tendencia, manifestada ya en la primera parte, a afrontar abiertos desequilibrios acústicos entre el viento metal y la cuerda en su conjunto -dispuestos éstos, por cierto, simétricamente primeros y segundos violines, a ambos flancos del podio-. Una particularidad interpretativa, dispuesta así -como contraste (!?)- desde el podio, que podría haberse matizado, dadas las circunstancias del cuerpo del elenco, más aún en aquel gustoso clima de musicalidad general que se impregnara ya, desde los primeros instantes del Capricho.

Luis Mazorra Incera

Diana Tischenko, violín. Orquesta Clásica Santa Cecilia / Paolo Bortolameolli.
Obras de Sibelius y Tchaikovsky.
Excelentia. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

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