Hay estrenos que suponen un acontecimiento artístico muy especial. Sin duda, a esta categoría pertenece Enemigo del pueblo de Francisco Coll. Presentada en su ciudad natal, fue un encargo del Palau de les Arts Reina Sofía y Teatro Real de Madrid. En su nueva ópera y desde el primer sonido, el espectador se percata de que no asiste a la recreación de un texto de Henrik Ibsen, sino a su reencarnación en la actualidad contemporánea. Temas como la colisión entre verdad y poder, entre conciencia individual y masa colectiva, entre honradez y corrupción, pertenecen al día a día de nuestra realidad.
Francisco Coll, valenciano de 1985 y residente en Suiza, sin duda recordará este 2025 como un año muy feliz, no solo por haber estrenado en el Palau de les Arts, sino también haber recibido el Premio Nacional de Música 2025 en la modalidad de Composición. Su nueva ópera se compone desde la tradición española, pero desde una sensibilidad contemporánea. Su música, como su pintura, trabaja la textura, la sutileza del color, la densidad rítmica y la fricción entre capas. En ese sentido, Enemigo del pueblo podría leerse como una obra total: ópera, ensayo político, reflexión sonora sobre la verdad y, a la vez, un gran lienzo en movimiento. Quizá sea significativo que el compositor haya decidido también dirigir la obra. Su presencia en el podio fue la de un pintor orquestal que esculpe el aire, con gesto preciso, calculado y nunca teatral, siempre concentrado en la vibración mínima que hace que todo respire con vida orgánica.
La obertura ya es toda una declaración estética. Con un inicio vigoroso y brillante, que evoca la energía solar de Albéniz y el ritualismo de Falla, Coll construye un paisaje sonoro que parece emerger del Mediterráneo mismo. La percusión aporta a esta obertura un timbre muy especial y que incide en la contemporaneidad de esta música. La escritura densa, a veces microscópica y de cuidados detalles, sirve para desplegar la trama ibseniana propia de su teatro social. El libreto de Àlex Rigola sintoniza muy bien con la música. Su texto en castellano incide en la comunicación directa y emocional con el público. Los personajes hablan cantando, pero su recitado no es prosa, sino un tejido rítmico y discursivo que se funde con la orquesta, en un canto fluido y deudor de Wagner. En la escritura vocal no hay rastros de melodismo forzado que hace incomprensible el drama. Coll rehuye de grandes arias, números cerrados y una linealidad clásica. Su aproximación, más cinematográfica que la de una ópera convencional, busca un continuum narrativo, como si la cámara sonora se deslizara entre los personajes, registrando cada respiración o pensamiento.
La obra problematiza la relación entre individuo (personajes caracterizados como el Doctor, su hija o el Alcalde), frente al pueblo colectivo y unido, que despectivamente a veces es tratado por estos individuos como masa manipulable. El Cor de la Generalitat, dirigido por Jordi Blanch Tordera, se convierte en la conciencia del drama, una voz colectiva que aparece en calculados momentos. Como en la tragedia griega, el coro es la encarnación del pensamiento reflexivo de la obra.
La escenografía, de una sobriedad calculada, potencia el sentido simbólico del texto. En el primer acto, la escena está bañada por una luz marina, limpia, donde se intuye un mar lejano. Pero esa claridad se va enturbiando poco a poco, como las aguas del balneario contaminado que desencadenan el conflicto. Hacia el final del acto, la luz se vuelve noche y triunfan las sombras. El mar, que antes era promesa, se convierte en amenaza. En el segundo acto, el rojo nocturno domina con una violenta atmósfera, casi sanguínea, que transforma la asamblea pública en un ritual de purificación y condena. Y cuando el coro se retira, el mundo vuelve a la luz diurna, pero ahora es de una claridad gris, fría, como si el sol ya no pudiera limpiar la corrupción. La evolución lumínica es, pues, parte del discurso musical: una modulación visual paralela al arco sonoro.
Hay un momento de especial sutileza que merece destacarse. En medio del caos moral y la violencia del segundo acto, la música se detiene. Desde una nota “La” apenas perceptible de las cuerdas, Coll construye un unísono que poco a poco se descompone en microintervalos, fricciones delicadas que parecen representar el temblor de la conciencia. A medida que se añaden otros instrumentos e intervalos como el de una quinta, el sonido se expande hasta formar un acorde de gran belleza, suspendido, casi intocable. En la escena, solo un personaje, en su soledad como verdad última. Y entonces, desde fuera del escenario, el coro invisible pronuncia varias palabras, como “amor” y “empatía”. No hay sentimentalismo en ese gesto, sino una especie de humanismo esperanzador. La emoción se transforma en concepto, y el concepto en resonancia. La proyección de esas mismas palabras sobre la pantalla que hay en el escenario, establece un triple diálogo entre texto, imagen y sonido. En definitiva, un arte total sin grandilocuencia.
La relación entre música y materia atraviesa toda la obra. No es casual que el agua (ese elemento que contamina y purifica, que destruye y regenera) funcione como eje simbólico, o casi podría decirse como un leitmotiv. Desde el Op. 1 de Francisco Coll, Aqua Cinerea, el compositor ha explorado la sonoridad líquida, el flujo cambiante, la textura como forma. Aquí el agua no solo está en el argumento, sino en la propia escritura musical: ondulaciones tímbricas, resonancias superpuestas, un movimiento perpetuo que nunca se detiene del todo… Su reciente pintura dedicada a la DANA, en la que el relieve del lienzo evoca la violencia del agua sobre la tierra, encuentra su eco en esta ópera. Ambas disciplinas se entrelazan en un mismo impulso materialista y poético.
Como director, Coll mostró un gesto firme y sobrio, de precisión quirúrgica. No busca el efectismo ni la retórica, sino la construcción meditada de lo sonoro. Bajo su batuta, la Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó luminosa y densa a la vez, con un equilibrio admirable entre rigor técnico y flexibilidad expresiva. El resultado fue un sonido pleno, transparente en su complejidad, capaz de sostener tanto la violencia coral como los momentos de introspección.
El segundo acto alcanza su punto álgido con la asamblea pública, donde el coro, ya en escena, encarna al pueblo que acusa. Es una escena de extraordinario poder dramático. La masa vocal se organiza en oleadas que recuerdan a las multitudes que filma Eisenstein, pero aquí la violencia no está en la imagen cinematográfica, sino en la música y el escenario. Las disonancias se tensan y el espectador siente físicamente la presión del juicio colectivo. En ese instante, la ópera trasciende la historia ibseniana y se convierte en espejo de nuestra tumultuosa realidad política.
El final es de una bella melancolía contenida. El Doctor y su hija aparecen solos luego de que el coro haya salido de la escena. La orquesta se disuelve en una textura suave, casi transparente, donde los instrumentos de cuerda parecen respirar en un pianissimo que se evapora. Es el agua, de nuevo, que todo lo arrastra y todo lo deja en suspensión. No hay catarsis, sino disolución. La última nota deja al auditorio en reflexión.
El público, tras unos segundos de silencio (ese silencio que es también parte de la obra), estalló en un aplauso unánime. No fue la ovación rutinaria de una ópera de repertorio, sino una reacción profunda y muy agradecida por el estreno absoluto. El público prolongó el aplauso mientras salían todos los involucrados en la ópera, pero este se hizo más intenso que nunca cuando Francisco Coll apareció en el escenario. No es solo el triunfo de un compositor, sino de una concepción de la ópera como arte vivo, como reflexión del presente sobre sí mismo. El Palau de les Arts, con esta coproducción junto al Teatro Real, demuestra que su compromiso con la creación contemporánea es una apuesta muy exitosa y afirma que el repertorio del futuro se está escribiendo ahora, y que los clásicos solo tienen sentido si dialogan con las voces vivas. Porque este estreno nos enseña que el verdadero enemigo es la inercia de un pasado convertido en un museo de momias y una tradición que pone en una jaula la creación más contemporánea y necesaria.
En tiempos donde el arte se consume como una mercancía de entretenimiento rápido, Enemigo del pueblo nos recuerda que la ópera, en su sentido más profundo, puede ser un lugar muy especial donde la sociedad se mira y se juzga. Y que en esa mirada (dura, bella e incómoda), la música de Francisco Coll se alza como una de las voces más importantes del presente.
Joan Gómez Alemany
Palau de les Arts Reina Sofía, València, 5 de noviembre de 2025
Francisco Coll – Enemigo del pueblo (estreno absoluto)
Ópera en dos actos
Libreto de Àlex Rigola, basado en Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen
Francisco Coll, director
Àlex Rigola, dirección de escena
Jordi Blanch Tordera, director del Cor de la Generalitat Valenciana
Orquestra de la Comunitat Valenciana
Coproducción del Palau de les Arts Reina Sofía y el Teatro Real
Foto © Mikel Ponce