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Crítica / Mosqueteros del órgano - por Luis Mazorra Incera

Madrid - 17/11/2025

Con el ánimo del coral Nun danket alle Gott, BWV 657 (Demos todos gracias a Dios) de Johann Sebastian Bach arrancó el concierto protagonizado por Monica Melcova, y, esta vez, compartido, tras aquel breve Bach protagonista y titular del ciclo sabatino del CNDM (Bach Vermut), por el director y actor Max Linder, con su magistral película de cine “mudo”: Los tres mosqueteros (The Three Must-Get-Theres). Una personal versión fílmica, entre surrealista, histórica e histriónica, atlética incluso (en especial su Dart-In-Again, D’Artagnan para los amigos), del popular argumento de Alexandre Dumas.

Improvisaciones al órgano de Monica Melcova adaptadas en vivo, como banda sonora de la película de cine “mudo” citada, que arrancaron con coraje en una poderosa moderna modalidad, momentos antes de los créditos iniciales de la película, hasta su remate con los otros créditos finales más detallados.

Una película singular que es todo un monumento a la transgresión burlesca de amable y disparatada comicidad, discrecionalmente espolvoreada por todo el filme, con sus leves sorpresas, algo ingenuas a veces, geniales otras (como el teléfono, la moto o la máquina de escribir… por sólo citar algunas al paso), pero que, curiosamente, no han envejecido (en conjunto) tanto como podría uno pensar a primera vista. Un mérito que también se debe a la excelente y atrevida interpretación de todos, especialmente de su celebrado protagonista. Una interpretación, por cierto, no exenta de sus peligros, físicos también.

Pero si algún elemento es destacable en esta joya del celuloide, al margen de sus adelantados gags y memes, es su dinámico y eficaz montaje. Un montaje veloz y con su propia vis cómica, narrativo también (con metáforas intercaladas harto sugerentes e ilustrativas, como la medular, “capilar” mejor dicho, que lleva de cabeza, en su mano, el taciturno Cardenal Richelieu… o Richie-Loo, como deseen). Un montaje estimulante y clarificador en el que los planos siempre ganaban de improviso, algún entero inesperado. Un planteamiento que traspasa paredes, convenciones o géneros, que cuenta con la complicidad del espectador, del que han bebido muchos humoristas posteriores hasta la actualidad.

Un montaje imaginativo sobre el que Mónica Melcova esgrimió a su vez, buena cantidad de ágiles recursos temáticos, armónicos, melódicos y sus texturas, a lomos de una tímbrica definida, siempre en combinación con el amplio abanico de registración que ofrece con generosidad el órgano Grenzing de la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música.

Luis Mazorra Incera

 

Mónica Melcova, órgano.

Obras de Bach e improvisación de Melcova.

CNDM/Bach Vermut. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

 

Foto © Elvira Megías

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