Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / La esencia del cuarteto - por Abelardo Martín Ruiz

Madrid - 14/05/2022

El pasado 8 de mayo tuvimos la oportunidad de presenciar, en la sala del Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, el tercer y último de los conciertos que el Cuarteto Quiroga, como agrupación residente en el Círculo de Cámara internacional que emprende esta institución, ha abordado durante la presente temporada en torno a una línea temática que conecta los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven, eminente referencia y paradigma de este género ante el incipiente período romántico, con los cuartetos de cuerda de Brahms, cuya música es considerada como una prolongación de la del primero, formando parte de una producción que estuvo siempre concebida bajo su sombra.

En esta ocasión, la formación de cámara, una de las más reconocidas tanto en el panorama nacional como internacional con motivo de su formidable calidad técnica y musical, que habitualmente presenta una confrontación entre lo tradicional y lo actual en sus programaciones, contó con la colaboración del violista Atte Kilpeläinen, del Cuarteto Meta4, en sustitución de Josep Puchades, integrante habitual del combinado. La cercanía de este músico invitado hacia los restantes instrumentistas facilitó su integración, creando una idiosincrasia artística grupal que no acusó significativamente esta alteración.

La propuesta no únicamente de este concierto sino también de los precedentes, al margen de una más que interesante iniciativa por su vínculo temático, representa probablemente uno de los más exigentes desafíos interpretativos a los que pudiera enfrentarse cualquiera de los prestigiosos cuartetos de cuerda que prevalecen actualmente en el ámbito musical. Entre los mismos, con pleno convencimiento, es posible incluir al Cuarteto Quiroga como uno de los principales impulsores y seguidores de una promoción de intérpretes y músicos especializados que, ajenos a cualquier versión dogmática o conservadora, trascienden las demandas técnicas e idiomáticas, en sus respectivos instrumentos, para asumir el cuarteto desde una dimensión extensa y de profundo conocimiento del lenguaje perteneciente a un género que encuentra su nacimiento en el Clasicismo, determinando una consolidación a la manera de un epicentro en el entendimiento de diferentes diálogos que generan partes de una misma conversación entre varias personas.

Este fundamento en la comprensión es llevado a cabo por este conjunto mediante una alternancia de sinergias con las que, por encima de individualidades concretas, es posible hallar un detenido trabajo de elaboración para conformar una maravillosa sonoridad colectiva, con una personalidad encomiable, en la que destacan ciertas aportaciones específicas con la pretensión sincera de conseguir un resultado común. Como consecuencia de esto, el elemento predominante es la imagen de sensación de felicidad de sus componentes sobre el escenario, hecho que conecta con la audiencia de un modo admirable y que, a su vez, se vincula con un fenómeno artístico en el que todas las secciones son imprescindibles e igualmente importantes.

Esta descripción puede introducirnos en el planteamiento estético para las dos partituras a través del establecimiento de un puente entre ambos autores. Los frecuentes cambios en el temperamento de Beethoven entre lo apasionado, lo tempestuoso y lo sentimental, junto con lo intrigante, lo sorpresivo y lo optimista de esta composición en concreto, obtuvieron una consecuente transición hacia el romanticismo expresivo de Brahms, que comprende además influencias de lo tradicional, lo campestre y lo popular en su creación, a partir de unos principios sonoros, coordinados desde una concepción puramente clásica, entre los que destacaron una exquisita afinación, una magnífica adecuación de las texturas, unas dinámicas contrastantes, unos planos equilibrados para una acústica con tendencia a la escasa resonancia, un tratamiento de la producción del sonido permanentemente cuidada, limpia y clara, una ejecución de las articulaciones realmente conseguida, una distribución de los períodos de las frases conectada con los registros a los momentos protagonistas de cada instrumento y un desarrollo tanto de las fases de tensión y de distensión como de la evolución de la energía adecuadamente configurada.

El predominio del carácter intenso, de exaltación y exuberancia prácticamente constantes, especialmente en los movimientos rápidos extremos, frente al carácter íntimo, nostálgico y esperanzador de los movimientos lentos intermedios, se presentó como la magistral seña de identidad de un discurso en el que la fidelidad al texto comportó un excepcional componente humanista de afectación, emotividad y sensibilidad.

Como conclusión, la exitosa acogida del público, en una sala prácticamente completa, fue agradecida con la interpretación de un minueto de uno de los cuartetos de Haydn a modo de propina, caracterizado en su sección central por unas imitaciones de cantos de pájaros, en ambos violines, que estuvieron adornados con elegantes silbidos de la violonchelista.

Abelardo Martín Ruiz

 

Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia, violín primero - Cibrán Sierra, violín segundo - Atte Kilpeläinen, viola - Helena Poggio, violonchelo)

Obras de Ludwig van Beethoven (1770-1827): Cuarteto número 16 en fa mayor, opus 135; Johannes Brahms (1833-1897): Cuarteto número 3 en si bemol mayor, opus 67

Círculo de Bellas Artes de Madrid, Teatro Fernando de Rojas

266
Anterior Crítica / Impactante versión de Los Planetas - por José Antonio Cantón
Siguiente Crítica / De Gabrieli a Weill, a lomos del metal - por Luis Mazorra Incera