La actual edición del Festival de Ópera de Múnich, que celebra los 150 años de su existencia, se inauguró con una nueva producción del Don Juan de Mozart. Mientras suena la obertura vemos unas proyecciones en las que se distinguen llamas y ríos de lava. Una mujer y un hombre vestidos de rojo gesticulan en el escenario. Los sobretítulos nos cuentan la historia de Plutón y Proserpina y subrayan que ésta pasa la mitad del año en el Hades y la otra mitad en el mundo de los vivos. A continuación vemos un dormitorio muy bien iluminado en cuya cama Donna Anna y Don Giovanni retozan alegremente. Donna Anna deja un momento la escena (¿por qué? ¿tiene urgencia de ir al baño?) y durante su ausencia la ya conocida diablesa vestida de rojo se introduce en el cuerpo de Don Giovanni, del que toma posesión. Cuando regresa Donna Anna con evidentes ganas de reanudar el jolgorio carnal, Don Giovanni, poseído por Proserpina, ya no quiere, se resiste, reacciona como si la pasión de su dama fuera un “acoso sexual”...
¿Qué tiene esto que ver con Don Juan? No mucho, pero resulta que en el epílogo de la ópera Zerlina, Masetto y Leporello cantan dos versos (desde luego no los mejores de Lorenzo da Ponte ni muchísimo menos) que rezan: Resti dunque quel birbon / con Proserpina e Pluton. A esta frasecita se aferra como a un clavo ardiente David Hermann para desarrollar su concepto dramatúrgico, introduciendo a Proserpina y a Plutón (personajes mudos) en el devenir de la acción y confundiendo a ambas divinidades griegas con dos diablillos y al Hades con algo parecido a un infierno de catecismo. A partir de aquí la desorientación y las incongruencias tienen curso libre, como cuando gran parte del acto primero transcurre en las oficinas de un registro civil al que acuden todos los personajes, aunque sólo Masetto y Zerlina tienen un motivo para ello: casarse. La indigencia de la dirección de actores, el mediocre vestuario de calle y la letárgica escenografía hacen el resto para que el espectáculo sea no solamente inconsecuente, sino también aburridísimo.
Musicalmente no puede hacerse una valoración de conjunto, pues existe una brecha entre los solistas y la orquesta. Vladimir Jurowski no es un director que sobresalga por la distinción y y la sutileza de sus interpretaciones, ni por su atención a matices y finezas. En general apuesta por un volumen y unos acentos que en algunos momentos resultan estrepitosos y sólo en contados pasajes se detiene en los detalles que ponen de relieve la elegancia de la partitura. Tampoco faltan los tiempos excesivamente presurosos. En algunos momentos se advierte también algo así como una confusión idiomática: hay pasajes que suenan demasiado a Beethoven, a Weber o incluso a Wagner. Es una pena que desde los primeros compases Vladimir Jurowski cargue tanto las tintas, pues el lúgubre patetismo romántico con el que aborda la muerte del protagonista no carece de interés ni de seducción, pero habiendo abusado de tales recursos desde la obertura, el efecto se dilapida.
Konstantin Krimmel (Don Giovanni) ofrece una muy satisfactoria intepretación de su parte. El volumen es suficiente, la caracterización del personaje muy acertada y, sobre todo, la ductilidad de su voz y su capacidad para aportar matices expresivos resultan muy gratas. Especialmente seductora y exquisitamente lírica suena su serenata del segundo acto. Kyle Ketelsen es un Leporello impecable, sobrio, melódico y estilísticamente muy correcto. Giovanni Sala es un Don Ottavio viril, que sin renunciar al lirismo de su parte sabe aportarle un relieve dramático poco habitual. Michael Mofidian (Masetto) y el poderoso Christoph Fischesser (Comendador) muestran un alto nivel vocal, técnico y artístico. El único problema del reparto masculino es una cierta monotonía en el color, que hace que entre los diversos personajes haya muy poco contraste tímbrico.
Sin ninguna duda los papeles más difíciles de esta ópera son los de Donna Anna y Donna Elvira. Vera-Lotte Boecker es una Donna Anna de centro poderoso y con agudos que están en todo momento en su lugar. La línea de canto no acaba de ser todo lo clara que debiera y el fraseo resulta algo borroso, seuramente no por su culpa, sino porque el mal fraseo y los tiempos y demasiado rápidos marcados por el director le dificultan considerablemente la labor. Su expresividad y su entrega al papel son absolutas. Samantha Hankey (Donna Elvira) posee una voz muy incisiva, sobe todo en los agudos, y de muy generoso volumen, si bien no del todo homogénea en el color. Su interpretación del personaje es enfática (a veces en exceso) y arrojada, lo que le otorga un gran empuje dramático, pero también le hace caer en alguna estridencia. Atípica, pero muy interesante, es la Zerlina de Avery Amereau. Aquí no estamos ante la clásica servetta dieciochesca, sino ante un personaje serio, complejo, consistente y de notable relieve dramático, al que la intérprete otorga esas cualidades por medios puramente musicales. Sin ninguna duda el que Avery Amereau sea una mezzosoprano (casi una contralto) de voz bellamente oscura contribuye a liberar a la figura de la ligereza con la que habitualmente se la identifica.
La dicción italiana de los intérpretes masculinos es excelente, tanto como ininteligible la de las damas. No hallamos en este reparto voces extraordinarias, pero sí un conjunto de solistas bien concertados y de muy alto y homogéneo nivel. Tanto la obra como sus intérpretes vocales habrían merecido una dirección tanto escénica como musical de alta categoría. Por desgracia no la tuvieron.
J. G. Messerschmidt
Múnich, lunes 30 de junio de 2025. Ópera del Estado de Baviera, Teatro Nacional.
Don Juan, ópera con música de Wolfgang Amadeus Mozart y libreto de Lorenzo da Ponte.
Dirección escénica: David Hermann. Escenografía: Jo Schramm. Vestuario: Sibylle Wallum. Iluminación: Felice Ross. Coreografía: Jean Philippe Guilois. Dramaturgia: Olaf Roth.
Reparto: Konstantin Krimmel (Don Giovanni), Christoph Fischesser (Comendador), Vera-Lotte Boecker (Donna Anna), Giovanni Sala (Don Ottavio), Samantha Hankey (Donna Elvira), Kyle Ketelsen (Leporello), Avery Amereau (Zerlina), Michael Mofidian (Masetto).
Coro del la Ópera Estado de Baviera. Orquesta del Estado de Baviera. Director del coro: Christoph Hell.
Dirección musical: Vladimir Jurowski.
Foto © Geoffroy Schied