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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Al filo de un precipicio (Cuartetos Quiroga & Jerusalem) - por Javier Extremera

Granada - 21/07/2021

Todo un acierto el consolidar como privilegiada sala de cámara del festival granadino el patio de los Mármoles del Hospital Real, que sorprendentemente ofrece una acústica muy cálida y acogedora para los instrumentos de cuerda (sin retumbes ni ecos, pese a la abundante piedra que le rodea).

Tanto el Cuarteto Quiroga como el Jerusalem poseen un enfoque musical común y enlazado entre sí, de vasos comunicantes, pues son formaciones que reniegan del sonido clásico, de las lecturas plácidas, fáciles y románticas, dándole un puntapié a la jurisprudencia interpretativa anteriormente dictada (con ellos todo suena a siglo XX). A ambos les gusta el vértigo y buscar irrefrenablemente los extremos formales y tímbricos (a veces parece que toquen con un cuchillo entre los dientes). Conjuntos que son, sin duda y por derecho propio, dos de los mejores cuartetos en activo hoy.

El Quiroga posee un sonido amplio, rico en matices y extremadamente denso en el vibrato, que proporciona una intensidad sonora que desborda, consiguiendo encender chispas y soltar descargas eléctricas sobre el patio de butacas. Sus ejecuciones, además de desgarradoras y explosivas, son muy físicas, a veces incluso gimnásticas, no dudando en levantarse de la silla para profundizar y enfatizar más aún si cabe el acorde. Cibrán Sierra, el segundo violín, es el alma, el corazón y el cerebro del Cuarteto, que desde su nacimiento mantiene vivos a sus cuatro ejecutantes. Aitor Hevia es un primer violín sólido y muy resolutivo en el registro agudo. La impagable viola de Puchades son las arterias y las venas de la formación, a la que se le une el chelo abisal y enaltecido de Helena Poggio, verdadero músculo de la agrupación, que en su conjunto posee un apabullante dominio técnico.

Brahms (principio y el fin del programa) se fundió con su querido amigo Schumann. Y escondida siempre tras ellos Clara, el gran amor de ambos. A ella va dedicado el proverbial Quinteto Op. 44, además de haber estado presente en la gestación y el estreno del primero de los Cuartetos Op. 51 del hamburgués. El Quiroga ofrece un Brahms que jamás mira hacia atrás, sino continuamente hacia el futuro (Segunda Escuela de Viena). El espejo formal en el que intentan reflejarse es en el del mítico Cuarteto LaSalle, aquellos quiénes empezaron este nuevo melón interpretativo. Cortante sonoridad, tempi fluidos y ágiles, voz potente (a veces incluso sinfónica), tensión dramática y honda expresividad, que ya estuvieron presentes en el Allegro inicial, que tuvo su clímax en el estupendo Agitato conclusivo. En la Romanze el Quiroga huyó del empalagoso sentimentalismo brahmsiano habitual, conteniendo su emoción y su desbordamiento lírico (sobrecogedor el pianissimo del arranque). El Finale fue una fiesta de enorme riqueza melódica y rítmica en sus arcos.

Para la segunda parte del programa el pianista Javier Perianes fue un inmensurable compinche, pues se nota a leguas la conexión tanto musical como afectiva que tiene el Cuarteto con el onubense, que brilló en una obra que tiene al teclado como omnipresente locutor. La interpretación del Quinteto de Schumann fue conducido con febril pulso hasta sus límites formales, con una tensión interna a veces irrespirable. Un Schumann que parecía tocado al borde de un acantilado, sin red de protección, vibrante y repleto de fuego, pero siempre, eso sí, sin perder la compostura, ni dejar de sentir los pies en el suelo.

La fantasía del teclado de Perianes aportó una embriagadora fragancia poética, lo que añadió un halo extra de ensoñación romántica a la deliciosa partitura. Arrebatador el Allegro inicial, con un maravilloso y fluido diálogo entre todos los instrumentos. Esa dolorosa plegaria que es la Marcia (que sonó muy muy fúnebre) estuvo magníficamente cantada y suspirada en los angustiosos silencios. Una balada épica repleta de fogosidad en las manos de estos cinco privilegiados músicos (magistral el pasaje Agitato). En la recapitulación, volvieron a sacar la chistera consiguiendo la mágica sensación de que la música se desvanece y se pierde hacia la nada. El brillantísimo y palpitante Finale (de esos de “sálvese quien pueda”) estuvo sobrecargado por un pujante y palpitante tempo, tocando el cielo en el inmortal doble fugato, al que dotaron de una gozosa claridad contrapuntística. Las campanas en los bajos del piano del final nos volvieron a gritar que estamos ante una de las más grandes y bellas creaciones camerísticas de todos los tiempos.

Con un público entregado, Perianes y el Quiroga fueron muy generosos y regalaron dos bellísimas perlas como inolvidables propinas: un rugiente e implacable Scherzo del Quinteto Op. 57 de Shostakovich (rítmicamente salvaje) y el emotivo Andante de ardiente intensidad expresiva de esa obra cumbre del género que es el Quinteto Op. 34a de Brahms.

 

25 años del Jerusalem

Por su parte, el Cuarteto de Jerusalén, que este año cumple 25 años de vida, fue el encargado de clausurar la 70 edición del festival granadino. Una de las mejores agrupaciones camerísticas de hoy. En el programa tres obras del clasicismo vienés personificado por un trío de colosos como son Mozart, Beethoven y Schubert. El Jerusalem sigue los pasos formales de los mejores Cuartetos del presente como el Takács o el Belcea, es decir, inmaculada articulación, dinámicas llevadas a los extremos (puras dentelladas), ímpetu incisivo en los timbres (a veces rozando lo violento), expresividad a flor de piel, la precisión de un reloj suizo (admirables unísonos), elaboradísima afinación y empaste, prodigioso dominio técnico y un fraseo intenso y punzante.

El primero de los Cuartetos Prusianos de Mozart, el KV 575, sonó destemplado, gélido y mundano. Musicalmente austero, como en blanco y negro, con las alas cortadas en su vuelo lírico, sin el colorido tan familiar en el salzburgués. Escasez de luminosidad y sin lugar para el habitual gracejo mozartiano y su traviesa sonrisa, que intentó reaparecer tanto en las rupturas tonales del Menuetto, como en el hermoso Andante, gracias, en parte, al rutilante chelo del gran Kyril Zlotnikov, pero sin conseguirlo en toda su plenitud.

El Op. 95 Serioso de Beethoven fue harina de otro costal. Denso y profundo, violento e irascible, de vasta opulencia tímbrica y tensión armónica, ritmo vibrante, extrema plasticidad y refulgente sforzando. Es prodigioso con qué naturalidad fluye la música entre sus cuerdas, sobre todo en el violín -curtido en mil batallas- de Alexander Pavlovsky. El Allegretto sonó como un bello lied romántico, esmerándose los cuatro instrumentos en la línea de canto, que fluyeron a la perfección en el luminoso fugato. Incisivo y febril el movimiento Serioso que da nombre al Cuarteto.

La Muerte y la Doncella D 810 es una obra tan genial y eterna como puedan ser la Op. 111 de Beethoven o la Sonata en la mayor de Franck. Duele pensar que nunca se editara en vida de Schubert. El Jerusalem dota a esta inmortal pieza de una atmósfera asfixiante y angustiosa, sacrificando los pasajes más líricos y poéticos en pos de la negrura, la tragedia y la tensión armónica. Para ellos la muerte no es sensual ni seductora, sino más bien desde su entrada, una siniestra y cadavérica figura guadaña en mano. El inmortal Andante (de aristas afiladas, repleto de amargor y expuesto sin respiros) tuvo la misma fuerza que el cuadro de igual título de Egon Schiele, adentrándose formalmente de lleno en el más puro expresionismo musical. Contrastes vivos y agitado dramatismo. Para ellos Schubert solo ofrece dolor y sombras, sin espacio para un leve rayo de luz. Sin duda, un estilo premeditado, impúdicamente anti vienés. Una carrera de la mano de la muerte hacia el abismo, que concluyó con un prodigioso y enérgico Presto coronado por esa danza macabra, rítmicamente poderosa y cuyo cromatismo y violentos acordes finales, intensificaron la sensación de haber asistido a un gran concierto.

“No temas, dame tu mano, yo soy tu amiga”

Der Tod und das Mädchen D 531 (Mathias Claudius)

Javier Extremera

 

70º Festival Internacional de Música y Danza de Granada.

Patio de los Mármoles (Hospital Real).

13-julio. Cuarteto Quiroga. Javier Perianes, piano.

Obras de Brahms y Schumann.

18-julio. Jerusalem String Quartet.

Obras de Mozart, Beethoven y Schubert.

Foto:  Cuarteto Quiroga y Javier Perianes / © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

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