Con sumo interés se esperaba el último concierto de la Orquesta Nacional de España que, dirigida por su titular David Afkham, presentaba un estimulante programa que incluía dos obras concertantes y una sinfonía poco frecuente por nuestra geografía. Se inició la velada con el Concierto para piano No.3 de Beethoven a cargo del solista británico Paul Lewis, quien debutaba con nuestra formación sinfónica, para proseguir con el infrecuente Concertino para arpa y orquesta de la compositora francesa Germaine Tailleferre defendido por Coline Marie Orliac, arpa solista de la Nacional, y concluir con la, incomprensiblemente, menos habitual todavía Sinfonía No.3 del músico suizo Arthur Honegger.
Razón lleva Teresa Cascudo en sus estupendas notas al programa al señalar el Tercer concierto para piano que Beethoven terminara en 1803, como piedra de toque que iluminara toda su creación posterior. Bien por su tonalidad en Do menor –toda una declaración de intenciones- germen de un hazañoso discurso que florecerá años después en su Quinta Sinfonía, como por su expansionismo formal, garante todavía de ciertas reminiscencias mozartianas que, sin embargo, comienza a albergar un amplio marco de oscuridad y desarrollo dramático gracias, en parte, a una escritura más vigorosa, de amplio rango dinámico, entre el solista y la orquesta. Desde el prólogo inicial esa fue la clave interpretativa, con un Afkham decidido, algo nervioso incluso, aspecto que le vino muy bien para calibrar la tensión discursiva y así presentar a un Lewis muy en forma en el Allegro con brío inicial. En su diálogo con la orquesta y contra un público que respondía con un paralelo recital de toses el pianista británico se mostró tan prolijo en detalles, con un envidiable equilibrio de manos –con una muy portentosa mano izquierda- y un pianismo de músculo en las secciones más demandantes, como introspectivo y sensible en el remansado Largo, Lewis hizo gala de un fraseo muy elegante, sobrio, un rubato de muy buen gusto y una aproximación expresiva, como pide la partitura, en la cadenza. El ingenioso rondó final tuvo su dosis de vivacidad en las manos de Lewis, siempre en sintonía con un Afkham que, al servicio de la música, acompañó al pianista británico con rigor, buena definición de las familias instrumentales y relieve sonoro por parte de la Orquesta Nacional.
La segunda parte del concierto constó de dos obras de dos miembros del grupo francófono Les Six, si bien las músicas fueron ampliamente contrastadas. En primer lugar se interpretó el Concertino para arpa y orquesta de Germaine Tailleferre (1892-1983), obra concluida en 1927 a partir de una primera versión para arpa y piano. Estructurada en una forma tripartita clásica, el papel solista del arpa se mueve con ironía y desparpajo ante una orquestación reducida, muy camerística, y presupuestos antirrománticos que, con muy elegante y astuto oficio recoge ecos de Debussy en las texturas, ravelianos en la orquestación y gestos típicos del Stravinski neoclásico más francés. Con resuelto virtuosismo, la arpista de la Orquesta Nacional,
Coline-Marie Orliac defendió la obra desplegando su buen hacer entre arpegios y escalas para darle gracia y desenfado, diferenciándose de un Afkham que, quizás, sonaba todavía demasiado sinfónico ante una obra que no requiere de tanta elocuencia en el acompañamiento. Aun así, la compenetración entre solista y orquesta dio muy buen resultado, con un acompasado swing que aportó frescura ante un público que llenaba la sala sinfónica del Auditorio Nacional y que recibió la obra aplaudiendo de buen grado. En correspondencia Orliac junto al percusionista de la orquesta Joan Castelló ataviado con un cajón, ofrecieron como obra fuera de programa un bonito arreglo de Manhã de Carnaval del guitarrista y compositor brasileño, Luiz Bonfá.
En una conferencia impartida por Cocteau en 1953, el dramaturgo francés recordaba a Honegger como alguien que se sintió siempre inclinado hacia una música cercana al espíritu de artesanía de las catedrales y las fábricas. En su obra, el mundo de las máquinas alterna con los pilares, retablos y ventanales de las iglesias. Palabras que bien ilustran no solo el maquinismo de Pacific 231, obra que le haría famoso, sino un cierto eclecticismo estético cultivado en aras de resolver las necesidades expresivas del compositor. Honegger se presenta, además, no solo como el más germánico de Les Six sino, posiblemente, el más romántico entre los antirrománticos y quien más interés tiene en el desarrollo formal de sus obras buscando una arquitectura polifónica que encierra el mensaje de una música que habla por sí misma, que rehúsa toda intertextualidad, y que huye de la hipotética simplicidad neoclásica.
Un buen ejemplo de estos aspectos es su Sinfonía No.3, “Litúrgica”, concluida en 1946. A diferencia de la optimista y estricta contemporánea Sinfonía No.4 de Martinu que celebra el final de la guerra, la Sinfonía Litúrgica ejemplifica el conflicto del ser humano con su destino sin divorciar su mensaje del contexto bélico. Para Honegger, la estructura de la obra en tres partes desde el violento Dies Irae inicial al himno de desolación y esperanza del De profundis clamavi y la lucha contra la deshumanización en esa enorme passacaglia robótica –que recuerda al autómata final del segundo movimiento de la Cuarta Sinfonía de Shostakovich- no exenta de cierto sarcasmo, ya que para el compositor representa todo aquello que conduce a la obstinación humana y al más profundo decaimiento como la adversa burocracia o las interminables colas en las tiendas- que es el Dona nobis pacem, llama a una suerte de réquiem abstracto resuelto en una plegaría, en forma de bellísima coda final.
El papel de la Orquesta Nacional de España en este, digámoslo así, reestreno madrileño de esta obra maestra fue sensacional en toda su plantilla –resaltándose especialmente el muy resolutivo conjunto de metales- al quedar comandado por un David Afkham que desarrolló muy bien el rítmico y tenso primer movimiento e hizo crecer paulatinamente el melódico tiempo lento hasta su clímax, cuidando las dinámicas y los matizados engarces entre diferentes frases sonoras. Por último, construyó el tercer movimiento como un edificio hasta su cromático desmoronamiento, creando una atmósfera de gran sensibilidad y recogimiento en la preciosa coda final. Sin lugar a dudas, otro excelente concierto para el recuerdo.
Justino Losada
Paul Lewis, piano
Coline-Marie Orliac, arpa
Orquesta Nacional de España / David Afkham
Obras de Beethoven, Tailleferre y Honegger
Orquesta y Coro Nacionales de España. Temporada 2025/2026
Auditorio Nacional, Madrid