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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Tasmania ritualista en Earth Cry - por Ramón García Balado

Santiago de Compostela - 13/05/2022

Anunciada estaba la directora Jessica Cottis para la dirección del concierto, pero fue el titular, Paul Daniel, quien contribuyese a cubrir la jornada con la Real Filharmonia de Galicia.

Peter Joshua Sculthorpe, por la obra testimonial Earth  Cry, que recibió un curioso reconocimiento de The Times, quien la calificó como Classical face to watch  iniciando sus tanteos musicales dentro  del magisterio de Ernest Krenek, antes lograr una beca para seguir en el Wadham College (Oxford), con Egon Wellesz. Obras suyas definirán su trayectoria: Irkanda- en varias series-; algunos de los cuartetos de cuerda, uno dedicado a la memoria del pintor Russell Drysdale y la Sun Music I, un encargo de Sir Bernard Heinze, quien le sugirió ciertos detalles en su escritura, y que también será utilizada como ballet. En sus planteamientos se distancia del atonalismo y las técnicas densas, apoyándose en las tradiciones más cercanas.

Las influencias  asiáticas se mostraron ya desde la década de los setenta, derivando en breve a las raíces indígenas australianas, sobre las que venía tratando desde los años de juventud, y en cierto modo, uno de los testimoniales cuartetos, resultó clave en esa tendencia, compartida con el artista plástico Russell Tass Drysdale.

Earth Cry, un lamento de la tierra, es una obra en la que las cuerdas mantienen un diálogo de enfrentamientos extremos y  en la que para ahondar en su carnalidad profunda como angustioso lamento, exige el protagonismo del didgeridoo o didyeridú, instrumento de la tradición aborigen australiano elaborado sobre un tubo de madera, que suena por la vibración provocada por la presión de los labios y suyo origen es inmemorial. Nombres indígenas le identifican igualmente- yidaki, gingjungard, eboro, djalupu o maluk-, y en su fabricación se recurre a un eucalipto, del noroeste de Arnhem, creado a partir de troncos de esos árboles de gran grosor.

El tubo largo que se usa como instrumento, se hace sonar al ser modulada la vibración en su amplificación, conseguida por la presión de los labios y los sonidos surgidos de la garganta, en esencia y en los resultados técnicos, se aprecia por el dominio de la respiración circular, lograda tras tocar durante un tiempo continuo, gracias a esa presión de aire en la boca, inhalando por las fosas nasales. Sus connotaciones arcaicas, le dotan de características de uso en las agrupaciones artísticas más sorprendentes.

Portentosa lectura de esa obra de absoluta actualidad, la Sinfonía nº 2, en Re M. Op. 43 de Jean Sibelius, por el conflicto entre Finlandia y Rusia, además de  los detalles  del encuentro de confraternización un lustro después entre el compositor y G.Mahler lo que redundará en los resultados artísticos consecuentes, mientras compartían vivencias por dolorosos acontecimiento personales. Queda, para mayor confirmación la presencia de una persona decisiva en su encargo, la del barón Axel Carpelan, un entregado y entusiasta aficionado. Había pasado Sibelius por un breve retiro de reposo en Rapallo en el que trazaría los primeros esbozos de la obra y que finalmente dedicará a Carpelan para esta composición que se estrenará en la primavera de 1902, en Helsinki y que observará ciertamente  las reivindicaciones  nacionalistas.

El Allegretto , en el primer tiempo, resumía  un mosaico de temas sin jerarquía de referencia, partiendo de un trémolo de cuerdas y una  especie de pastoral confiada al oboe, con una acentuación de timbal y un detalle de cuerdas al unísono, en una encabalgado de ocho temas, para alcanzar el climas en fortissimo de timbal, con respuesta en los metales.

El Tempo andante, ma rubato, avanzaba por mediación de un pizzicati de chelos en expresión grave  a modo de dolida marcha fúnebre, cincelada por fagotes, con claras pretensiones de recrear un talante estremecedor y compungido y que facilita la intervención de cuerdas divididas, y cuyo tema del fagot, había sido escrito previamente al conjunto de la obra, un tema parcialmente modal.

El Vivacissimo, idea de Scherzo, denso  locuaz, quedaba  marcado por cinco golpes de timbal que cedieron su protagonismo a una pastoral expuesta por una melodía del oboe, condicionada por una nota repetida nueve veces.

El Final, sobreponiéndose  por su sencillez y por el talante heroico gracias a la orquestación luminosa, se entregaba a  un segundo tema que preparó un meditativo ostinato, con personales connotaciones. Una sinfonía que en sus parámetros, cierra esos condicionantes obsesivos del romanticismo nacionalista. Paul Daniel, en una tarde poderosa, quiso aportar un enervante final, a la espera de su despedida oficial como titular de la orquesta.

Ramón García Balado

 

Real Filharmonia de Galicia / Paul Daniel

Obras de Peter J. Sculthorpe y J. Sibelius

Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela

Centro Afundación, Pontevedra         

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