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Crítica / Josep Caballé Domenech vence y convence en Barcelona - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 24/11/2025

El pasado 21 de noviembre, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) ofreció un interesantísimo programa, no tanto quizás por las obras en sí (dos absolutamente desconocidas y una del repertorio más popular), sino por la calidad de las versiones y el sobresaliente rendimiento de la formación. El responsable de esos buenos resultados no fue otro que Josep Caballé Domenech, una batuta que nunca defrauda, pero que se prodiga más bien poco en Barcelona, su ciudad natal.

Las dos partes del programa no pudieron ser más contrastadas. En la primera, y haciendo honor a su nombre, la OBC recuperó dos partituras olvidadas del patrimonio musical catalán, ambas escritas en la década de 1930: Balada de la nova Solveig, de Pau Casals, y la Simfonia “a la memòria de Juli Garreta”, de Josep Valls i Royo.

La primera de ellas pone música a un poema de Ventura Gassol, cuyos versos se inspiran en la “Canción de Solveig” del Peer Gynt de Henryk Ibsen, bien conocida por la adaptación musical que de ella hizo Edvard Grieg. Casals la escribió en 1937 para la soprano Conxita Badia, y lo cierto es que consiguió una partitura sugerente a nivel melódico y expresivo. No obstante, más que la parte vocal, defendida con convicción y generosidad por la soprano Elena Copons, es la instrumentación lo que confiere más atractivo a la obra. Una instrumentación sutil, rica en matices, que lleva la firma de Enric Casals, un músico que siempre ha estado a la sombra de su hermano, pero que es necesario reivindicar. Su Concierto para violoncelo, grabado precisamente por Caballé Domenech para Sony, confirma esa necesidad.

La Simfonia “a la memòria de Juli Garreta” de Valls fue una sorpresa absoluta. Con un título como ese, era de esperar una música más bien intensa, introspectiva. Pero es un título engañoso, pues nada tiene que ver con la muerte del compositor al que alude, sino con la concesión, en 1935, del Premio Juli Garreta a Valls.

No menos engañosa es la propia música, que escapa a cualquier intento de clasificación. Sí, formalmente sigue los cuatro movimientos de una sinfonía tradicional, y su arranque tiene algo que suena a neoclasicismo, pero solo durante unos compases. A partir de ahí, surge una composición vivaz, toda ella construida a partir de breves células que aparecen, desaparecen, se persiguen, y en la que, de vez en cuando, suenan evocaciones folclóricas o detalles que recuerdan a Falla, Roussel o Stravinsky. Pero lo más asombroso, más allá de las ricas polifonías o la complejidad rítmica, es su dominio del color orquestal. Es, sin duda, una obra que merece ser interpretada de nuevo, pues una primera audición no permite apreciarla en toda su riqueza. Caballé Domenech se la tomó muy en serio e hizo una lectura pletórica, que destacó la frescura y el colorido de esta música.

En la segunda parte, el director interpretó una generosa selección del celebérrimo ballet El lago de los cisnes de Tchaikovsky. Poco que decir aquí: la interpretación fue una maravilla por la elegancia de fraseo y trazo (el vals fue modélico en ese sentido), la acertada planificación sonora, la flexibilidad de los tempi escogidos, la fluidez narrativa y, no menos importante en un compositor como el ruso, por su intensidad expresiva y dramática, en especial en el portentoso Finale. Con un gesto claro y enérgico, el director supo llevar a la OBC en volandas, hacerla sonar a un extraordinario nivel, tanto a nivel de conjunto como en sus diferentes secciones y solos.

Fue, en suma, el colofón perfecto a un concierto cuya primera parte no fue un mero expediente, como suele suceder en el caso de recuperaciones de partituras olvidadas, sino una sorpresa de lo más grata.

Juan Carlos Moreno

 

Elena Copons, soprano.

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Josep Caballé Domenech.

Obras de Casals, Valls i Royo, y Tchaikovsky.

L’Auditori, Barcelona.

 

Foto © May Zircus

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