Sábado veintiuno de junio, solsticio de verano, onomástico de quien suscribe y… flamante Día europeo de la música: efusiva celebración anual organizada por el Centro Nacional de Difusión Musical en el Auditorio Nacional de Música, sala sinfónica.
En la palestra este año, sobre los atriles de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, nada menos que los cinco conciertos para piano y orquesta de Beethoven, dispuestos, eso sí, en cierto orden: Segundo al Cuarto en un primer “acto” a la hora habitual vespertina y con excelente afluencia de público, y, los dos conciertos extremos del catálogo numerado del de Bonn, Primero y Quinto, en el subsiguiente “acto”, ya en horas nocturnas de todas todas, con una entrada algo (bastante) más discreta que, para aquéllos que asistimos a ambos sucesivamente, a toda la celebración completa quiero decir, resultó un tanto decepcionante, por la eximia y contrastada por el implacable paso del tiempo, calidad de la música ofrecida en este segundo envite.
No en vano, el Quinto y último concierto con que se cerraba la programación, en justicia: “el Emperador de todos los conciertos” habidos y por haber (incluso de los conciertos con orquesta para otros instrumentos solistas alejados del teclado y sus musas), es el más innovador sin lugar a dudas de todos ellos y, en todo tiempo y lugar. Una trascendencia específica, histórica, estética y técnica, que, situada de esta guisa, en esta posición tan postrera (terminamos al filo de la media noche, un tanto superadas ya las mismísimas doce de reloj, por los aplausos… y así lo gesticulaba con simpatía su solista), no pudo recibir todo el calor que virtualmente merece (también es verdad que, con el tiempo transcurrido y las temperaturas madrileñas cercanas a los cuarenta grados, esto, lo del calor del público, aún a esas horas avanzadas de la noche, no se echó en falta).
Los fuegos artificiales que siguieron, fueron la consecuencia anunciada. Unos fuegos, por cierto, en los que yo hubiera seguido usando música beethoveniana de fondo, sin romper el clima magníficamente creado, por los intérpretes, primero, por el propio público, después, pero sobre todo, por el autor y su catálogo homenajeado durante cuatro horas y media (contando sus dos descansos reglamentarios y el tiempo, no demasiado amplio, dejado entre sendas entregas sucesivas).
Al frente de todo y de todos, protagonista estelar del evento, situado en el centro mismo del escenario mirando a la orquesta y sin la tapa proyectiva acústica habitual sobre las cuerdas del arpa del piano, solista consagrado y director: Javier Perianes.
Un menú extraordinario, bien preparado, dispuesto y resuelto por todos, capitaneados por Perianes, para un día extraordinario. Qué decir, qué comentar… qué criticar (!) entonces en una fecha tan festiva e ilusionante que encuentra en la música, simplemente, su fundamento primero y su último objetivo, sin más. Una jornada donde el fin justifica los medios y los medios justifican su fin: donde, en suma, el fin son los medios.
Todo un contraste en este día más largo y luminoso del año, celebrado por esta sencilla razón desde tiempo inmemorial, con un mundo, y, por ende, una Europa también, salpicada de oscuridad e incertidumbre. Beethoven, con sus virtudes y defectos, humanos o divinos, musicales o personales, siempre con su asumida y consciente responsabilidad histórica a sus espaldas, pero, sobre todo, con su aura bien ganada, de voluntad, empatía y sensibilidad, genialidad en suma, sigue siendo un referente común.
El Día europeo de la música tuvo, pues, al piano y a Beethoven como virtuales protagonistas. Sus cinco Conciertos para piano con los citados: Javier Perianes y la Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Y es que Beethoven ha sido, es y siempre será una propuesta ganadora, victoriosa (entre tocayos, además, etimológicamente: ¡Ludwig!), pese a aquel supuesto apodo doméstico (un tanto despectivo, por burda intención infantil) que supuestamente recibiera según alguna fuente, y que, de alguna forma, nos vincula con el de Bonn por su tez morena, rizado y limitada estatura, de: “el… español…”: — ¡Que salga el autor, hombre; que salga el autor!
El primer “acto”, que dije antes, por la natural adaptación técnica del solista al citado repertorio de compromiso clásico-romántico (especialmente Segundo y Tercero), el ambiente creado por la expectante y nutrida presencia de público y la excepcional doble función del solista en este programa, resultó más redondo y logrado. Especialmente en su primera parte donde se combinaba la relativa avanzadilla, más discreta pero definida y contundente, del Segundo concierto, perfectamente servido esta tarde, y el, también relativamente trascendente (pero sin exagerar), Tercero en catálogo.
Una primera parte convincente y que mereció las (inusitadas por acaloradas e insistentes) demostraciones de entusiasmo del público, propias de una ocasión, ante todo, festiva como ya dije, al fin de ambas obras y, concretamente, tras este Tercer concierto en la carismática tonalidad, romántica y beethoveniana por antonomasia, de do menor. Todo ello justo antes de un primer, preceptivo y merecido descanso.
Dos Conciertos con orquesta que se ajustaron a las cualidades técnicas del hoy, solista y director, Perianes, como un guante, al margen de su contenido dominio de la obra en su conjunto y los detalles escogidos, de gesto modesto pero eficaz, con los que condujo a la orquesta.
Una dirección que, fácilmente, pudiera haber entorpecido o, al menos, enturbiado la soberana facultad pianística (como he comprobado en otros casos de afamados virtuosos internacionales que no voy a nombrar, que nos han visitado y visitan a menudo en ciclos selectos, y que han abordado este doble rol pianista-director con bastante menos perfección, y los consecuentes “errorcillos”, inesperados “resbalones de notas” en los momentos críticos de cambio de rol, “director a solista” o “solista a director”, y, versiones, sin lugar a dudas, constreñidas y bastantes menos coherentes que las que hoy disfrutamos de las cinco grandes partituras del pianismo universal).
Quizás con el mismo perfil del primero pero más acusado en su diferenciación, las versiones del segundo “acto”. Un buen Primer concierto de inicio (en línea con la primera parte de aquel primer “acto” de la tarde) y un Quinto algo afectado por las horas, la diferencia estética y técnica, su mayor compromiso en este doble rol y la postrera posición en programa.
Un alarde bien preparado y resuelto de principio a fin, sin obras menores y mayores (como, por cierto, se suele certificar este tipo de envites, dicho sea de paso), resuelto con brillo y solidez al alimón por Javier Perianes como director y solista, y la Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Luis Mazorra Incera
Javier Perianes, piano y director.
Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Los cinco Conciertos para piano y orquesta de Beethoven.
CNDM - Día Europeo de la Música. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Rafa Martín