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Crítica / Espléndida despedida de la Royal Concertgebouw - por Juan Manuel Ruiz

Madrid - 03/02/2025

La Royal Concertgebouw Orchestra, dirigida por su futuro titular Klaus Mäkelä, y con la participación de la violinista neerlandesa Janine Jansen, fueron los artífices de la espléndida segunda actuación en Ibermúsica en Madrid (ver en este enlace la primera). En programa, obras de Purcell, Britten, Dowland y Schumann.

Mäkelä suele incluir piezas introductorias sutilmente vinculadas a las principales obras programadas en sus conciertos. Este fue el caso de las elegidas para esta velada: la Marcha de H. Purcell, compositor muy admirado por Britten, y Lachrimae antiquae de J. Dowland, pura expresión de la melancolía, estado anímico que aflora también en el romanticismo musical de Schumann. La Marcha inicial de la Música para el funeral de la Reina Mary, de Purcell, que precedió al concierto de Britten, fue interpretada con corrección por dos trompetas, dos trombones y un tambor, a la manera de los ensembles de metales venecianos. Lachrimae antiquae, de John Dowland, antecedió a la sinfonía de Schumann siendo interpretada por cinco solistas de cuerda de la Concertgebouw, como un consort de cuerdas renacentista. Más lírica que melancólica en esta versión, destacó por su sobriedad, claridad polifónica y delicados matices.

Timbales y platillos iniciaron, sin pausa, el Concierto para violín, Op 15, de B. Britten, Desde las primeras notas emitidas por Janis Jansen quedó claro el tono dramático que imprimiría a esta compleja partitura, escrita en un momento vital complicado del compositor británico. Jansen mostró sus enormes virtudes técnicas: sonido corpóreo, gran proyección acústica, vibrato expresivo y controlado, cambios de técnica y de arco seguros y fluidos, y, sobre todo, una absoluta fusión con la orquesta y director, dándolo todo para obtener los más ricos matices expresivos y variadas texturas a la obra con su magnífico Stradivarius.

Jansen exhibió un gran virtuosismo ejecutorio y dilatados fraseos en el Moderato con moto, dando impulso al movimiento, así como apoyando a la orquesta en el amplio tema de las cuerdas de la sección central.

El endiablado Scherzo no dio tregua a la solista, que desplegó con brillantez todas sus cualidades en total sincronía con la Concertgebouw. Mäkelä calibró magistralmente los dos elementos concertantes, a los que Britten opone al límite en su partitura. La cadenza fue abordada con absoluta maestría por Jansen, incluyendo los pasajes de pizzicati de mano izquierda y los penetrantes sobreagudos del violín.

 Finalizó la interpretación con una Passacaglia sobrecogedora, que discurrió pausada y dramática, y en la que Mäkelä y Jansen revelaron la hondura expresiva inherente a esta gran página del siglo XX.

La magia creada en la sala fue aclamada generosamente por el público presente.    

Sin solución de continuidad, como ya sucediera en la primera parte del concierto, maestro y orquesta atacaron el Sostenuto assai del primer movimiento de la Sinfonía núm. 2, en Do mayor, de R. Schumann, tras la Lachrimae antiquae de Dowland. Si bien, el comienzo en pianissimo de las llamadas de trompas y trompetas sobre las cuerdas -en la lánguida introducción- hacía presagiar mayor implicación expresiva en el movimiento, no fue, sin embargo, hacia su sección final donde formación y director lograron imprimir el adecuado pulso vital a la obra. La precisión ejecutoria en el desarrollo del Allegro ma non troppo subsiguiente prevaleció sobre la intención dramática, resultando plano en matices, contrastes y vigor rítmico.

Muy distinto fue el resultado del Scherzo, allegro vivace: vibrante, fluido y perfectamente articulado por la magnífica sección de cuerdas, así como elegante en el fraseo y contrastado en los dos tríos centrales en el diálogo entre vientos y cuerdas.

El Adagio espressivo, página de puro e inconmensurable romanticismo, fue expuesto con contenido lirismo por las cuerdas y el oboe solista en el piano cantabile del inicio. Muy bien matizado, y de suma delicadeza en los amplios fraseos y respiraciones de la continua y envolvente melodía, con inspiradas intervenciones del oboe, flauta y clarinete solistas, fluyó con naturalidad, aunque sin alcanzar los sustratos expresivos más profundos que subyacen en este movimiento.

Finalizó la interpretación de la sinfonía con un radiante Allegro molto vivace, que equilibró las carencias del primer movimiento. La orquesta, con maderas y metales a 2, a los que se añade un tercer trombón bajo, timbales y cuerdas, sonó en perfecto y cuidado balance, percibiéndose cada detalle y textura con total claridad. Mäkelä dirigió con la máxima entrega y elocuencia, estableciendo con gestos precisos un constante movimiento de energía sonora entre la orquesta y el podio para lograr un vibrante remate de la sinfonía.

Quedó evidente que, en esta obra, Schumann dejó un testamento de vida, trascendiendo sus propias crisis para tensionar la forma sinfónica. 

Los calurosos aplausos del público hicieron que los protagonistas del concierto regalaran una delicada versión del Entreacto núm.3 de Rosamunda, de F. Schubert, calurosamente recibido.  

Juan Manuel Ruiz

 

Janine Jansen, violín.

Royal Concertgebouw Orchestra / Klaus Mäkelä.

Obras de Purcell, Britten, Dowland y Schumann.

Ibermúsica. Auditorio Nacional. Madrid.

 

Foto © Rafa Martín / Ibermúsica

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