Hace tres años los miembros del Trio Fortuny inauguraron la correspondiente temporada de Joventuts Musicals de Sabadell. Este año han vuelto como artistas residentes en un vínculo que se prolongará durante la próxima temporada: una decisión acertada que garantiza continuidad y excelencia en una programación y formación de cámara que apuesta tanto por el gran repertorio romántico como por la creación catalana actual y las compositoras históricamente silenciadas.
Ante un público escaso por tratarse de un viernes de Castañada (o Halloween, para la mayoría de los mortales), Joel Bardolet, Pau Codina y Marc Heredia firmaron una velada de gran categoría, capaz de combinar el alto voltaje emocional con un cuidado tímbrico y formal muy trabajado. En este sentido puede afirmarse plenamente que son lo que hace una década esperábamos que fueran: una formación madura, de referencia, con un sonido propio y una complicidad que trasciende el virtuosismo individual, otorgando al conjunto una pátina pulida y cohesionada que los ha convertido en un referente.
El Trío op. 39 de Salvador Brotons comenzó con una introducción en la que la voz del violonchelo —Pau Codina— proyectaba una tensión oscura que evocaba, en ciertos pasajes, la sombra de Shostakóvich. Bardolet respondió con una línea de violín nocturna y lírica; Heredia, al piano, marcó la direccionalidad y las conexiones armónicas con una precisión que dio sentido dramático a los episodios contrastados. Cuando la obra exigía esos tours de force, el Fortuny no cayó ni en la grandilocuencia ni en la simple exhibición técnica: la integridad del discurso —transiciones medidas, silencios pensados y una coda fulminante controlada— demostró su complicidad y el dominio del relato sonoro.
La interpretación del Trío op. 150 de Amy Beach puso de relieve la sensibilidad del grupo hacia una voz femenina del posromanticismo a menudo olvidada. La música de Beach requiere una dosis de luz interior: los momentos más íntimos florecieron sin sentimentalismos, con claridad y una sensación de pulcritud rítmica y de articulación, que resultó adecuada en los vericuetos melancólicos de la pieza.
Lo mejor del concierto llegó con el Trío op. 50 de Tchaikovsky, dedicado a la memoria de Nikolái Rubinstein, extremadamente exigente en intensidad emocional y arquitectura formal, especialmente en las variaciones, y que solo un trío de primer orden puede sostener. El Fortuny ofreció una versión vibrante, con una gama expresiva que iba del murmullo elegíaco a la plenitud sinfónica, pasando por la canción de cuna y el estilo de nocturno, diferenciando cada variación: la graciosa danza casi mendelssohniana; el paso fúnebre, denso y concentrado; la variación fuga, trabajada con una transparencia admirable; la mazurca; el dúo de cuerdas; o la culminación vertiginosa hasta el retorno del tema inicial. Aquí se alcanzó una intensidad de una nobleza conmovedora, sostenida por un largo silencio en medio que retrasó los merecidísimos aplausos.
Es obvio que los Fortuny conectan más allá de lo previsible: conmueven por el carácter tenuto y el legato de los meandros melódicos, fraseados con pulcritud y expansividad. Bardolet, Heredia y Codina son directos, claros, vibrantes y generosos; construyen con alientos románticos fruto de la amalgama de implicación, perfección técnica y una musicalidad natural. El bis, una delicada adaptación del lied Morgen! de Richard Strauss, cerró la velada con una serenidad llena de esperanza, como un agradecimiento compartido entre músicos y público.
El tejido musical de Sabadell, fundamental a nivel catalán, debería aprovechar la oportunidad de la residencia de estos músicos para grabar repertorio catalán como los tríos de Joaquim Serra, Granados, Cassadó u otros que merecen una lectura de referencia como la que ellos pueden ofrecer. Esperemos, al menos, que en el Principal esas obras suenen junto a los esperados Beethoven, Schubert, Brahms, Casablancas y otros.
Albert Ferrer Flamarich
Obras de Brotons, Beach, Tchaikovsky
Trio Fortuny
Teatro Principal de Sabadell. 31-10-2025