Tándem exitoso entre la pianista norteamericana, Olga Kern y el director mexicano, Carlos Miguel Prieto en un programa abierto y cerrado por hits de la música clásica, con casi dos siglos de margen.
El apodo de "Emperador" asociado al “Concierto para piano n.º 5 en mi bemol mayor, Op. 73 (1809)” de Beethoven no es propio del compositor. Aun así, difícilmente existe un adjetivo que pueda evocar con mayor acierto la impresionante escala y majestuosidad de la obra. A pesar de sus considerables exigencias técnicas, el Concierto "Emperador" trasciende con facilidad el papel típico del concierto como mero vehículo virtuoso. De hecho, su concepción es prácticamente sinfónica; su tonalidad de mi bemol mayor (la misma que la de la Sinfonía "Heroica"), su forma expansiva y su carácter a veces marcial, siempre grandioso, le otorgan un lugar entre las obras que definen la vena heroica del compositor. Lo hace proporcionando al solista una cadencia extensa, puntuada por acordes tutti de la orquesta, que describe en miniatura todo el movimiento de 20 minutos.
El tema principal es como una marcha y asertivo; el segundo tema, algo más relajado, aparece primero envuelto en misterio, en una versión en tono menor que pronto da paso a la esperada declaración en dominante mayor. La grandeza del movimiento se ve matizada por excursiones a tonalidades remotas que, sin embargo, nunca frustran por completo el poderoso impulso hacia adelante. El lírico e idílico segundo movimiento, Adagio un poco moto, es una de las declaraciones más tiernas e íntimas de Beethoven. El piano predomina aquí, no en un contexto virtuoso, sino con una forma y una textura que prefiguran los nocturnos de Chopin. Un pedal dominante prolongado sustenta una transición sorda, incluso etérea, hacia el Rondó. En contraste con la noble magnificencia del Allegro inicial, el Rondó es un movimiento de jubilosa afirmación, evidenciada de inmediato por el tema principal, ascendente y danzante. Aunque la ambiciosa concepción del Concierto permanece siempre en primer plano en el Rondó, Beethoven no duda en brindar al solista pasajes de excepcional brillantez.
Con su técnica deslumbrante, su tono brillante y su temperamento feroz, Kern aborda la música de Beethoven con el mismo virtuosismo implacable que hizo en sus exitosas grabaciones. Además, el reto añadido de la música rigurosamente contrastante de genio de Bonn centra la concentración de Kern y le otorga una mayor agudeza a su interpretación. La interpretación de Kern del Concierto estuvo muy bien ejecutada y todas sus partes están en su lugar. El piano de Kern se equilibra perfectamente con la apasionada dirección de orquesta de Martín Prieto. El tutti orquestal es excelente y eso el público lo agradece sobremanera.
Kern resultó agradecida al pública y a toda la orquesta con unos bises espectaculares. "Feux d'artifice" (Fuegos artificiales), el último de los preludios de Debussy es un retrato musical de un espectáculo de fuegos artificiales sobre París. Kern deslumbra con sus arpegios brillantes, trinos y pasajes de acordes rápidos que caracterizan esta pieza, el más técnicamente desafiante. La obra concluye con una cita distante de "La Marsellesa" sobre un trémolo apagado. El Teatro, cerca del Balcón del Mediterráneo, hizo que la magia causase efecto, como cuando se celebra el célebre Concurso estival de Fuegos Artificiales de la ciudad catalana.
La segunda parte estuvo marcada por dos de los más célebres compositores latinoamericanos, Alberto Ginastera y Arturo Márquez, argentino y mexicano, respectivamente. Del primero, sus “Variaciones concertantes (1953)” es posiblemente la pieza sinfónica más didáctica, dentro su orquestación efectista. El director Martín Prieto sabe cuándo dejar que sus relajados movimientos lentos se desarrollen con la languidez latina justa, e impulsa sus movimientos rápidos con un ímpetu estimulante. Es esencialmente un concierto para orquesta, con variaciones individuales que resaltan instrumentos o secciones solistas (es difícil entender por qué no se le ha otorgado aún un lugar junto a la Guía de Orquesta para Jóvenes de Britten), y cada solista ofrece aquí interpretaciones magníficamente matizadas. El violonchelo solista, a quien se le asigna el tema de la obra al inicio, destaca en particular, interpretando su nota armónica final, imposiblemente estratosférica, con una pureza y una dulzura penetrantes, con un efecto devastador e intenso. La orquesta pasa de un lirismo conmovedor a una exuberancia rítmica floreciente, ofreciendo una interpretación cálida y radiante.
El “Danzón nº2” (1994) de Arturo Márquez (1950) para orquesta sinfónica ampliamente interpretado y célebre. Como indica el título de la obra, el danzón es de origen cubano. Se considera un refinado baile de salón y tiene como antecedentes la habanera y la contradanza. Por lo tanto, guarda una relación familiar con el tango, que también se desarrolló a partir del ritmo de la habanera. Tiene forma de rondó, con un estribillo recurrente separado por versos, y presentan solos instrumentales, destacando especialmente la tendencia de este baile a comenzar con un movimiento muy formal y contenido, con melodías elegantes y tranquilas. Sin embargo, hay una sensualidad subyacente en la música y el baile, que se acentúa más adelante, a medida que el ritmo se impone. Los ritmos básicos son afrocubanos, con un uso frecuente de la dicotomía entre el ritmo de tresillo y el de dos, e incluso con ritmos de quintillo.
Desde el desarrollo de este estilo de baile, las influencias africanas se han fortalecido. El danzón se popularizó en México casi al mismo tiempo que se desarrolló en Cuba. La ciudad portuaria de Veracruz, en el Golfo de México, es la puerta de entrada tradicional del país a Cuba. Los famosos salones de baile de la Ciudad de México lo adoptaron, y las orquestas de danzón se popularizaron. No es exagerado considerar el danzón como la analogía norteña latinoamericana del tango de los países del sur, ya que ambos son bailes urbanos distintivos con melodías nostálgicas, incluso tristes, y una sensualidad ardiente. Márquez ha escrito su serie de danzones de música clásica como un homenaje a la música popular y para expresar su sentir sobre este baile y su importante papel en la música urbana mexicana. Al hacerlo parece seguir el ejemplo del compositor brasileño Heitor Villa-Lobos, quien adaptó la música callejera conocida como los Choros a un formato de concierto.
Martín Prieto volvió a encandilar al público con su vibrante dirección, sacando lo mejor de una orquesta enamorada de la partitura. A destacar la entrada, en un hermoso y elegante tema principal, interpretado al principio por clarinete, pasando por cada parte del conjunto, destacando tanto la forma tradicional del rondó como la tendencia a comenzar con moderación y estallar en ritmos apasionados posteriormente.
Luis Suárez
Olga Kern, piano.
Franz Schubert Filharmonia. Carlos Miguel Prieto, director.
Obras de Beethoven, Ginastera y Márquez
15/05/2025, Teatre de Tarragona