En Torrelavega, a 7 de agosto del año del Señor de 2025
Muy ilustre y estimado lector:
No puedo dejar de tomar la pluma —aunque la hora sea ya avanzada y los sentidos algo vencidos por la fatiga— para participaros del raro deleite que esta noche hemos gozado en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de esta villa, donde la esclarecida agrupación Al Ayre Español, conducida con su habitual maestría por el señor don Eduardo López Banzo, ofreció un concierto de músicas italianas del Seicento que, por su elegancia, profundidad y delicadeza, bien merece quedar en la memoria de los aficionados doctos y de cuantos se precien de amar las cosas bien ordenadas del espíritu.
El templo, cuya nave se hallaba colmada de gentes venidas de varios lugares, lucía de manera particularmente hermosa, pues el retablo mayor fue iluminado en tonos rosa y malva, cosa no común, pero que, lejos de distraer, confería a la escena un aire de teatral recogimiento muy en consonancia con las pasiones que luego la música habría de suscitar.
Abrióse la velada con una Sinfonía en re menor del romano Lelio Colista, obra discreta y de clara factura contrapuntística, ejecutada con sobriedad y noble pulso. A esta siguió una Sonata a tre de Corelli —la undécima en re menor de su Opus Primum—, que fue dicha con tanta claridad como afecto, siendo de notar el equilibrio con que los violines se entrelazaban y se separaban, como si en ellos latiese un solo aliento.
Mas fue con la entrada de la voz solista que el auditorio, ya atento, quedó verdaderamente rendido. Sepa usted que me refiero al primer mottetto de Alessandro Scarlatti, “Infirmata, vulnerata”, y al contratenor que le dio vida: el joven Bruno Campelo, cuya voz, templada y dulce, muestra un raro dominio del arte canoro, y en quien la igualdad entre los registros —tan difícil de hallar en tales voces— se conjuga con un gusto exquisito en la declamación. Su dicción latina fue pura; su línea, flexible y expresiva sin afectación. Hallóse en él, en verdad, un ministro digno del genio que compuso tales notas.
Tras este arrebato espiritual, se oyó, ya en la segunda parte, la Sonata para violoncello y bajo del mismo Scarlatti, donde el instrumento grave, con voz redonda y de noble lamento, se explayó con bella cantabilidad. Fue el contrabajo de Xisco Aguiló sostén y ornamento sin jamás oscurecer la línea principal de Aldo Mata, mostrando los dos intérpretes una inteligencia común del estilo.
Vinieron luego dos piezas que merecen mención: una Sinfonía en la menor de Carlo Ambrogio Lonati, de lenguaje más vehemente, con súbitos contrastes de afecto que nuestros músicos supieron trazar con gallardía; y una segunda Sonata de Corelli —la cuarta en la menor—, dicha con recogimiento y pureza, sin que la gravedad de los sollozos de los violines de Alexis Aguado y Kepa Artetxe se viese jamás entorpecida por lo mecánico.
Pero el verdadero culmen de la noche fue, sin duda, el segundo mottetto de Scarlatti, “Totus amore languens”, donde el maestro “aragonés” —de quien no pudo López Banzo hablar sino con admiración rendida— muestra toda la riqueza de su invención melódica, su don teatral, su ciencia del contraste entre pasajes de ardiente pasión y otros de silencioso abandono. Nuevamente el todavía joven y ya maestro Campelo se mostró a la altura del reto, arrancando suspiros de admiración a no pocos. Fue ejecución digna de los salones de Roma o de la Capilla Real de Nápoles.
No es pequeña cosa, señor mío, que en esta villa montañesa —tan alejada de los centros cortesanos— podamos gozar de tales perfecciones musicales. Quiera Dios que esta fiebre de espíritu perdure, y que el Festival Internacional de Santander y Al Ayre Español, con su devoción a lo antiguo y su arte moderno, nos visiten muchas veces más.
Vuestro seguro servidor,
Darío Fernández Ruiz
Al Ayre Español. Eduardo López Banzo, director.
Obras de Scarlatti, Corelli, Colista y Lonati.
74 Festival Internacional de Santander
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, Torrelavega
Foto © Pedro Puente / FIS