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Crítica / La Zorrita de Janácek llega, en checo, al Liceu - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 25/09/2025

Aunque pueda parecer increíble, esa maravilla que es La zorrita astuta de Leos Janácek ha cumplido ya un siglo. Nadie lo diría al comprobar la originalidad de su libreto, la vigencia de su mensaje y la frescura e inagotable inventiva de su música. Pero así es: desde su estreno en Brno el 6 de noviembre de 1924 ha transcurrido la friolera de 101 años, un tiempo que no ha servido para que el ser humano, como el compositor denunciaba, haya dejado de dar la espalda a la naturaleza con elocuente y suicida obstinación.

Si una ópera checa, Rusalka, cerró la temporada anterior del Gran Teatre del Liceu, otra ha sido la encargada de abrir la presente. Fue el pasado 23 de septiembre, aunque, ya fuera por los últimos coletazos de las vacaciones estivales, por La Mercè (la fiesta mayor de Barcelona), por una escasa promoción por parte del Liceu o por el desconocimiento del público hacia esta obra, hubo bastantes butacas vacías. Una lástima, pues La zorrita astuta no solo es una auténtica maravilla, sino que es también un título que, en checo, no se había escenificado nunca en el Liceu. La única vez que se montó fue en 2001 y en inglés, en una versión que corrió a cargo de la compañía británica Opera North.

El presente montaje, coproducido por la Bayerische Staatsoper y el propio Liceu, lleva la firma de Barrie Kosky. Su propuesta destaca por su antinaturalismo y simbolismo, de modo que los personajes pertenecientes al mundo animal no son caracterizados como tales (zorros, tejón, ranas, mosquitos, gallinas…), sino por ropas en las que domina el color, al contrario que en el caso de los personajes humanos, todos ellos vestidos de oscuro. Más allá del colorido, el vestuario, obra de Victoria Behr, sobresale por su minimalismo, con el único toque histriónico y cabaretero de las gallinas y el gallo del acto primero.

Tampoco hay elementos que permitan identificar el bosque o las casas en los que sucede la acción, espacios sustituidos por una escenografía abstracta a base de cortinas que ocupan el escenario en sentido horizontal y vertical, adaptándose a cada escena. El trabajo aquí del escenógrafo Michael Levine y el iluminador Franck Evin es remarcable, con escenas de gran calidad plástica, como la primera del acto tercero, la de la muerte de la protagonista Bystrouska en un paisaje invernal.

En un plano más teatral, destaca la resolución de la masacre del gallinero que cierra el primer acto, una escena compleja de resolver por su violencia. A base de plumas, cabezas y miembros despedazados que saltan por el escenario, Kosky la liquida con eficacia y humor.

En general, el director escénico consigue un espectáculo muy visual y teatral, con soluciones que resaltan la comicidad del texto, pero que van más allá también al tratar de incidir en aquellos otros aspectos más inquietantes, melancólicos y trágicos, pues La zorrita astuta no es, ni mucho menos, una ópera infantil, como una lectura superficial de su trama podría dar a entender. De hecho, la soledad humana y la muerte están muy presentes en este montaje, ya desde la escena inicial añadida por Kosky: la de un funeral al que asisten el Guardabosques y el resto de personajes humanos.

Ya durante la ópera, ese sentimiento de soledad se expresa en la distancia que separa a esos humanos, casi siempre enterrados en cubículos alejados entre sí. Kosky señala que los ve como seres “impregnados de tristeza y melancolía”, pero el recurso que emplea acaba siendo demasiado obvio y redundante, además de confuso desde un punto de vista puramente escénico.

El punto débil de la producción es vocal. La zorrita astuta es una ópera que presenta multitud de personajes, algunos de ellos con apenas un par de frases, pero de un teatro como el Liceu se espera que, incluso esos breves papeles, sean defendidos con solvencia. Nada que discutir a la protagonista, la Bystrouska de Elena Tsallagova, cuyo modo de desenvolverse por el escenario denota una identificación total con el personaje, aunque la voz, más bien pequeña, no siempre consigue atravesar el muro de la orquesta. Sí lo consigue el barítono Peter Mattei, quien transmite una convincente humanidad al Guardabosques, defendiendo con emoción el monólogo que cierra la ópera. Muy bien también la mezzosoprano Paula Murrihy como el Zorro, perfecta por su compenetración con Tsallagova en el dúo del acto segundo, así como el Harasta del barítono Milan Perisic. El resto del elenco se movió entre lo cumplidor y, en algunos casos, lo inaudible.

En esto último cabe apuntar buena parte de la responsabilidad a un Josep Pons que se dejó llevar por su fascinación hacia esta partitura al dar de ella una lectura pujante, expansiva (en algunos pasajes, con una plenitud casi wagneriana), aunque sin dejar de lado ese toque afilado y enfebrecido propio de Janácek ni de resaltar como merece su peculiarísima paleta tímbrica. En ese sentido, su versión fue más sinfónica que teatral. Lo más reprochable de ella fue el final del segundo acto, aunque aquí el “culpable” sea más el director escénico que el musical: Kosky opta por esconder el coro y, de esa forma, consigue que no se le escuche. El efecto de ese final se pierde así por completo, dando lugar a un caótico guirigay de la orquesta.

En definitiva, una Zorrita más que interesante, innovadora, diferente, que hace sonreír, reflexionar y, aunque a cuentagotas, también emocionar.

Juan Carlos Moreno

 

Elena Tsallagova, Peter Mattei, Paula Murrihy, Anaïs Masllorens, David Alegret, Alejandro López, Milan Perisic, José Manuel Montero, Sara Bañeras, Mireia Pintó, Roger Padullés, Mercedes Gancedo, Joy Sánchez, Conrad Font, Pau Martí, Kristina Kropovski, Joana Cuesta, Dèlia de Gispert, Berta Gasulla.

Cor infantil de l’Orfeó Català.

Cor i Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Josep Pons.

Escena: Barrie Kosky. La zorrita astuta, de Janácek.

Gran Teatre del Liceu, Barcelona.

 

Foto © David Ruano

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