Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Nitteti, siervos tuyos tres siglos después - por Simón Andueza

Madrid - 12/05/2022

Asistimos el pasado 7 de mayo al restreno en tiempos modernos de La Nitteti, ópera de Niccolò Conforto, escrita en 1756 expresamente para la corte española de los monarcas Fernando VI y Bárbara de Braganza, conocidos melómanos que promovieron la música como uno de los mayores placeres para el disfrute propio, de la corte y del pueblo, rodeándose para ello a algunos de los mejores músicos europeos, como el afamado Carlo Broschi, Farinelli, castrato italiano considerado como la mayor estrella de la ópera de la época. A Farinelli se le nombró, además, responsable de los espectáculos regios.

Fue evidentemente Farinelli quien encargara esta ópera a los que consideraba como el mejor libretista del momento, Metastasio, y a uno de los más prestigiosos compositores de ópera, Niccolò Conforto. A su vez se rodeó de un notorio elenco vocal con cantantes mayormente italianos, con un tenor alemán, y que otorgaba el papel protagonista a la soprano Teresa Castellini, amante del propio Farinelli.

Estrenada con ocasión del cumpleaños del Rey, la ópera tuvo un rotundo éxito, representándose en veinte ocasiones durante tres años. Además, Farinelli la consideró como una de sus óperas favoritas, y para inmortalizar la trama encargó al pintor Francesco Battaglioli una serie de cuadros inspirados en las tramas principales de La Nitteti. Estas pinturas decoraron durante años los muros del palco y del antepalco del Real Coliseo del Buen Retiro de Madrid, lugar don aconteció su estreno.

Este preámbulo es fundamental para que podamos comprender la enorme importancia de una ópera que cayó en el olvido, y que gracias al enorme esfuerzo del Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU), capitaneado por su director, Álvaro Torrente, junto con todo su equipo y especialmente con los encargados de plasmar una nueva edición crítica en papel, José María Domínguez y el propio Javier Ulises Illán, director de Nereydas, han devuelto a la vida una obra fundamental en la Historia de la Música Española tres siglos después. Como pudimos comprobar los afortunados asistentes a esta velada, la música es de una calidad sublime y de una originalidad máxima.

Esperamos que esta fabulosa efeméride, programada en uno de los ciclos estrella del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), el Ciclo Universo Barroco de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, sea una constante, al contar la velada con un grupo español, Nereydas, un director español, Javier Ulises Illán, y un fabuloso elenco solista de cantantes asimismo españoles, más allá del propio repertorio que hoy nos ocupa.

Nereydas, agrupación creada y dirigida por Javier Ulises Illán, apareció en escena presentando una formación en consonancia con otros eventos de similares características de este ciclo, con una cuerda de 5-4-2-3-1, viola d’amore, dos oboes, fagot, dos flautas, dos trompetas, dos trompas, percusión, órgano, dos claves y cuerda pulsada, orgánico que anticipaba la riqueza tímbrica y la creatividad que íbamos a descubrir durante la noche.

La sinfonía reveló algunas de las virtudes de la orquesta y de su director, destacando la belleza del sonido de los violines en los unísonos más dolces, contagiándonos de refinamiento danzable impuesto brillantemente por Illán en el minueto Alla francese de su segundo movimiento, con algunos colores realmente originales en la orquestación, como fueron las notas tenidas de las trompetas, excelentemente bien tañidas por César Navarro, de quien pudimos disfrutar de esa pose característica en jarras de los trompetistas naturales puristas -que emplean trompetas sin agujero alguno-  y José Antonio Padilla.

La larga sucesión de recitativos y arias, diecinueve, es de una magnitud tal que los intérpretes decidieron acortar muchas de ellas, algo que no impidió, no obstante, que el espectáculo durara con dos breves pausas, más de tres horas y media.

Nitteti, la protagonista de la ópera dispone de un total de cuatro arias, las mismas que Beroe y Sammete, con lo que se demuestra en quién recae el mayor peso de la acción, que transcurre en el antiguo Egipto y que narra las aventuras y desventuras de Nitteti y Beroe, mujeres con identidades intercambiadas. Nitteti es aparentemente una princesa egipcia, mientras que Beroe, supuesta pastora, es la verdadera princesa egipcia. La identidad de la princesa fue ocultada en su nacimiento para evitar desgracias mayores. La ópera desvela al final quién es realmente quién no antes de acontecer mil y un enredos y equívocos que desatan todo tipo de pasiones humanas, afectos fantásticamente plasmados en la música por Conforto.

Nuria Rial es la encargada de dar vida a Nitteti, quien posee sin duda algunos de los momentos más inspirados de la composición. Debemos detenernos obligatoriamente en el momento más mágico y abrumador de la velada, el aria Se fra gelosi sdegni, que pudiera considerarse una cantata en sí misma. Como señalaba más arriba, la protagonista, Teresa Castellini fue amante de Farinelli, que fue además de cantante, intérprete de la viola d’amore. Como si de una maravillosa velada amatoria se tratara, específicamente diseñada para dos amantes condenados a ocultar su idilio, Conforto idea un diálogo musical exquisito entre la soprano y la viola d’amore, solista en esta aria, dibujando soberbios diálogos que van entremezclando a ambos solistas, creando toda una danza amorosa verdaderamente inolvidable.

Nuria Rial, como en el resto de sus intervenciones, fue toda una dicha de pulcritud, pureza de sonido, claridad en las coloraturas y, en este caso, de sensualidad ensoñadora. Valerio Losito, afortunado tañedor de una viola d’amore de Ferdinando Gagliano de 1775, estuvo al nivel que este placentero momento requería, mediante un sutil y cálido sonido. Fue asimismo soberbia la cadencia final a dúo, a modo de un formidable diálogo que imaginamos en los cuerpos de Broschi y Castellini. Si esta fantasía no fuera suficiente, el compositor napolitano da un color absolutamente extraordinario a la pieza con la incorporación de dos traversos que hacen todavía más especial este momento.

El otro alter ego de la velada, Beroe, recayó en la soprano Ana Quintans, quien posee un timbre más oscuro, y que fascinó con su técnica y musicalidad. Sus arias fueron en muchas ocasiones de un exigente control del fiato, que fueron solventadas sin problema alguno. Estuvo especialmente brillante en los momentos más dramáticos, mostrando un carácter soberbio en sus cambios de afecto.

La soprano María Espada asumió el rol masculino de Sammete en esta ocasión, originalmente encargado al afamado castrato Filippo Elisi, dueño de una de esas prodigioses voces para las cuales los compositores imaginaban todo tipo de extravagancias y circenses pasajes. Este difícil encargo no fue obstáculo alguno para nuestra querida María Espada, cuyas virtudes y excelencias son de sobra conocidas. Así, superó con absoluta solvencia los endiablados juegos melódicos y pasajes repletos de fugaces coloraturas, mientras que la extrema tesitura que en ocasiones le fue requerida no fue problema alguno, mostrando extraordinarios agudos y asombrosos graves.

Otro de los castrados del cast original fue Emanuele Cornacchini, y que cuya tesitura más grave definen mejor al rol masculino de Amenofi. En esta ocasión la soprano Lucía Caihuela se puso en su piel, manteniendo el magnífico nivel vocal del elenco solista. Caihuela, dueña de un cálido timbre que se acerca al de una mezzosoprano, dio muestras en todas sus intervenciones de una gran expresividad en los recitativos y de una gran técnica vocal que le permite controlar los largos fraseos cómodamente, así como mantener un registro completamente equilibrado tanto en el agudo como en el grave.

El tenor americano Zachary Wilder fue el único solista vocal no perteneciente a la Península Ibérica, siendo su elección quizás un guiño al intérprete que originalmente dio vida a Amasi, el tenor alemán Anton Raaff. Este personaje, vital en el desenlace de la ópera al desvelar toda la engañosa y enrevesada trama, requiere se un solista de mucha solvencia, dada la complejidad de sus arias. Afortunadamente, Wilder es un soberbio y reconocido tenor que actúa con los más reconocidos ensembles mundiales, y quien demostró el porqué. Dueño de una hermosa voz, no especialmente grande, sus complejísimos pasajes veloces fueron solventados con gran naturalidad, a la vez que su dicción italiana fue exquisita, algo fundamental para comprender el final de la ópera en sus recitativos.

La soprano Paloma Friedhoff encarnó a Bubaste, capitán de la guardia real egipcia, originalmente interpretado por el sopranista Giacomo Veroli. Sus breves pero arriesgadas intervenciones en los recitativos fueron ejercidas con mucha seguridad y estuvieron llenos de personalidad. Su aria, La mia virtù sicura, supo continuar de esta caracterización, con un desempeño musical a la altura de sus colegas.

El barítono Víctor Cruz desempeñó la labor de ser el bajo en el único coro con tesitura de bajo de la ópera, que fue interpretado por un solo cantante por cuerda.

Nereydas es una orquesta historicista que cuenta con una cuerda muy solvente como describí al comienzo y que en esta ocasión contó con un colorista y rico bajo continuo de excepción, con dos intérpretes de clave, uno para el ripieno, David Palanca y otro que además se encargó de los solistas vocales, el siempre vital e imaginativo Daniel Oyarzábal. Los tres violonchelistas y el contrabajo de Ismael Campanero dieron la rotundidad y estabilidad que el conjunto necesitaba, en donde mencionaremos a un siempre entregado y solvente Guillermo Turina en las labores de solista. Además, contaron con la presencia siempre magnífica de Manuel Minguillón en la cuerda pulsada, otorgando una calidez e intimidad preciosa en los recitativos en donde solamente permanecía activa la tiorba, contrastando con los vitales y potentes rasgueos en la guitarra en los tuttis, que dotan al conjunto de una riqueza superior.

El percusionista Daniel Garay se mostró estable y ejerció de sólida base en su desempeño de los timbales. Además, nos regaló fabulosos momentos teatrales en escenas turbulentas con la máquina de viento o con la de truenos, a la vez que dio un colorido especial en el aria Sono in mar, non vego sponde, al emplear un evocador ocean drum.

A Javier Ulises Illán debemos agradecerle su gran compromiso con nuestro formidable patrimonio musical, que ya no solo dirige en concierto, sino que también ha llevado a cabo la primera edición crítica de esta obra, a la vez que se encarga de inmortalizarlo, puesto que en breve saldrá al mercado la inminente grabación discográfica de La Nitteti.

En lo estrictamente musical, Illán plasmó en la dirección ese compromiso, disfrutando y haciendo disfrutar a cada músico de su contagiosa musicalidad y entusiasmo. Siempre atento a cada entrada de los solistas o de los instrumentistas, fue de especial relevancia el control sobre el balance sonoro entre orquesta y cantantes, permitiendo, sobre todo en la primera mitad de la ópera, que las voces pasaran sin problema al sonido instrumental, algo a lo que no estamos demasiado acostumbrados. Además, fueron muy elocuentes sus fraseos y las indicaciones sobre los crescendi o decrescendi, obedecidos a la perfección por toda la orquesta.

Los calurosos vítores y aplausos de un público realmente fascinado por esta música no desembocaron en el añadido de alguna propina, sobremanera cuando la extensión de la música fue de una duración no especialmente corta, cuando eran casi las once y media de la noche.

La pregunta que ahora nos hacemos es ésta: ¿para cuándo una representación escénica de La Nitteti?

Simón Andueza

 

Núria Rial, Ana Quintans, María Espada, Lucía Caihuela y Paloma Friedhoff, sopranos, Zachary Wilder, tenor, Víctor Cruz, barítono.

Nereydas, Javier Ulises Illán, director.

Niccolò Conforto: La Nitteti

Ciclo Universo Barroco del CNDM.

Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid.

7 de mayo de 2022, 19:30 h.

 

Foto © Elvira Megías

977
Anterior Crítica / Cuatro cuartetos (+1) - por Luis Mazorra Incera
Siguiente Crítica / Una gran soprano, en un papel a su medida - por Francisco Villalba