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Crítica / Órgano sinfónico - por Luis Mazorra Incera

Madrid - 10/06/2025

El Preludio y fuga en do menor (BWV 546) de Johann Sebastian Bach es una obra que merece capítulo aparte. Un portentoso preludio que precede a una fuga hoy con sus ornamentos en la propia exposición del sujeto (y, por ende, en sus múltiples entradas… incluidas las del pedal… ¡con resolución incluida a menudo!), se desplegaron con contundencia en las curtidas manos (y pies) de David Briggs en el ciclo BACH-Vermut del Centro Nacional de Difusión Musical.

Una obra espectacular en lo que supone para las posibilidades retóricas originales del órgano como tal instrumento. Una obra monumental también en su registración para acometer un programa donde el savoir-faire del intérprete se extendía pronto al arreglo, al arreglo propio, claro está, y a la improvisación incluso, ya en su último suspiro (en sus dos últimos suspiros, si contamos con la propina).

Y sí, según seguía, tras el contundente Bach de rigor, un arreglo de una conocida, serena y popular página sinfónica y pianística. El arreglo de Briggs de la Pavana para una infanta difunta de todo un prodigio de la orquestación como fuera Maurice Ravel. Una empresa difícil por la celebridad y genialidad del modelo, loas modelos: obra y autor. Un modelo, el de Ciboure, que se luce por igual en su conocimiento de la expresividad íntima del piano, su instrumento, como en la de la orquesta… (¡su instrumento también…!)

El mito de la hilandera ha sido tema de inspiración artística en todo tiempo y lugar: pintura y música (a menudo aquí, en perpetuum mobile con su brusco y trágico desenlace). En este fértil panorama de inspiración, interesante, bien dispuesta y estimulante tanto por gusto como intelectualmente, La hilandera de la Suite bretona de Marcel Dupré.

De la Primera sinfonía para órgano de Louis Vierne nada menos que su espectacular Final. Dificultades límite en el órgano sinfónico del que, por unas razones u otras, no íbamos a salir por un buen tiempo en este programa. Dominio y solidez organísticas en movimientos de verdadero compromiso, tanto en el Dupré precedente, como ahora, con Vierne: — Chapeau!

De la Tercera sinfonía “Renana” de Robert Schumann, volvimos a un arreglo marca de la casa. Un difícil arreglo esta vez, virtuoso por partida doble (por composición e interpretación) de sus dos movimientos finales.

De un lado, el impresionante, ya lo es en su contexto, cuarto movimiento, Solemne (Feierlich) donde ya Schumann trataba de emular (o, mejor aún, de sugestionar al público en el estilo de nuestro legendario Maese Pedro…) con el sonido del órgano (el de la Catedral de Colonia, según cuentan las crónicas) obtenido por la orquesta sinfónica (la de su tiempo quizás más impresionante que la actual, con la irrupción de los trombones del viento metal) y, además, por otro lado el Vivo (Lebhaft) final que le sigue en la sinfonía, su quinto y último movimiento. Ambos de esta guisa, envueltos en la misma sugestión misteriosa y ciclópea. Todo tipo de acoples de teclados en un final, al tiempo, espectacular en lo sonoro y en lo visual.

Una mayestática Improvisación de David Briggs donde se plasmaba toda su maestría, cerró el programa previsto. Ceremonioso crescendo, pausado pero implacable, que llevó su textura al lleno final, clavando rigurosamente, por cierto, la hora dispuesta para el concierto en este ciclo…

Pero… con el entusiasmo del público y sus aplausos… con simpática gesticulación desde las tablas del escenario, mirando su reloj… sí, tuvimos propina… y propina a ritmos de pasodoble e hilandera (fileuse…) de nuevo: ¡que viva España!

Luis Mazorra Incera

 

David Briggs, órgano.

Obras de Bach, Briggs, Dupré, Schumann y Vierne.

CNDM. BACH-VERMUT. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

 

Foto © Elvira Megías

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