Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / María de Buenos Aires, el tango como metáfora de sí mismo - por Paulino Toribio

Madrid - 16/07/2025

Buenos ingredientes para la segunda de las óperas de cámara del Festival Ópera a Quemarropa de la Comunidad de Madrid, en esta ocasión María de Buenos Aires, una obra basada en textos del poeta uruguayo nacionalizado argentino Horacio Ferrer (1933-2014, escritor, poeta e historiador del tango) y música de Astor Piazzola (1921-1992, bandoneonista, director de orquesta, arreglista y compositor argentino).

El poeta Horacio Ferrer presenta un texto del año 68 con numerosas alusiones y giros porteños, un lenguaje denso, plagado de imágenes y metáforas, con una gran carga emotiva y una duda existencial que todo lo impregna, así es el tango: demoledor, sensible, frágil, duro, decadente y al mismo tiempo vital, se sabe necesario y presente no solo para el argentino sino para el mundo entero.

“Ahora que en la sórdida tensión filibustera

de un clave bien trampeado tocan tangos con tus huesos 

las manos desveladas de un Caín y una trotera”

Con respecto a la música de Piazzola poco más se puede decir que no se haya dicho, es arrolladora, sensible y necesaria.

Los intérpretes: Javier Cedrón, violín, Helena Sousa, acordeón, Mario G. Cortizo, teclado y guitarra y Daniel González, clarinete alto y bajo.

El conjunto ofreció una sonorización muy lograda, aunque el violín resultó algo desdibujado, especialmente en la primera parte —una carencia notable dado el papel fundamental de este instrumento en el tango. No obstante, Javier Cedrón desarrolló un trabajo sólido, resolutivo y profesional. Mario G. Cortizo, percusionista, compositor y creador sonoro, asumió en esta ocasión el teclado, la guitarra y la dirección de sonido, estructurando el conjunto con buenos resultados. Su incorporación de diversos patches de percusión a través del teclado fue efectiva, aunque la percusión en directo siempre aporta una dimensión visual y escénica más seductora. Destacó la presencia magnética del acordeón de Helena Sousa, mientras que el clarinetista Daniel González supo aportar el contrapunto colorista necesario alternando entre clarinete alto y bajo.

Teresa Garzón, protagonista absoluta en el papel de María de Buenos Aires, demostró su versatilidad como actriz, bailarina, cantante, directora de escena y coreógrafa. Su dominio resultó especialmente notable en el baile y la coreografía, donde desplegó una técnica y expresividad extraordinarias. Como actriz logró transmitir la complejidad del personaje con convincente naturalidad, mientras que su faceta vocal, aunque competente, se mantuvo en un registro más discreto dentro del conjunto de sus habilidades artísticas.

Destacó especialmente la interpretación del barítono Borja Quiza, quien desplegó una voz redonda, poderosa y de excelente timbre, complementada por una sólida presencia escénica y un convincente dominio de la coreografía asignada. El resto del elenco lo conformaron dos bailarines contemporáneos que enriquecieron la trama dramática mientras sometían a María a una serie interminable de acrobacias: la arrastraban en direcciones opuestas, la envolvían y desenvolvían con una gran tela omnipresente que acompañó toda la representación. La intensidad de esta coreografía desaforada llegó al extremo de provocar la pérdida de la megafonía, obligando a interrumpir la representación. Si bien se trata de los riesgos inherentes al teatro en directo, este tipo de incidentes técnicos requieren una resolución más ágil y profesional para no quebrar el ritmo del espectáculo.

Los recursos escénicos despliegan una abundancia que roza la saturación, reflejo quizá del propio barroquismo del tango. La propuesta visual se articula a través de múltiples elementos simbólicos: una luz sujeta a un palo que actúa como guía conductora —o tal vez como una luna resquebrajada que ilumina el desgarro existencial—, una percha que desciende y asciende transportando el vestuario de los protagonistas, globos que se desinflan proyectándose hacia el público como suspiros de melancolía, y un rollo de papel que se extiende de extremo a extremo del escenario, creando un hilo narrativo visual.

El diseño lumínico establece de forma reiterada atmósferas claustrofóbicas que subrayan la condición existencial de María, atrapada en los engranajes de su profesión y las circunstancias de su mundo. Particularmente acertado resulta el recurso de la percha móvil, que al descender y ascender genera un movimiento vertical que trasciende lo meramente funcional para convertirse en metáfora del ascenso y descenso vital de los personajes. Este elemento establece un juego visual y conceptual de notable efectividad dentro de la propuesta escénica.

Los globos, por su parte, aportan un contrapunto sutil y colorista que alivia puntualmente la densidad dramática, funcionando como recursos versátiles que oscilan entre lo lúdico y lo melancólico.

El clímax de la obra nos conduce al parto de María en una escena de notable factura visual, donde la puesta en escena despliega una estética sugerente y de gran plasticidad. La secuencia trasciende lo meramente narrativo para adentrarse en el terreno de lo simbólico, estableciendo una deliberada confusión entre el parto terrenal de María y la Anunciación bíblica, creando así un paralelismo con el nacimiento de Cristo que eleva el momento a una dimensión casi sacra.

Esta fusión conceptual no resulta fortuita, sino que responde a una búsqueda estética que hermana lo profano con lo sagrado, lo cotidiano con lo trascendente. La dirección escénica logra que el dolor del alumbramiento se transmute en revelación mística, mientras que la iluminación y la disposición de los elementos escénicos refuerzan esta dualidad conceptual. Los bailarines, la gran tela omnipresente y los juegos de luces convergen para crear una atmósfera que oscila entre lo carnal y lo espiritual.

La secuencia constituye uno de los momentos más logrados de la propuesta, donde la síntesis entre música, movimiento y simbolismo alcanza su máxima expresión.

“La pequeña nació un día que estaba borracho Dios:

por eso, en su voz, dolían tres clavos zurdos...

Nacía con un insulto en la voz!”

Durante la interrupción de la representación se produjo una visible deserción de parte del público, cuyas motivaciones resultan ambiguas: si bien podría atribuirse al incidente técnico que afectó la sonorización de María, no puede descartarse que las directas y trasgresoras alusiones al paralelismo entre María de Buenos Aires y María de Nazaret generaran incomodidad en algunos espectadores.

El tango abraza sin reservas la totalidad humana: lo marginal y lo sublime, lo profano y lo sagrado, la depravación y la delicadeza, forjando en esa síntesis de extremos su fuerza vital.

El tango es como una metáfora de sí mismo.

Paulino Toribio

 

Dirección artística: Borja Quiza
Dirección escénica y coreografía: Teresa Garzón
Diseño de iluminación: Cristina R. Cejas
Diseño de escenografía y vestuario: Teresa Garzón
Sonido: Mario G. Cortizo
Producción: Ana F. Mourente

Texto: H. Ferrer

Compositor: Astor Piazzolla

Equipo artístico: Teresa Garzón, Borja Quiza, Marcos Martincano, Alex Awa, Helena Sousa (acordeón), Fernando Briones, Javier Cedrón (violín), Daniel González (clarinete)y Mario G. Cortizo (teclado y guitarra)

Una producción de: Galemúsica

Viernes 4 de julio de 2025. Teatro Auditorio San Lorenzo de El Escorial

ÓPERA A QUEMARROPA - Festival de Ópera de Cámara de la Comunidad de Madrid

42
Anterior Crítica / La OFGC cierra temporada con una velada de zarzuela - por Juan Francisco Román Rodríguez