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Crítica / Leningrado: Stalin la destruyó y Hitler la remató - por Genma Sánchez Mugarra

Bilbao - 12/11/2025

En 1942, la ciudad de Leningrado, sitiada por los nazis, se había quedado sin electricidad, sin agua, sin comida y entre sus habitantes se encontraban ciudadanos de gran prestigio como el compositor Dmitri Shostakovich, considerado, en algunos momentos como un gran héroe soviético y, en otros, como el enemigo del pueblo. El ejército alemán tenía la consigna de hacer desaparecer la cuidad por completo, incluidos todos sus habitantes (lo que recuerda a lo que se está viviendo, en estos momentos, en Gaza) ya que Hitler consideraba a los eslavos, como a los judíos, como una raza inferior.

Con el avance de los alemanes comenzó Shostakovich a escribir su Séptima Sinfonía que fue interpretando, por partes, a sus amigos cuando éstos iban a despedirse porque huían de Leningrado: así identificaron la invasión fascista en los reiterativos compases de la marcha épica (estilo Ravel) y en el diálogo que tan bien interpretó la Orquesta Sinfónica de Bilbao entre las cuerdas y los instrumentos de viento madera, para expresar cómo rompían los nazis la tranquilidad que había existido antaño en la ciudad y plasmar la imagen de su nación. Tallarla en música. En este ambiente escribió el segundo movimiento en el que aparecían las letras B.T: alarma de ataque aéreo, cada vez que tenía que dejar de escribir para ir al refugio. Los violines de la BOS imprimieron, al principio, un ritmo lleno de humor con la respuesta melancólica del viento madera, y volviendo, después, a las cuerdas.

El tercer movimiento empieza con un adagio lento y poco a poco va recuperando el ritmo de la guerra, el invasor y el pueblo en lucha, no solo contra los nazis ya que según el compositor: “no es la única forma de fascismo; esta música trata sobre todas las formas de terror, esclavitud, el sometimiento del espíritu”. En el cuarto movimiento los violines de la orquesta, en su tono grave, dan paso al resto de la cuerda y la madera frente al predominio del metal con el desenlace triunfal del pueblo.

Todo ello magníficamente dirigido por Vasily Petrenko, nacido en la misma San Petersburgo (nombre que la ciudad recuperó después de la era soviética) cuyas manos semejaban palomas en los momentos más delicados y adquirían todo el brío y la energía cuando la fuerza de la música lo requería.

Un microfilm de la partitura logró llegar a los EE.UU. después de muchas vicisitudes y la sinfonía fue estrenada en Nueva York por Arturo Toscanini, declarado antifascista, en 1942. En agosto de ese mismo año lograron interpretarla en Leningrado: una composición que requiere una importante orquesta de unos cien músicos, fue dirigida por Karl Eliasberg, con unos quince (tres murieron antes del estreno) más algunos intérpretes de instrumentos de metal aportados por el ejército, todos ellos muertos de hambre pero vestidos de gala. Los soldados soviéticos atacaron a los alemanes lejos de la radio y la orquesta y colocaron altavoces tanto en la ciudad como en las afueras para que los nazis supieran que nunca tomarían Leningrado (nombre que, definitivamente, tomo la obra del músico ruso).

Antes del enorme concierto, la escritora gasteiztarra Karmele Jaio leyó un texto entre poético y duro como introducción a la música. Responsable de comunicación de Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer y Premio Euskadi de Plata de literatura tiene entre sus libros uno en el que describe la música como una gigante sinfonía de la vida, Musika airean (Música en el aire). En el texto y utilizando un poema de Xabier Lete se pregunta igual que el escritor: “si nos mataron con quienes murieron (el pueblo vasco con todos los suyos). Y aún andamos sin poder encontrar la respuesta; seguimos buscando nuevas palabras, un nuevo aeiou, en una batalla entre el deseo y la impotencia, en medio de la tormenta”.

Genma Sánchez Mugarra

 

Orquesta Sinfónica de Bilbao

Palacio Euskalduna de Bilbao

Música: Leningrado de Dmitri Shostakovich

Vasily Petrenko, director

 

Foto: Vasily Petrenko / © Mark McNulty

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