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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / La esencia barroca de la música instrumental - por Abelardo Martín Ruiz

Sevilla - 08/05/2024

 

El pasado sábado, día 4 de mayo, tuvimos la oportunidad de presenciar en el Teatro de la Maestranza de Sevilla el concierto ofrecido por la Orquesta Barroca Zefiro con la integral de los seis Conciertos de Brandenburgo de Johann Sebastian Bach, en un planteamiento concebido con instrumentos y criterios históricos a través de la iniciativa impulsada por uno de los principales representantes e instrumentistas actuales dentro de este ámbito, el oboísta y director italiano Alfredo Bernardini. Considerando su labor como intérprete, fue de especial reconocimiento la presentación que realizó de cada uno de los conciertos, una manera cercana de introducirse tanto en la propuesta como en las características propias de estas creaciones, que resultó de considerable agradecimiento por parte de la audiencia.

El planteamiento de esta colección integral se halló comprendido por dos características que resultaron especialmente reseñables. Por un lado, se mantuvo en todo momento una disposición estereofónica y enfrentada de los grupos instrumentales solistas, contrastando las diferencias entre los bloques sonoros de la cuerda y del viento, entre una combinación de solistas frente al conjunto o entre diferentes familias de los registros de cuerda, lo que resultó acertado y elegantemente concebido para con las características propias de cada obra. Por otro lado, destacaron las elecciones brillantes de los tempi, mostrando tanto un carácter en la agrupación como una concepción de esta música desde la esencia italiana que preserva de modo genuino su constructo, con la influencia procedente de los concerti grossi o soli italianos, especialmente de compositores como Arcangelo Corelli o Antonio Vivaldi.

El conjunto instrumental concebido para la ocasión, en el que una parte de los integrantes alternaron posiciones e instrumentos, se mostró versátil y polivalente, combinando entre violín y viola, violonchelo y viola da gamba u oboe y flauta de pico, por mencionar algunos de los ejemplos más considerables. Esta alternancia ofreció una magnitud amplia de responsabilidades y funcionalidades, con las que todos los componentes mostraron su preponderancia tanto en su compromiso dentro de la agrupación como en el momento de afrontar exigencias de una mayor demanda. Con independencia de esta circunstancia, es necesario hacer una mención a la estupenda labor del bajo continuo con Anna Fontana al clavicémbalo, Mercedes Ruiz al violonchelo y Ventura Rico al violone, quienes tuvieron incesantemente un compromiso enérgico y vital que contribuiría a conducir con eficacia el soporte rítmico, armónico, melódico de todo el discurso.

Pese a que la ordenación de los conciertos fue acometida siguiendo criterios de formación y combinado instrumental, la primera parte comenzó con el primer concierto presentando un conjunto amplio con buen balance y equilibrio del bloque instrumental de cuerda frente al de viento, a partir de intervenciones que fueron bien estructuradas y equilibradas en el primer movimiento, haciendo particular mención a las maravillosas contribuciones de las trompas naturales de Ricardo Rodríguez y Emmanuel Frankenberg respectivamente. La elegante ornamentación y aportación al diálogo solista del segundo movimiento, entre el violín pícolo de Elisa Citterio y el oboe de Alfredo Bernardini, estuvo continuada por un enérgico tercer movimiento con protagonismo de un violín exuberante, posiblemente algo desequilibrado ocasionalmente en su proyección y con una articulación poco definida, cuyo carácter resultó algo más oscuro y pesado que el que se consideraría para la ligereza exultante de una estructura conducente hacia las formas de danza. En las intervenciones finales del cuarto movimiento, la magistral implicación de los instrumentistas de viento, con una ornamentación atrevida e incluso desenfadada en los oboes de Alfredo Bernardini y Paolo Grazzi, junto al fagot de Alberto Grazzi, que potenció la afectividad del discurso, predominó frente a una sonoridad delicada y contrastante de la cuerda, enlazando mucho más profusamente con la presencia solemne y resonante de las trompas.

El sexto concierto con el que continuó el recorrido, uno de los más reducidos de la serie, mostró un bloque sonoro compacto y de cámara en los instrumentos de cuerda, con una homogeneidad de balances, registros y tesituras bien articulada. Las dos violas solistas, acometidas por Teresa Ceccato y Danka Nikolic respectivamente, mostraron un adecuado diálogo en su propuesta interpretativa, en combinación con el violonchelo de Mercedes Ruiz y las violas da gamba de Johanna Rose y María Saturno, en el primer movimiento, generando una sonoridad homogénea y bien organizada desde el punto de vista dinámico.

El discurso entre ambas solistas pudo requerir probablemente de una mayor conectividad sonora en el segundo movimiento, como consecuencia de la disposición enfrentada y de una ejecución concebida a nivel técnico desde una perspectiva ligeramente diferente, sin que esto comprendiese un impedimento determinante para el adecuado entendimiento del fraseo o de una definición consistente. La propuesta del tercer movimiento, nuevamente con el carácter de danza característico, mostró la faceta más extrovertida de este conjunto instrumental, en el que, partiendo de un entendimiento de la línea y de las intervenciones solistas, pudo echarse en falta seguramente la elección de un tempo algo más arriesgado y menos conservador de entre todos los dispuestos a lo largo de la velada.

La primera parte terminó con un brillante cuarto concierto, en el que el protagonismo de los instrumentos solistas se mostró patente, con un violín solista interpretado nuevamente por Elisa Citterio, de complejidad demandante, y unas flautas de pico, interpretadas por Lorenzo Cavasanti y Emiliano Rodolfi, que estuvieron adecuadamente equilibradas tanto en sus intervenciones como en sus articulaciones. El violín solista compartió en el primer movimiento un amplio espectro de destreza instrumental y técnica, en un discurso que, si realmente resultó brillante y exuberante en su concepción, tuvo en ausencia un particular entendimiento de los registros intermedios en fragmentos especialmente idiomáticos, así como un mayor énfasis en períodos concretos que no comprendiesen de manera exclusiva licencias de tempo para abordar ciertas dificultades. Al margen de estas consideraciones, la articulación general se encontró acompañada en el segundo movimiento por un diálogo de íntima introspección, destacando la dulzura tímbrica entre el violín solista y las flautas de pico, para culminar en un tercer movimiento configurado por un esplendor de texturas contrapuntísticas, enérgicamente definidas con un tempo agitado, en las que pese a que el violín solista mostrase solvencia en su registro agudo, limitaría su definición en el registro grave, un poco más oscuro, a través de fragmentos en los que la inteligibilidad resultó un poco menos concreta.

Manteniendo la sucesión de alternancias entre las obras de protagonismo solista frente a las de un grosso, la segunda parte dio inicio con el quinto concierto, en el que el formato de cámara rememoró la puesta en escena del sexto concierto previo. Con una combinación heterogénea de solistas con clavicémbalo, traverso y violín, el cambio de solista de violín, interpretado por Rossella Croce, propició un sonido dulce y conectado con la suavidad de un traverso, interpretado por Marcello Gatti, de registros perfectamente controlados. La cadencia del primer movimiento, acometida después de una serie de intensos diálogos y ornamentaciones enfáticas del entramado melódico, fue magistralmente abordada por el clavicémbalo, interpretado por Anna Fontana, mostrando una alternancia de funciones a lo largo de la tarde en la que, además de formar parte del bajo continuo, obtuvo su período protagonista en una sección que el propio compositor parece que escribiera para sí mismo. La intimidad del segundo movimiento, a la manera de una trío sonata de eminente lirismo e introspección, fue proseguida por un tercer movimiento de carácter festivo, alegre y de una forma vinculada a la danza, cuyas intervenciones solistas estuvieron magistralmente acometidas por todos los intérpretes, con predominio de la articulación cantable y definida que otorgaría un sentido desenfadado, considerando el acusado dramatismo de la sección central en modo menor.

Por su parte, la disposición y el protagonismo de la cuerda en el tercer concierto, con una preponderancia del número 3 en la disposición instrumental de tres violines, tres violas y tres violonchelos con partes individuales, comprendió seguramente el concierto de mayor esplendor y energía de toda la velada, bajo la dirección de un Alfredo Bernardini ubicado en centro de la agrupación, a modo de maestro concertador. Las intervenciones de cada uno de los instrumentistas estuvieron perfectamente adecuadas a su ubicación, registro y disposición en un primer movimiento de tempo extrovertido y animado, enlazado con una hermosa cadencia del violín primero hacia el tercer movimiento que se convertiría en el más rápido de todo el compendio. La velocidad de las aportaciones, considerablemente bien ejecutadas, destacando especialmente las de la primera viola de Teresa Ceccato y las del primer violín de Elisa Citterio por su prevalencia en el timbre, comportaron pequeños períodos de desajuste rítmico, como consecuencia del concepto estereofónico presente en toda la propuesta que, no obstante, fueron ajustados en poco tiempo.

Como conclusión, el segundo concierto, integrado por un conjunto instrumental amplio y presentado a la manera de un concerto grosso con cuatro solistas de sonoridad tímbrica heterogénea pero perfectamente equilibrados en la textura concebida por Bach, mostró la máxima expresión de un combinado, dirigido nuevamente por un enérgico y entregado Bernardini, en el que, al margen de las hermosas intervenciones solistas durante el primer movimiento de los conjuntos de dúos formados por el violín de Rossella Croce y la flauta de pico de Emiliano Rodolfi en contraposición al oboe de Paolo Grazzi y la trompeta de Gabriele Cassone, sería precisamente la trompeta la que destacaría de un modo especial, con motivo de comportar esta parte una de las escrituras más exigentes de todo el período para la misma. El destacable dominio técnico de un registro infrecuentemente agudo, en contraste con un segundo movimiento que comprendió una notable imbricación melódica integrada en un carácter contemplativo y un discurso magistralmente estructurado, obtuvo su apoteosis en el tercer movimiento, a la manera de una auténtica explosión de júbilo y regocijo esplendoroso, en el que todos los instrumentos destacaron en unas intervenciones precisas y definidas. Es necesario nuevamente mostrar especial atención hacia la escritura marcadamente demandante de la trompeta, si bien es cierto que el tempo particularmente vivo propició una carestía de cierta precisión ocasional, pese a la buena dinámica general, lo que impidió generar una escucha completamente cómoda entre una textura tan densa.

Con estas consideraciones, la buena acogida del público se encontró correspondida por una agrupación de cámara, ampliada para la ocasión, que ofreció muestras de la pluralidad que comporta buena parte de la esencia instrumental barroca, configurando una preciosa velada de monumental música concebida por uno de los mayores representantes de este arte universal.

Abelardo Martín Ruiz

 

CICLO GRAN SELECCIÓN - TEMPORADA 2023/2024

4 de mayo de 2024, 20:00 horas

Teatro de la Maestranza de Sevilla

Johann Sebastian Bach (1685-1750)

Conciertos de Brandenburgo, BWV 1046-1051

Orquesta Barroca Zefiro

Alfredo Bernardini, director

 

Foto © Guillermo Mendo

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