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Crítica / Riccardo Muti en Salzburgo - por Agustín Blanco Bazán

Salzburgo - 01/09/2025

En 1971 Herbert von Karajan confió un Don Pasquale en Salzburgo a la batuta de un treintañero que ya entonces comenzó a padecer el sino que lo irritó por todo el resto de su carrera. “¡Lo hubieras visto como sufría con el regisseur!” me comentó hace algún tiempo una antigua colaboradora del Festival. Y el mismo Riccardo Muti no puede dejar de recordar la vez en que sorprendió a la Norina de aquella oportunidad ensayando unas caras de monstruo que dificultaban su emisión de “Mi volete fiera?” en su dúo con Malatesta. “¿Qué te pasa? ¿Por qué pones esas caras” le preguntó Muti antes de concluir que “lo que ocurría es que el regisseur, que no sabía bien italiano, pensaba que ‘fiera’ tenía que ser una especie de arpía y no intrépida u orgullosa, según lo indicaba en este caso el libreto.” De cualquier manera sus talentos como director que sabe dirigir y ayudar a los cantantes están para quien quiera oírlos en la grabación de aquel Don Pasquale subida en YouTube. “¡Que Salzburgo el de entonces! ¡Y que gigantes aquellos: Karajan, Böhm, etc.”, comentaría Muti años después en una rueda de prensa en 2016.

A mí me tocó verlo por primera vez en Salzburgo hace exactamente cincuenta años, en un concierto del Mozarteum con obras de Mozart al frente de la Filarmónica de Viena, una orquesta simbióticamente relacionada con su evolución artística. ¿Qué la destaca de entre otras similarmente famosas? Muti dio su respuesta en una entrevista publicada por Bachtrack en 2023. Según él, antes era posible distinguir si una orquesta era alemana, italiana o francesa aún cuando se la escuchaba por radio. Pero después la ecualización y globalización introducidas en las técnicas de grabación comenzaron a hacerlas todas similares al artificiarlas en un sonido ideal. Y ello hace que las grandes orquestas se diferencien cada vez menos de las que no lo son. No así con la Filarmónica de Viena que, siempre según Muti, sigue preservando su sonido de acuerdo a una inalterada tradición: “Yo empecé a aprender de esta orquesta algunas formas de frasear típicamente austríacas, muy diferentes de las alemanas. En 1971 todavía había instrumentistas de la época de Wilhelm Fürtwängler or Bruno Walter, etc… Fue de la Filarmónica de Viena yo aprendí a dirigir Schubert y Mozart.” Por muchos años los instrumentistas lo llamaban “Herr Muti.” Hasta el 28 de julio del 2001: “Hoy usted ha cumplido sesenta” le dijo Werner Resel entonces presidente de los filarmónicos. “Ahora podemos llamarle ‘Maestro’”. “Y ahora me quieren porque puedo devolverles lo que aprendí de ellos” concluye Muti. “Karajan y Böhm ya no existen, y los jóvenes no tienen la experiencia de haber tocado bajo la batuta de estos gigantes. Ahora aprenden de mí.”.

Los frutos de este aprendizaje mutuo quedaron claros en el concierto del Maestro con sus vieneses en el Festival de Salzburgo de este año. En la cuarta sinfonía de Schubert, Muti comenzó con una asertividad intensa, exponiendo cuidadosamente las posibilidades armónicas de las maderas de viento. El Allegro desató las cuerdas decididamente en Vivace: incisivas, pero siempre permitiendo que la masa orquestal respirara a lo largo de ritmos inexorables, pero nunca precipitados. En el Andante la alusión de Muti al fraseo “austríaco” de los vieneses fue tan perceptible como en el idílico trío del minué en el movimiento siguiente. Y en el Allegro que cierra la obra, la unidad interpretativa brilló con un tratamiento cromático de genial gradación de las sombras a las luces. La transición del tema principal del do menor al mayor fue un milagro de espontaneidad, elegancia y calidez.

Entre las cosas que Muti aprendió de quienes ya eran viejos cuando él era aún joven está sobriedad de gesticulación. Algo bien de acuerdo al célebre decálogo de Richard Strauss para los directores de orquesta: “No sude mientras dirige, solo la audiencia debe acalorarse…Recuerde que usted no hace música para entretenerse personalmente sino para contentar a su audiencia.” ¡Pero cuantas veces he visto empaparse las camisas y los sacos de muchos directores, en Salzburgo y otros lados! El talentoso Currentzis es un ejemplo extremo y también lo es Simon Rattle unos súper-activos con predecesores de la época que tanto admira Muti: el bombástico Leonard Bernstein por ejemplo. O el nerviosísimo Georg Solti. Y aún Karajan, que las jugaba de sobrio a través de algunos elaborados gestos hieráticos. Por el contrario, no había nada de exhibicionismo en Böhm a quién Muti me hizo acordar en su tranquila parsimonia. Sólo en un momento de la segunda obra del concierto que comento, la tercera misa de Bruckner, gesticuló el Maestro con su mano derecha hasta el punto de hacer vibrar la batuta casi mágicamente, con la flexibilidad de un mimbre, en el momento del Et resurrexit tertia die del Credo. El resto lo hizo con la tranquilidad de quien dirige una orquesta de cámara, mientras la masa coral e instrumental arrollaba a un público genuinamente envuelto en eso que llamamos Pathos.

Mis anotaciones sobre este Bruckner que contó con el coro de la Opera de Viena, incluyen un Kyrie donde los interrogantes del concertino tuvieron que ser balanceados con una masa coral algo fuerte, un poco consecuencia de esa sonoridad “estéreo” inevitable en el mega escenario contra la roca de la Grosses Festpielhaus. Fue un Kyrie de dramatismo un poco a lo Verdi en la plegaria directa a la divinidad de la soprano y el bajo. Siguió un Gloria iniciado con un toque de suspenso operístico, una especie de cantábile en los fugados, y a partir de allí un desarrollo intenso y arrollador. El Credo fue una ópera en si misma por la coherencia de una narrativa apoyada en algunos contundentes sforzando con expresivas intervenciones de concertino y esos cornos realmente tan “austríacos” de los instrumentalistas vieneses. En el Benedictus Muti abandonó ocasionalmente la batuta para enfatizar con sus manos el cantábile de chelos y con similar entrega sonó el solo de oboe en la repetición del Kyrie al final. Y muy buenos los solistas: Ying Fang (soprano), Wiebke Lehmkuhl (contralto), Pavol Breslik (tenor) y William Thomas (bajo).

Durante todo este concierto me preocupé de chequear si el maestro se atenía a lo que una vez le vi enseñar a jóvenes directores de orquesta en una de las sesiones anuales de su Academia de Ópera Italiana Riccardo Muti. Y sí: cumplió al pie de la letra. Siempre mantuvo separada sus piernas para apoyar firmemente una gesticulación de sobriedad expresiva de una ética artística radicalmente opuesta a cualquier amaneramiento exhibicionista. Como otros maestros consagrados como tales por la Filarmónica de Viena, también Muti se siente simplemente un intérprete, ésto es, un mediador entre los compositores que aspira a servir con lealdad y una audiencia empeñada en recibir un legado vital y trascendente.

Agustín Blanco Bazán

 

Festival de Salzburgo 2025.

Riccardo Muti/Orquestra Filarmónica de Viena

Coro de la Ópera del Estado de Viena

Ying Fang (soprano), Wiebke Lehmkuhl (contralto), Pavol Breslik (tenor) y William Thomas (bajo)

Sinfonía número 4 “Trágica” de Franz Schubert y Misa número 3 en fa mayor de Anton Bruckner.

 

Foto © SF/Marco Borrelli

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