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Crítica / Sensacional Petrenko en la apertura del ciclo de Ibermúsica - por Justino Losada

Madrid - 03/11/2025

La ocasión del regreso de la Royal Philharmonic Orchestra con su actual director titular, el ruso Vasily Petrenko, a la sala sinfónica del Auditorio Nacional, marcó, durante la pasada semana, el inicio de temporada 25/26 del ciclo sinfónico de Ibermúsica con dos interesantes conciertos a cargo de la formación británica. Acompañada también del pianista japonés Mao Fujita, la RPO ofreció el pasado miércoles obras de Saariaho, Grieg y Sibelius.

El concierto dio inicio con Ciel d’hiver, obra retrabajada en 2013 a partir de Winter Sky, tiempo central del tríptico sinfónico Orión, que la añorada compositora finesa Kaija Saariaho (1952-2023) compusiera en 2002. En Ciel d’hiver, la compositora parte del material primigenio para reducir su abultada orquestación y ofrecer una alegoría sinfónica del paso nocturno de Orión por la bóveda celeste. Descrita a base de un denso lenguaje armónico de cuño espectral, esta música exhibe una gestualidad estática de especulativo y sutil sonido titilante, de cristal, con la que la compositora juega para crear una expansiva tímbrica de carácter atmosférico. Con estas características, Petrenko consiguió evocar todo el potencial etéreo de la partitura -con un delicado pulso que abundó en el riguroso detalle de la interpolación de texturas- mediante un muy cuidado juego de rangos dinámicos, logrando así una muy urdida e iridiscente ingravidez sonora.

En la colección de textos que forman los Diaries, articles, speeches de Edvard Grieg (1843-1907) que Peer Gynt Press lanzara hace un cuarto de siglo, encontramos no pocas reflexiones del compositor noruego sobre sus vivencias al tiempo de estudiar en Leipzig a finales de la década de los cincuenta del siglo XIX. Entre estas sobresale el recuerdo de escuchar a Clara Schumann interpretando el concierto para piano de su recién fallecido esposo, Robert. Este concierto se representa, en parte, como fuente y reflejo del concierto que Grieg alumbrara entre 1868 y 1869 y que busca cierta inspiración noruega frente a la influencia del academicismo germánico. Estrenado al tiempo de su conclusión, el Concierto para piano en la menor op.16, obra con la que continuó la velada, supone no solo una de las obras más exitosas del compositor escandinavo, sino un producto del sincretismo entre el lenguaje romántico, un pianismo de tintes rapsódicos y su personal aproximación a los ritmos folklóricos noruegos, logrando una exitosa creación que plasma el personal nexo existencial de Grieg con su país. Con exquisita digitación, sin estridencias y con el peso adecuado que esta obra precisa, abordó Fujita una muy elegante lectura, de ágil articulación, aperlado sonido y muy compenetrada complicidad con un Petrenko que se mostró contrastado; grácil en las aterciopeladas transiciones de la abrigadora cuerda de la RPO y rotundo de nítidos y angulosos acentos en los enunciados más sinfónicos. Tras los merecidos aplausos Fujita regresó al piano para ofrecer, fuera de programa, una sentida lectura de  Erotik, op. 43, quinta muestra del tercer libro de las Piezas líricas de Grieg.

Como muy bien apunta en sus fantásticas notas al programa la musicóloga María Santacecilia, Sibelius no comienza los bocetos de una nueva obra, un poema sinfónico sobre Don Juan, hasta que llega en 1901 a Rapallo, en Italia. Tiempo después, en Florencia, se sabe que el compositor dirige sus pensamientos hacia otra música en torno a la Divina Comedia, aunque no será hasta su retorno a Finlandia en 1902 cuando aúna estos materiales en su Segunda Sinfonía, que estrena en marzo del mismo año. Como es habitual en Sibelius, la música evita todo anclaje polifónico para gustar más de una horizontal y continua metamorfosis de gestos y células para cimentare un desarrollo melódico que, de forma elíptica y tras varios paréntesis, se acumula y restalla con elocuencia y grandeza en las secciones finales de la obra. Este creciente sentido épico hizo que la sinfonía fuera recibida -en un contexto de intenso nacionalismo finés- como una suerte de declaración patriótica que, pese a las reticencias del compositor, es adoptado por su colega y principal intérprete Robert Kajanus. No obstante, lo que posiblemente Sibelius pretendía con su lenguaje era huir del conservadurismo más académico refugiándose hasta ese momento en la influencia del sinfonismo ruso del que Tchaikovsky es su principal referencia. No resulta descabellada, por tanto, la visión de Petrenko que tras un bien armado Allegretto inicial adoptó un doliente pathos en el críptico y desmigado Andante de claras reminiscencias tchaikovskianas, que bien sirvió para organizar materiales y presentarlos en los movimientos restantes por medio de un áspero sonido que miraba más a San Petersburgo que a Helsinki en una lectura desgarradora. A ello se prestó una Royal Philharmonic de especial tersura en una cuerda empastadísima, muy compacta y de una versatilidad que rondaba entre la precisión quirúrgica en unos cortantes contrabajos al terciopelo de una musculada cuerda. El concurso de unas muy nobles maderas y unos metales redondos, proveedores de un sensacional rango dinámico, conjugaban junto a la cuerda un acendrado equilibrio gracias a la impagable labor de su titular, Vasily Petrenko quien está llevando a la formación londinense a excelentes cotas de calidad. Tras la profundidad de este alarde interpretativo no se antojaban necesarios los bises que se ofrecieron después de los muy merecidos vítores y aplausos.  Así, la formación británica y su titular ofrecieron dos propinas como colofón de este magnífico concierto: La mañana de Peer Gynt de Grieg en una muy medida y bien construida interpretación y la Danza Húngara No. 6 de Brahms con la que se hizo gala de un muy garboso rubato.

Justino Losada

 

Mao Fujita, piano

Royal Philharmonic Orchestra / Vasily Petrenko

Obras de Saariaho, Grieg y Sibelius

Ciclo Ibermúsica 2025/2026

Auditorio Nacional, Madrid

 

Foto © Rafa Martín/Ibermúsica

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