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Crítica / La música amansa a las fieras - por Gonzalo Pérez Chamorro

Madrid - 01/04/2022

Solo a un director como Teodor Currentzis se le podría ocurrir ofrecer, a modo de bis, con su Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart, tras una imponente Quinta de Shostakovich, el sereno coral “Jesu meine Freude” de Bach con los miembros de la orquesta haciendo de improvisado coro, al que también se unió el violista Antoine Tamestit, el atrevidísimo solista que nos había deslumbrado antes en el Concierto para viola de Jörg Widmann.

Con este Bach, el mensaje de Currentzis clamaba a la paz mundial, un Bach para amansar a las fieras, que gustó de exagerar en los versos “Ay, desde hace mucho / mi angustiado corazón / tiene ansia de ti”, y que reafirma la profunda espiritualidad que siempre ha reconocido tener el maestro nacido en Grecia y nacionalizado ruso, un incómodo pasaporte para muchos artistas hoy en día.

En este ciclo de La Filarmónica había demasiados asientos vacíos en la primera parte, en la que dos obras de estricta contemporaneidad podrían haber “asustado” a los espectadores, que fueron más numerosos para la segunda parte, con la esperada Quinta Sinfonía de Shostakovich, el que durante tantos y tantos años vivió bajo la atenta mirada de Stalin, el tirano ruso (georgiano sería hoy sin la URSS, con su lastimoso acento intentando parecer un elegante san petersburgués) que persiguió a tantos y tantos artistas soviéticos frustrando sus creaciones cuando no sus vidas, con deportaciones, encarcelamientos y asesinatos. Shostakovich, que pudo saborear el placer de sobrevivirle en años (no así Prokofiev, que murió el mismo día que Stalin, en una macabra jugada del destino), refleja en su música, en cada nota, la presión sometida en años y años de maltrato y terror psicológico.

No fue una Quinta más, fue la de Currentzis, que desde la primera frase del obsesivo primer movimiento (hay pocas “quintas” después de Beethoven que no se sometan a un cierto tipo de destino beethoveniano en sus comienzos) ya utilizó unos de sus hábiles trucos para captar la atención del público, creando una atmósfera de intensidad y brillo emocional en cada momento. Su gestualidad en el podio es la de un actor (la misma que tiranos como Hitler y Mussolini imitaron de los grandes directores de orquesta para sus discursos ante las masas), y como actor sabe estar en cada sección de la obra con la pose adecuada, ayudándole su esbelta figura, su elegante traje ceñido y su cabello siempre bien peinado. Es un director magnético, no hay duda, pero si uno cierra los ojos y olvida el espectáculo que es verlo moverse (inenarrable los golpes de arco de los contrabajos en el Largo, gestualizados por el director como un cuchillo degollando el pescuezo) escucha música, mucha música, un enorme y un sinfín de detalles gigantes, de belleza a raudales y de sentido de la estructura (el bellísimo Largo y su progresión al clímax). Fue un Shostakovich muy personal, mejor que el que escuché hace unos años en la misma sala a Semyon Bychkov con la Concertgebouw, que apenas quiso sacar los pies del plato cuando esta música pide a gritos un látigo en una mano y una batuta de seda en la otra.

Antes, la obra del ucraniano Oleksandr Shchetynsky (1960), Glosolalia para orquesta (1989), fue una deferencia al país del que más se habla, queriendo Currentzis proponer esta música ucraniana junto a la alemana de Widmann por la orquesta y la de un ruso sometido, un auténtico self portrait, como dirían los ingleses.

Como la obra de Shchetynsky no era para andarse por las ramas (tensa, directa, con muchas referencias al dodecafonismo), el Concierto para viola de Widmann tampoco es obra menor, ya que el también excepcional clarinetista y director es uno de los músicos más grandes del momento. Y ha querido dar la casualidad que Madrid reciba en cuestión de tres días de diferencia a los dos más grandes violistas del mundo (aquí Antoine Tamestit, y para el CNDM el primer día de abril Tabea Zimmermann), ambos en estrecha colaboración con Widmann, que seguirá creando buena música para intérpretes soñados como estos.

Si a Currentzis hay que verlo dirigir, este Concierto de Widmann hay que “verlo”, ya que el solista no ocupa el lugar adelantado junto al director, sino que va moviéndose entre los atriles, entre las familias instrumentales, como haciendo un simbólico recorrido por diferentes músicas del mundo (y así es la música, un fantástico despliegue tímbrico por familias de muchas músicas universales, imitando la viola los sonidos de otros instrumentos). Tamestit, que tiene grabado este Concierto (la foto que ilustra esta crítica forma parte de la portada de ese disco, del que al gritar en escena afirma que lo hace porque “orquesta y viola crecen juntos, pero al darse cuenta de que no puede luchar contra ellos en términos de sonido, el solista no tiene más opción que emitir un gran grito”), se luce y se explaya, actúa pero toca como un divino elegido, y así lo demostró también con la pequeña canción de cuna ucraniana junto al Bach que ofreció como regalos, sirviendo Bach, de nuevo, como tras la Quinta de Shostakovich, como bálsamo para amansar a las fieras que vienen con el viento del Este.

Gonzalo Pérez Chamorro

 

Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart / Teodor Currentzis

Antoine Tamestit, viola

Obras de Oleksandr Shchetynsky, Jörg Widmann y Dmitri Shostakovich

Ciclo de La Filarmónica

Auditorio Nacional, Madrid

 

Foto © Julien Mignot / harmonia mundi

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