Para honrar a Vivaldi, fundamental en los orígenes de su carrera, Cecilia Bartoli decidió llevar a escena la obra del Prete Rosso. No una concreta que, como en la mayor parte de los casos, carecería del instinto dramático que pide el público de hoy, en opinión de Barrie Kosky, responsable del concepto escénico. Para ello, Kosky, en un montaje alejado de la transgresión, ha optado por el pasticcio, fórmula popular en el barroco, cuando fueron escritas, articulando una historia a partir de retales de otras anteriores.
En este caso, utilizando como argamasa, además de arias rescatadas y llevadas al disco hace un cuarto de siglo por Bartoli, música vivaldiana sinfónica y coral, defendida por el paladín de confianza de Bartoli, Gianluca Capuano y Les Musiciens du Prince-Monaco, con los que este otoño visitará España.
Capuano se permite incluso, abriendo la segunda parte, la aportación festiva de un Concerto Grosso de Geminiani, perfecto para el lucimiento del multidisciplinar ballet, definitivo en la producción, que a las órdenes de Otto Pichler, habitual de la escena musical en Austria, transita entre la sobriedad del derviche y la modernidad de Jiri Kylián. Capaz de divertirse y divertir con el alocado cortejo de ninfas y “ninfos” post Isadora en la citada página de Geminiani.
La propuesta ha vuelto a patentizar el momento de Bartoli. No sólo su técnica vocal, que controla y dosifica como nadie. También sus posibilidades gestoras, habida cuenta que una hora antes de empezar el espectáculo, renovaba hasta 2031 su compromiso con la edición de Pentecostés del Festival, donde lleva instalada desde 2012. El mismo donde un mes antes, a modo de ensayo general, desvelaba el contenido de esta creación inspirada en personajes de las conocidas Metamorfosis de Ovidio. Esta fuente nutricia para tantos creadores, aquí obsesiona a una mujer aislada en una habitación de hotel, que en soledad repasa y actualiza los mitos, sin sospechar que acabarán arrastrándola a un imprevisible y trágico final. La anónima omnipresente, tras un prólogo con Euridice extraído para Bartoli del Orlando Furioso vivaldiano, imagina la historia de un Pigmalión carnal, encomendado al contratenor Philippe Jaroussky, cercano en la relación con su criatura a la de Oscar Kokoschka y su muñeca. O la infortunada Myrra y su pasión incestuosa.
Entre un episodio y otro, Aracne, influencer del collage artístico digital, derrotada por Minerva y su técnica 3D, permitió el lucimiento de una Bartoli plural: en la vis cómica, con las respuestas inconexas a los frívolos periodistas; dramática en una faceta que sublimaría de nuevo como Euridice cerrando el espectáculo, con el airado enfrentamiento con la implacable diosa.
En el balance general, Jaroussky quedó mejor resuelto en los tonos medios de Narciso de la segunda parte que en el sinuoso Pigmalión. Sobresaliente como Galatea y Eco, la mezzo francoitaliana Lea Desandre, curtida en el Jardín de las voces de de William Christie, y espectacular como Minerva y Juno otra mezzo, la rusa Nadezhda Kariazina, ganadora entre otros del certamen Operalia. Bien Angela Winlker en su discreta presencia como Orfeo. La audiencia del estreno, que en la primera parte sólo aplaudió una intervención del ballet, se deshizo en ovaciones imparables al conjunto, obligado a repetir una y otra vez el saludo.
Juan Antonio Llorente
Cecilia Bartoli, Lea Desandre, Nadezhda Karyazina, Philippe Jaroussky, Angela Winkler.
Les Musiciens du Prince-Monaco / Gianluca Capuano.
Hotel Metamorphosis. Vivaldi.
Haus für Mozart. Salzburger Festpiele 2025. 31 Julio 2025
Foto © Monika Rittershaus