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Crítica / Maria volvió a reinar en Sevilla - por Carlos Tarín

Sevilla - 07/05/2025

Maria Padilla es una joven noble sevillana que se enamora de Méndez, nombre que esconde al rey Pedro I de Castilla, para unos “el Cruel” y para otros “el Justo”. Ella rompe en cólera al saber su verdadera identidad, temiendo ser una más de sus conquistas. El joven le manifiesta su verdadero amor y está dispuesto a casarse con ella en secreto, a lo que ella accede. Pedro es hijo de Alfonso XI y María de Portugal, pero cuenta con hermanastros ilegítimos -fruto de la unión de su padre con su amante Leonor de Guzmán- que desean el trono de Castilla, y a los que apoya el padre de Maria, Don Ruiz. Este se presentará en la corte de manera anónima e insultará y desafiará a Don Pedro que lo manda encerrar y azotar -en la versión de Rossi es ajeno a lo político y se centra sólo en el deshonor caído sobre Maria y su familia-. Maria es informada por Ramiro de Alburqueque del trato a su padre por el rey con el fin de enojarla y alejar su influencia en la Corte; pero al enterarse la joven de que Pedro se va a casar con Blanca de Borbón, vuelve a Sevilla, y en el momento en que el rey va a coronar a Blanca como reina en la Catedral, esta le quita la corona para ceñírsela ella; sin embargo, muere seguidamente consumida por el dolor.

Así termina la ópera de Donizetti. Pero un año más tarde (1362), Pedro hará público en las Cortes de Sevilla su casamiento secreto con Maria, a la que declaraba su verdadera esposa y, por tanto, reina y, como tal, merecedora de reposar en la Capilla Real de la citada Catedral hispalense. Pedro sería asesinado por su hermanastro Enrique en Montiel (1369), ya que cuando Pedro lo tenía vencido, recibió la ayuda in extremis del ayudante de Enrique, Bertrand du Guesclín. El ya Enrique II, mandó pasear su cabeza en una pica por los territorios que todavía eran fieles a Pedro. Este recibió sepultura en el monasterio de Puebla de Alcocer, luego en el monasterio de Santo Domingo el Real de Madrid, siendo trasladado posteriormente al Museo Arqueológico de la capital hasta que finalmente sus restos llegaron a la Capilla Real de la Seo hispalense en 1877, donde pudieron descansar junto a Maria, más de 500 años después. No digan que no es una historia para una ópera.

Desde entonces el relato ha sido novelado, teatralizado o musicado en muchísimas versiones en toda Europa, aunque Donizetti supone el punto de referencia con el libreto de Gaetano Rossi (estreno en la Scala de Milan, 26/12/1841); sin embargo, tras el éxito inicial (estuvo en cartel 24 días seguidos) la ópera dejó de representarse. En el siglo XX sólo se ha repuesto en 1973 en Londres y en 1990 con Renée Fleming. Aquí llegaba en versión de concierto, y eso que su posible teatralización tendría como escenarios la Catedral gótica más grande del mundo o el Alcázar, que en la actualidad sigue siendo residencia oficial de los monarcas españoles, caso único en Europa.

Pudimos admirar una ópera con todo el acierto donizettiano de sus melodías inspiradas -quizá con menos coloraturas de lo que pudiéramos esperar-, pero quizá ello acentuaba aún más la intensidad de los roles. Pero aún Maria Padilla tuvo que soportar unos últimos contratiempos: el director musical previsto, Ricardo Frizza, sufriría una dolencia cardiaca que le impediría estrenarla, contando con la dirección en el último momento del director ucraniano Sasha Yankevych, que a su vez sufriría otro revés, al coincidirle con el apagón, lo que le dejó sólo cinco días para preparar la ópera. Y a pesar de ello su trabajo fue encomiable y su conocimiento del estilo donizettiano le permitieron asumir su trabajo con musicalidad, equilibrio orquestal y abundancia de contrastes; y, sobre todo, con el máximo respeto a las voces, siguiéndolas fielmente para no sobrepasarlas.

Pero además es que se contaba con un reparto muy atractivo, comenzando por su protagonista, una Maria cantada por Kristina Mkhitaryan, soprano de registro muy completo, con un timbre muy hermoso, emisión muy presente y color sugestivo. No evitó ningún peligro, y eso que su presencia era constante, tanto a solas, como en los numerosos dúos o concertantes. También demostró soltura en las secciones melismáticas o asumió el reto descendiendo en picado desde el sobreagudo hasta el límite de sus graves (“¿Lo oyes, padre?”). Precisamente después de numerosos sobreagudos todavía guardaba uno para el final, que mantuvo a pesar del evidente cansancio tras su entrega.

Y además resultó hacer buena pareja del don Pedro de Andrey Zhilikhovsky, de voz portentosa, clara, con cuerpo, hasta tal punto de hacernos sospechar que sólo destacaba en el forte; sin embargo, también hacia el final supo desenvolverse muy bien en la mezza voce; y aunque su presencia no fuese tan viva como la de Maria, lo cierto es que cuando salía a escena se notaba una entrega total.

Nótese que seguramente no volverán a cantarla, y todo su aprendizaje memorístico fue para una sola función: pero cómo la defendieron. Porque en la Doña Inés de Silvia Tro Santafé también había entrega, un timbre hermoso y con momentos de intenso brillo, desenvolviéndose con naturalidad entre los graves más comprometidos. Fue muy interesante la voz del tenor Francesco Demuro (Don Ruiz), también muy activo, con un color y técnica por la que nos recordaba al tenor modenés Luciano Pavarotti. Es de esos tenores líricos con cuerpo, buena emisión, claridad de dicción y buena expresión, y si acaso nos pareció acusar en ocasiones un casi imperceptible cansancio, que superaba con un poco de tiempo en silencio, ya que el personaje lo permite.

Un caso destacado que nos pareció que se iba abriendo al brillo desde colores opacos fue el de David Lagares (Don Ramiro), que además fue ganando también inteligibilidad, sin perder esa potencia que siempre atesora. Con él triunfaron también Carolina Rotela (Francisca), Oscar Oré (don Luis) y Julio Ramírez (Don Alfonso), así como el Coro, que fue a más a medida que transcurría la ópera. Esperemos que tarde o temprano la ópera alcance su plenitud con una producción acorde.

Carlos Tarín

 

Kristina Mkhitaryan, Andrey Zhilikhovsky, Francesco Demuro, Silvia Tro Santafé, David Lagares, Óscar Oré, Carolina Rotela, Julio Ramírez / Sasha Yankevych.

Coro Teatro de la Maestranza.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Sasha Yankevych.

Teatro de la Maestranza, Sevilla.

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