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Crítica / Philip Glass, por partida doble en Barcelona - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 27/10/2025

El pasado 24 de octubre, coincidiendo con las representaciones de la ópera Akhnaten de Philip Glass en el Gran Teatre del Liceu, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) propuso un programa que incluía otra obra del compositor de Baltimore: su Concierto para violín n. 1. Compuesto en 1987 por encargo de Gidon Kremer, se trata de una partitura que ha ido haciéndose un puesto en el repertorio. Y con todo merecimiento, cabría decir, pues en ella los breves patrones que se repiten incesantemente y constituyen la esencia del estilo minimalista de Glass se ven enriquecidos por un vuelo melódico inequívocamente lírico, una rítmica exultante y un sentido del color orquestal tan original como efectivo. Es una obra, en suma, que contradice a todos aquellos que califican la música del compositor de monótona.

Como solista actuó Alena Baeva, quien extrajo un sonido de gran pureza de su Guarneri del Gesù de 1738, conocido como “ex-William Kroll”. Hubo algún momento en el primer movimiento en que le resultó algo difícil hacerse oír por encima de la orquesta, pero en el segundo logró mostrar toda su belleza elegíaca, con esa larga melodía que va ganando poco a poco en intensidad, creciendo hasta acabar volviendo finalmente al silencio. En contraste, el tercer y último movimiento está dominado por un frenesí rítmico que reclama del solista una entrega total. La versión de Baeva fue electrizante, y otro tanto cabe decir de la dirección de Stephanie Childress, siempre clara y precisa a la hora de mostrar las diferentes capas melódicas y rítmicas con que Glass va construyendo su música.

Stephanie Childress repite esta temporada como principal directora invitada de la OBC y lo cierto es que es un acierto. A sus veintiséis años es una intérprete que no para de crecer, como lo demuestra programa a programa. Este, probablemente, haya sido el más redondo hasta la fecha de los que ha dirigido. Además de Glass, pudo escucharse el Ensayo para orquesta n. 2 (1942) de Samuel Barber, obra que abrió el concierto. El título no engaña: es una página construida a partir de una serie de ideas muy concisas, pero que dan pie al compositor a explorar caracteres muy diferentes, de lo lírico a lo dramático, así como a explotar las posibilidades que ofrece la orquesta, todo ello de un modo muy libre. Para un director, una partitura así, tan concisa y variada, es una ocasión perfecta para lucir técnica, y Childress no la desaprovechó.

En la segunda parte, la directora abordó la Sinfonía n. 2 en do mayor, op. 61 de Robert Schumann. Su lectura fue desbordante, con unos movimientos extremos llevados a ritmo vertiginoso y con una energía electrizante, pero sin esa monotonía discursiva que se da en otras batutas jóvenes en las que el único objetivo parece ser tocar lo más rápido posible. Aquí no, aquí hubo una inteligente gradación de las tensiones e intensidades, así como un acusado sentido del contraste que reproducía a la perfección la inspiración romántica, tan abrupta, exaltada y dramática, del compositor. El Scherzo, en cambio, destacó por la vivacidad y vuelo que Childress imprimió a violines y maderas, y no menos por la fluidez y elegancia con la que supo enlazar las secciones de trio con el tema principal. En lo que al Adagio expressivo se refiere, fue un modelo de contención y musicalidad de principio a fin.

La OBC se mostró a un alto nivel durante todo el concierto, sin esos altibajos entre una obra y otra a los que acostumbra con otras batutas, incluida la de su titular Ludovic Morlot. Esta, de hecho, probablemente haya sido su mejor actuación en lo que va de temporada. Y, sin duda, la batuta de Childress tuvo mucho que ver en ello.

Juan Carlos Moreno

 

Alena Baeva, violín.

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Stephanie Childress.

Obras de Barber, Glass y Schumann.

L’Auditori, Barcelona.

 

Foto © May Zircus

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