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Crítica / Carmen: patrona de Sevilla - por Javier Extremera

Sevilla - 16/06/2025

Nunca habrá una ciudad tan en deuda con un compositor, como lo va a estar siempre Sevilla con Georges Bizet, que convirtió a su Carmen en vistosa e impagable tarjeta postal y todopoderosa embajadora de la capital andaluza. Y la ciudad, con su Teatro Maestranza y sus seis funciones previstas a la cabeza, no podía mirar hacia otro lado justo cuando la obra ha cumplido 150 años desde su estreno, porque aunque ahora cueste creerlo, su puesta de largo fue muy decepcionante. Bizet fallecería tres meses después creyendo que su obra era un fracaso y que estaba condenada a ser devorada por el tiempo. Hoy luce más viva que nunca, convertida en una obra universal e imperecedera, siendo uno de los títulos más solicitados por el gran público. Y es que resulta inevitable que uno sienta mariposas en el estómago cuando sabe que va a poder ver una Carmen en Sevilla (algo así como asistir a una Tosca en la ópera de Roma o a una Bohème en París). La última que se alzó a esta orilla del Guadalquivir fue la legionaria y castiza lectura de Calixto Bieito, hace ahora justo cuatro años.

Apostar por el director de escena Emilio Sagi es apostar por un caballo seguro y ganador. Hombre sabio de teatro, de elegantes y esmeradas formas, elaborada iluminación, que además gusta de profundizar acertadamente en el aspecto interpretativo y actoral de los cantantes, a los que mueve sobre el escenario de una forma natural y bien conjugada. Su puesta en escena para esta nueva Carmen (mucho más atrevida y arriesgada que la vista en el Teatro Real en 2002) bebe mucho formalmente de la estética de los documentos musicales firmados a dúo entre Carlos Saura y Vittorio Storaro, tales como Tango, Flamenco o el retrato dramático de Goya en Burdeos, donde una gigantesca pantalla con video-proyecciones se acaba transfigurando en un dinámico y pictórico óleo repleto de sugerencias visuales y emocionales. Desnudez que defiende incluso la escueta utilización de esas sillas de esparto (tan andaluzas y tan lorquianas) que se alzan prácticamente como único utillaje en el escenario. Eso sí, la producción venía con el lastre de haber sido creada pensando en el auditorio de Alicante, lo que en el trasvase a un gran espacio teatral corría con el riesgo de empequeñecerse. No fue así, porque Sagi (curtido en mil batallas ya) adapta el espacio de forma certera y efectiva, recortando algunos diálogos y dotando de sentido y continuidad todo el desarrollo de la acción.

Una escena desnuda y vacía, sin decorados ni utilería, donde el rojo se apodera dictatorialmente de toda la acción, que está embebida por ese albero grana que encharca el escenario (o sería más acertado decir “coso”). El color de la sangre y la pasión, del pecado y del amor, de esa flor despechada símbolo de libertad que es capaz de acabar con al vida de un ser humano. Las inevitables dosis de folclore que utiliza Sagi para su “camerística” propuesta son contenidas y equilibradas (incluyendo las coreografías), ya que -para el ovetense- Carmen es un símbolo más universal que patrio (ha habido y habrá muchas Carmenes repartidas por todo el mundo). El soberbio trabajo de iluminación firmado por Eduardo Bravo es la gran baza escénica, sobre todo a la hora de ahondar en el desgarro y el dolor del sórdido y verista último acto, cuando el coro rodea a la pareja de amantes sentados en las sillas y con unos velos rojos tapándoles la cabeza. Momentos que consiguen una tensión y una belleza plástica de una fuerza desgarradora (¡puro teatro!).

La cuadrilla

El Maestranza tuvo que echar mano de Jacques Lacombe tras la renuncia de Karel Mark Chichon, que finalmente se unió en la deserción como antes lo hiciera su esposa Elīna Garanča, primera Carmen prevista. Y se dejó la piel el canadiense (titular del coso de Vancouver) para insuflar de vida su lectura, atento siempre a las variaciones rítmicas, a la creación de atmósferas y preservando por encima de todo las voces, primando en la orquesta sobre todo el color, pues no en vano su mirada (enormemente sutil y etérea, muy “afrancesada”) parecía estar expuesta bajo mandamientos puramente impresionistas. En la escena del crimen, supo tensionar la electrizante acción junto a una enérgica ROSS, algo rígida y ceñida en algunos pasajes, pero segura y efectiva en su conjunto.

El Coro del Maestranza (complementado con la Escolanía de Los Palacios) volvió a dar una nueva lección de buen canto de la mano firme del gran Iñigo Sampil (pulcras y delicadas las texturas conseguidas en la blanquecina y virginal escena inicial de estas “muchachas flor” made in Bizet).

Arrasó Maria Kataeva como una racial y explosiva cigarrera. La mezzo rusa fue un prodigio en lo actoral, dominando la escena con una fuerza arrolladora (qué forma de expresar y tensionar sus pasajes). Sorprendió la eficacia en el dominio de las castañuelas, que retumbaron a la perfección. Pero no se quedó corta tampoco en el aspecto vocal, con un instrumento florido, rotundo y amplísimo en su provechoso registro grave, que despuntó en la inolvidable escena del tarot (una Carmen que recordó a la de su compatriota Marina Domashenko).

Frente a esta leona enjaulada, Piero Pettri fue un lindo gatito sin ningún desparpajo o atisbo de ardor sobre el escenario. Voz minúscula para un tenor lírico que hacía su debut en el rol de Don José. Se palpaba su nerviosismo y dudas sobre el escenario, aunque posee un elegante y metálico agudo. En la superlativa “Aria de la flor”, el italiano se saltó el La bemol agudo que hay que apianar al terminar el “Et j’étais une chose à toi!”, para convertirlo directamente en un do de pecho. Gajes del oficio.

Desacertado, tosco e inválido el torero Escamillo del eslovaco Dalibor Jenis (carente de registro grave), que si en vez de estar en el coso operístico hubiera estado en el recinto de al lado, la plaza de toros de la Maestranza, seguramente hubiera sido despedido con una lluvia de almohadillas (¿es que no estaba libre un eficaz hombre de la casa como Simón Orfila?).

La Micaela de la soprano lírica Giuliana Gianfaldoni fue un acierto de expresión y gusto musical, pese a que sea un personaje con tan poca chicha dentro de la trama. Estuvo encantadora en el “Je dis que rien ne m’épouvante” del Tercer acto. Sobresaliente también la fresca juventud de la Mercedes de Anna Gomà y la Frasquita de Mercedes Arcuri, estupendas ambas en la escena de las cartas. Y es que, tras cumplir sus primeros 150 años, la venerada Carmen sigue siendo la santa patrona musical de la ciudad de Sevilla. Así que, ¡a por otro siglo y medio más!

Javier Extremera

 

Georges Bizet: Carmen.

Maria Kataeva, Piero Pretti, Giuliana Gianfaldoni, Dalibor Jenis.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro del Teatro de la Maestranza.

Director musical: Jacques Lacombe.

Director de escena: Emilio Sagi.

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 13-junio-2025.

 

Foto © Guillermo Mendo

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