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Crítica / El milagro Casals - por Juan Gómez Espinosa

Madrid - 15/12/2025

De los numerosos y estupendos cuartetos de cuerda que hay en España, posiblemente dos ocupen la cima. Uno de ellos es, sin duda, el Casals. Este domingo lo volvió a demostrar en el auditorio madrileño. El otro sería el Quiroga. No afirmo esto con ganas de menospreciar a los demás ni para enfrentar a estos ocho pedazos de músicos (seguramente se conozcan entre sí, que en el gremio todo el mundo coincide de vez en cuando).

Ambos cuartetos comparten virtuosismo técnico y valor, el que es necesario para crear un grupo de cuerdas con literatura tan comprometida y competencia internacional, pero se diferencian en un punto que le otorga a cada uno su identidad: la actitud. El Quiroga es pura vehemencia, intensidad e inconformismo. El Casals, por su parte, es madurez, elegancia y pulcritud. Estos tres últimos términos podrían ser nefastos en el mundo del arte, porque es fácil pasar de lo maduro a lo caduco, de lo elegante a lo formulario, de la pulcritud a la asepsia. Sin embargo, el Casals hace de estos tres elementos una identidad honesta que emociona.

En el presente concierto, abordó uno de los autores que también se hallan en la cima de escritura para esta formación (junto a Beethoven, Schubert, Schönberg o Bartok): Dmitri Shostakóvich. Dentro del Universo Shostakovich del CNDM, al que se está enfrentando el grupo, se eligieron tres de las quince joyas para cuarteto que compuso el ruso: los números 4, 5 y 6 (aunque el último precedió al segundo en la velada). Estas obras presentan unas tonalidades mayores en principio (Re Mayor, Sol Mayor y Sib Mayor), pero para este autor la tradicional dualidad Mayor/luz-menor/oscuridad no existe.

Para Dmitri la tonalidad es un punto de partida que no debe tomarse del todo en serio. La sombra y la claridad ni siquiera debaten en sus obras, sino que se fusionan creando paisajes sonoros en los que los brillos se mueven en el límite de un pozo, sin que sepamos qué ofrece más sosiego o más inquietud. El Casals defendió este extraño (y coherente) estado anímico en las tres obras. Y lo hizo desde la lealtad al texto. Del compositor siempre se menciona su humor (cáustico) y su desgarro. El Casals, sin embargo, no destacó ni una cosa ni la otra. Ni siquiera lo necesitó. Este grupo nunca hace hincapié en factores que se hallen más allá de la partitura. No es una formación de subtexto, sino de texto puro y duro. Su respeto al pentagrama es absoluto, y los intérpretes se centran en él. Ofrecen la música tal cual. Esto, que para otros conduciría a lecturas frías y formularias, prácticamente de MIDI, se torna en el Casals en pura conmoción. ¿Cuál es el secreto? Deberíamos hablar, mejor, de milagros, porque milagrosa es la técnica de cada uno de estos músicos, pero también es milagrosa la precisión del conjunto, el empaste, la coordinación e incluso la enorme gama de presiones de arco que ofrecen sin torcerlo ni caer en desafinaciones.

Milagrosa es también la manera de alcanzar cualquier tipo de matiz sin la sorpresa de los contrastes, sencillamente, llegando a él, ppp o fff, sin que nadie se haya dado cuenta. El Casals y el Quiroga bucean en los textos musicales, sí, y actúan como filólogos, pero mientras los segundos pertenecerían a la rama literaria, los primeros serían lingüistas. Lingüistas con un amor profundo al texto escrito. Es la diferencia de actitud que existe, por ejemplo, entre un Shakespeare de Orson Welles y otro de Lawrence Olivier. Las tres piezas del domingo fueron interpretadas siguiendo estas pautas lingüísticas, con tal coherencia que podríamos decir que se escuchó una gran obra para cuarteto nacida de tres. Tal vez existan en eso que se acepta como canon de la historia musical compositores más decisivos que Shostakóvich.

El siglo XX que le tocó por nacimiento está lleno de autores cuya inquietud abrió campos expresivos nunca antes explorados. El ruso no cabe entre los vanguardistas que rompieron con la gramática sonora, los que apostaron por nuevas combinatorias o incluso que reventaron la idea tradicional de la interpretación. No, Shostakóvich no resultó un rupturista. Cuando nació (1906), el atonalismo ya ofrecía sus manos. Cuando murió (1975), términos como disonancia, belleza o clasicismo estaban caducados con absoluta justicia. Sin embargo, la creación de este compositor supone un universo fascinante y coherente, y debemos admitirlo incluso los que apostamos por la necesidad del progreso y el anticonvencionalismo.

Shostakóvich no solo merece un respeto por la calidad de sus obras, sino también por representar a la perfección toda una latitud. El arte vanguardista en la URSS fue avalado en los primeros años de régimen revolucionario, pero tras el breve gobierno de Lenin se alzó con el poder un monstruo capaz de convertir el socialismo en auténtico fascismo, Stalin, y no existe doctrina más conservadora que el fascismo, no lo olvidemos. Al joven Shostakóvich, que en sus primeras obras había coqueteado con sonoridades arriesgadas, se le fueron cortando alas experimentales según se desarrollaba el estalinismo. Nunca llegaremos a saber cómo habría progresado Dmitri en un ambiente más proclive a la revolución de verdad (por ejemplo, si hubiera si hubiese triunfado Trotsky), así que debemos conformarnos (lo cual resulta poco revolucionario) con lo que sucedió.

Shostakóvich mostró su lado inquieto en varias ocasiones, con bastante discreción si lo comparamos con otros autores contemporáneos de otras geografías, y otras tantas fue avisado/amenazado por el sistema. Por esta razón desarrolló un lenguaje con sonoridades al borde de la aspereza y movimientos que rozaban lo inesperado, pero sin ir más allá. Si dejamos a un lado las piezas escritas para ganarse el gusto del poder (y no olvidemos tampoco que él mismo coqueteó con él e incluso se dejó mimar en las épocas menos peligrosas), encontramos un catálogo nacido en la intimidad, una intimidad que mira, de una parte, a su amor por la música y, por otra, a los límites que no debía franquear.

Los cuartetos de cuerda son una muestra inmejorable de su mejor producción. Es cierto que para interpretar un cuarteto necesitas, obviamente, cuatro personas al menos, pero también que no supone la masificación de una orquesta sinfónica y que, al tratarse de un género en el cual la sonoridad se presenta de manera clara y desnuda, también sirve como ejercicio intelectual. El amor profundo que Dmitri le dedicó a su música, especialmente a aquella escrita fuera de los grandes eventos, es un amor semejante al que el cuarteto Casals le ofrece a la interpretación. Y, pese a lo cursi que pueda sonar esto, tal vez el milagro Casals sea un producto de ese amor. No hay más que escucharlos en directo. 

Juan Gómez Espinosa

 

CNDM. Temporada 2025/2026. Universo Shostakóvich.

Obras de: Dmitri Shostakóvich (Cuartetos de cuerda n.º 4 en re mayor, op. 8, n.º 5 en si bemol mayor, op. 92 y  n.º 6 en sol mayor, op. 101).

Intérpretes: Cuarteto Casals: Vera Martínez-Mehner (violín), Abel Tomàs (violín), Cristina Cordero (viola), Arnau Tomàs (violonchelo).

Fecha y lugar: 14 de diciembre de 2025, Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara).

 

Foto © Elvira Megías

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