Esperada con interés por los aficionados madrileños, la directora hongkonesa Elim Chan debutaba este pasado viernes al frente de la Orquesta Nacional de España con un variado programa sinfónico a juego con su versatilidad en el podio. Contó también con el violinista alemán Frank Peter Zimmermann, habitual en nuestras salas de conciertos y a quien pudimos escuchar en la obra con la que abría el concierto y que completó la primera parte: el Concierto para violín de Beethoven.
Alejado del estilo galante y la herencia mozartiana, el Concierto para violín en Re Mayor es la única obra concertante completa del catálogo beethoveniano dedicada al violín y es, además, uno de sus ineludibles hitos compositivos. Resuelto en 1806 al tiempo que Beethoven desarrollaba el Cuarto concierto para piano, está dedicado a Franz Clement, quien ofreciera una poco cuidada primera lectura de la obra en Viena, si bien no fue hasta 1844 cuando la obra pasó a ser parte del repertorio canónico al ser interpretada por Joseph Joachim bajo la dirección de Felix Mendelssohn en Londres. Estructurado en tres movimientos, llama la atención por las dimensiones del primero, un arco clásico de amplio desarrollo cuya duración supera a la de los tiempos restantes y cuyo curso, llevado con sonora maestría por Frank Peter Zimmermann, se resolvió con un violín de exquisito tono, rico en matices y acompañado de una técnica excelente por parte de una contundente Elim Chan que indujo cierta momentánea agresividad para diseñar un Beethoven de afilados ángulos. Dio la sensación de cierta premura el larghetto central que, quizás, se podría haber cantado más y, en consecuencia, extraído más lirismo justo antes de un fulgurante rondó final que, con una Nacional atenta bajo el pulso de Chan y un Zimmermann de resolutivo virtuosismo, arrancaron los aplausos del público. En correspondencia, Zimmermann ofreció una dificilísima transcripción de El rey de los elfos de Franz Schubert a cargo de Heinrich Wilheim Ernst.
Prosiguió la segunda parte con un programa soviético a base de música de la compositora tártara Sofya Gubaidúlina, fallecida tan solo hace unos meses, y de Dimitri Shostakovich, de quien se cumple el quincuagésimo aniversario de su fallecimiento en este 2025. Cuenta la compositora Sofya Gubaidúlina en Leaving Home, la magistral serie de documentales que preparara Simon Rattle en las postrimerías del pasado siglo, que considera su arte como una amalgama de influencias que versan desde la cultura tártara de su padre y la visión eslava de su madre, a la cultura judía de parte de sus profesores que también le abrieron a, como ella misma indicara, la alimentación espiritual que le dio la cultura germánica. Este bagaje hizo transitar su obra, como le deseara Shostakovich, por su camino equivocado lejos de las convenciones del realismo socialista para explorar un magma estético en el que se dieron cabida el serialismo, la microtonalidad, la improvisación y el folklore tártaro. Habida cuenta de la imposibilidad de llevar sus especulaciones a la sala de concierto, solo se le permitió emplearlas en música incidental para la radio, el cine o la televisión. De aquí proviene Poema-Skazka (Poema-fábula), una preciosa música escrita en 1971 para un programa de radio infantil sobre fábula de La pequeña tiza del checo Miloš Macourek que estrena para la sala de conciertos –y grabara después- Bernhard Klee con la Orquesta Sinfónica de la NDR en Alemania, país cuya cultura abrazó y que, tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, se convirtió en su casa. Es Poema-fábula una música de cierto anhelo místico que pese a su estructura quebrada simboliza, como apuntara la compositora, el destino de un artista y su relación con la libertad mediante un relato de ecos sobrenaturales, muy en el familiar estilo de Pushkin que tanto alimenta la cultura popular rusa. Interpretada por la Orquesta Nacional y Mikhail Agrest en la pasada Carta Blanca a Gubaidúlina, se agradece que Elim Chan haya recuperado este dinámico tapiz sonoro que, en sus manos, se resolvió con esmero en un compacto sonido que hizo brillar los contrastes de la obra, ya fuera la fuga en pizzicato central o el exuberante y melódico tema ascendente que termina disolviéndose en un evanescente silencio gracias a una entregadísima Orquesta Nacional. Lástima de un público que, incapaz de contener la tos y sus exabruptos aquí -como sí hicieron en el concierto de Beethoven- apenas permitió escuchar de forma satisfactoria una obra que estuvo entre lo mejor del concierto.
El final de la Segunda Guerra Mundial conllevó la exigencia de actos de celebración a los compositores del régimen soviético, por lo que era de esperar que surgieran triunfalistas creaciones sinfónico-corales que, además de cuadrar con las bases del realismo socialista, alabasen sin paliativos al líder. Con el modelo de la novena sinfonía de Beethoven, la línea oficial de lo demandado era evidente, por lo que no sorprendió que el establishment stalinista se ofendiera con la Novena sinfonía que Shostakovich escribiera durante el verano de 1945 al no tener coro, ni programa y, ni mucho menos, la intencionalidad mayestática o la monumentalidad de sus sinfonías inmediatamente previas. El resultado, algo así como la antítesis de las expectativas, como apuntara la musicóloga británica Laurel Fey, es un luminoso y transparente divertimento en cinco movimientos que rebosa una mordacidad y desenfado que exorciza la congoja y trascendencia que tenía su música de guerra. Bien comprendió Elim Chan que el sentido del humor es tan clave como el control y el constructivo balance de secciones a la hora de abordar una sinfonía que, pese a su desenfado, no resulta sencilla de montar. A tal efecto y conociendo bien el lenguaje shostakovichiano el resultado de la directora hongkonesa fue de gran calidad gracias, también, a una Orquesta Nacional que dio lo mejor de sí misma para ofrecer, en líneas generales, un buen concierto.
Bien me hubiera gustado cerrar esta reseña en la línea anterior, pero la necesidad de dar cuenta en forma de crónica de lo que acontece en la sala sinfónica del Auditorio Nacional, me obliga a poner el foco sobre un público tremendamente irrespetuoso, ruidoso e incapaz de aguantarse la tos. Alguien replicará, con razón, que como la tos es un acto reflejo, aparece cuando aparece –cosa más que evidente- pero me llama poderosamente la atención como parece haber toses selectivas; muchas menos durante las obras de Beethoven y Shostakovich y, en cambio, muchas más ante una música que no conocen, como la hermosa obra de Gubaidúlina que quedó destrozada por quienes ni quieren escuchar, ni dejan hacerlo a los demás. Como ustedes comprenderán, resulta un tanto extraño…
Justino Losada
Frank Peter Zimmermann, violín
Orquesta Nacional de España / Elim Chan
Obras de Beethoven, Gubaidúlina y Shostakovich
Ciclo Sinfónico - Orquesta y Coro Nacionales de España. Temporada 2025/2026
Auditorio Nacional, Madrid