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Crítica / Sonya Yoncheva enloquece con Haendel - por Darío Fernández Ruiz

Santander - 19/08/2025

La Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria vivió el pasado lunes una noche de excesos con la soprano Sonya Yoncheva y la Orquesta de la Ópera Real de Versalles bajo la dirección de Stefan Plewniak. Lo que allí sucedió difícilmente podrá borrarse de la memoria de quienes asistimos y, claro está, de la historia del Festival Internacional de Santander.

Desde su primera y teatral aparición, percibimos tanto en la orquesta como en la soprano un claro afán de agradar que no decaería en ningún momento. Los músicos, perfectamente empastados, lucieron un sonido redondo de principio a fin, de suerte que su Haendel nos pareció dotado de una luminosidad y expansión casi mediterráneas y ciertamente menos anguloso de lo que solemos escuchar en las formaciones inglesas.

En lo vocal, la soprano, en apabullante plenitud de medios, vino a demostrarnos desde las primeras notas de Ombra mai fu por qué es hoy una figura indispensable en el panorama lírico mundial. Su instrumento posee una atractiva carnosidad y un color y un caudal generosos que apenas encontramos en las colegas que abordan el repertorio barroco. Además, su canto, de rara nobleza, está sustentado sobre el aliento y transmite tal sensación de plenitud en el registro agudo que nos parece como si pugnase por abrirse más allá del corsé del estilo barroco, aunque nunca llegue a salirse de él.

De esa suerte de recopilación de grandes éxitos que resultó ser el programa, dos momentos nos parecieron especialmente memorables. En Ah, mio cor! Schernito sei! de Alcina, Yoncheva encarnó la furia y el dolor de la hechicera traicionada con un canto terso, flexible y ligado que intensificaba la desesperación del personaje. Y en Lascia ch’io pianga de Rinaldo la velada alcanzó quizá su cima, tales fueron la hondura con que dijo el texto, la desnuda musicalidad con que suspendió cada nota y la belleza de las ornamentaciones en un diálogo con la orquesta absolutamente conmovedor. Entre ambas páginas, mientras interpretaba Se pietà di me non senti, Yoncheva abandonó el escenario y recorrió la sala en un gesto de fina inteligencia teatral con el que estrechó aún más la complicidad con un público que ya le pertenecía.

El final fue pura fiesta: tres propinas —el Lamento de Dido de Dido y Eneas de Purcell, la sección orquestal de Venti, turbini, prestate de Rinaldo y el Air des sauvages de Les Indes galantes de Rameau— culminaron en una celebración compartida, con una Yoncheva descalza, radiante y sumida en un trance de furor dionisiaco del que quiso hacer cómplice a ritmo de palmas a un auditorio que acabó rendido a sus pies, nunca mejor dicho.

Pocas veces hemos asistido en Santander a un concierto de música barroca que haya concitado tanto interés y una respuesta tan unánimemente entusiasta. La ovación final, con buena parte del público puesto en pie, selló una noche inolvidable que guardaremos como una de las más brillantes páginas musicales vividas en el Festival Internacional de Santander, no ya de esta edición sino de todas las que hemos podido presenciar.

Darío Fernández Ruiz

 

Sonya Yoncheva, soprano

Orquesta de la Ópera Real de Versalles. Stefan Plewniak, director

Obras de Haendel y Corelli.

74 Festival Internacional de Santander

Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria

 

Foto © Pedro Puente / FIS

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