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Edición Maria Callas

Al servicio de Arte

octubre 2014

Maria Callas fue una de las mejores “artistas” del mundo de la ópera y lo fue porque puso todas sus grandes cualidades al servicio del arte. Por ello, es importante la remasterización de una gran parte de sus grabaciones, para que con las nuevas técnicas nos permita acercarnos, lo más posible, a la realidad de sus interpretaciones de estudio.

Por tratarse de más veinte óperas, haré una selección comentando gran parte de la obra, principalmente vinculada a la intervención de la soprano. Empezaré con Norma de Bellini, de la que se ofrecen dos registros. El primero, de 1954 (Tullio Serafin, Scala de Milan), nos muestra a la soprano en el momento más álgido de su carrera, con una voz de soprano dramática de agilidad, con la que sabía contrastar de una forma maravillosa el aria, donde daba una lección de legato, con la cabaletta, donde surgía la gran fuerza dramática, fragmentos que solo son el inicio de una interpretación de las que no se olvidan. En la de 1960 (Tullio Serafin, Scala de Milan), Callas había mejorado, si cabe, su versión, con una voz brillante, que mantiene un buen estado vocal.

En I Puritani (Tullio Serafin, Scala de Milan) de Bellini consiguió crear nuevas emociones, dando vida a la frágil Elvira, a la que dio una visión más humana, mientras que en La sonnambula belliniana (Antonino Votto, Scala de Milan) dio una nueva dimensión de estilo belcantista, realzando la delicadeza de Amina.

Para variar, la Carmen de Bizet (Georges Pretre, Opera de París), donde Callas, con una voz que había perdido algo de fuerza, continuaba creando un personaje totalmente creíble, al que aportó su propia visión, mientras que la Medea de Cherubini (Tullio Serafin, Scala de Milan) le permitía, a la artista, mostrar su fuerza expresiva y vivir su drama intensamente. También de Lucia di Lammermoor de Donizetti hay dos grabaciones: la primera, de 1953 (Tullio Serafin, Maggio Musicale Fiorentino), con unos medios exultantes, marca la tragedia de la protagonista con fuerza en el registro agudo y calidad en las agilidades, pero también fraseo dolorido e ido. En la segunda, de 1959 (Tullio Serafin, Philharmonia Orchestra), la voz no era tan brillante, pero la profundización era evidente.

Callas nos mostró su visión del verismo en el binomio clásico de Leoncavallo y Mascagni, Pagliacci/Cavalleria Rusticana (Tullio Serafin, Scala de Milan), realzando, en la primera, la determinación de Nedda, mientras que supo plasmar la rabia y los celos de la desgraciada Santuzza en la segunda. La soprano griega se identificó con el personaje de La Gioconda de Ponchieli y lo grabó dos veces: en la primera, de 1952 (Antonino Votto, Sinfonica Torino RAI), destaca la fuerza vocal, en todos los registros y con descubrimientos expresivos, mientras que en la segunda, de 1959 (Antonino Votto, Scala de Milan), la intensidad dramática es más apabullante.

Personajes de Puccini

Los personajes de Puccini le iban como anillo al dedo y en su primera versión de Tosca, de 1953 (Victor de Sabata, Scala de Milan), Callas brillaba en lo vocal e impresionaba en lo dramático. En la segunda, de 1965 (Georges Pretre, Société des Concerts du Conservatoire), quedó la artista, pero la voz había perdido intensidad. Interesante es la versión que hace la soprano de Manon Lescaut (Tullio Serafin, Scala de Milan) por su enfoque, mientras que en La bohème (Antonino Votto, Scala de Milan) sorprende por la gran identificación, en un personaje que no parece que encajara en exceso con su filosofía interpretativa. Finalmente, Turandot (Tullio Serafin, Scala de Milan), que fue un rol en el que brilló a principios de su carrera, aquí mantuvo la variedad expresiva, pero sus medios no eran los de antes.

Rossini no es un autor que a priori uno identifique con Callas, pero también hay dos muestras que rompen este esquema. En Il barbiere di Siviglia  (Alceo Galliera, Philharmonia Orchestra), consiguió una integración con el personaje, que recreaba, mientras que en Il turco en Italia (Gianandrea Gavazzeni, Scala de Milan), consiguió dar a Fiorilla toda la frescura y agilidad necesaria.

Finalmente nos queda Verdi, con seis títulos: Rigoletto (Tullio Serafin, Scala de Milan), donde una vez más supo meterse en la piel de la desdichada Gilda con una cuidada composición del personaje, aunque vocalmente su instrumento se resintió con el paso del tiempo. Su Leonora de Il trovatore  (Herbert von Karajan, Scala de Milan) fue una de sus máximas creaciones, consiguiendo tal cantidad de matices y belleza expresiva, que parece que el personaje fuera ella misma. Muy interesante es su versión de La traviata de 1952 (Gabriele Santini, Sinfonica Torino RAI), grabada con Cetra y poco divulgada, donde consiguió muchos momentos geniales, tanto vocal (primer acto) como expresivamente en el resto de la obra. En Un ballo in maschera (Antonino Votto, Scala de Milan), consiguió una total inmersión en la atormentada Amelia, marcando las diferentes situaciones, temor, dudas y dolor por la muerte del ser amado. Sigue La forza del destino (Tullio Serafin, Scala de Milan), donde la artista griega volvió a desmenuzar el personaje, algo dubitativo, para sacar el máximo rendimiento de la infortunada Leonora. Finalmente Aida (Tullio Serafin, Scala de Milan), siendo interesante como siempre, no alcanzó las cotas del nivel alcanzado en su actuación en México.

En resumen, todo un curso de interpretación.

Albert Vilardell

RECITALES DORADOS

Quien fuera, antes de ser Callas “a secas”, Maria Menegheni Callas (no hay que perderse, si lo encuentran, el libro -solo en inglés- My Wife Maria Callas, de Giovanni Battista Meneghini, primer marido de la diva, casado con ella en 1949 hasta que ella lo abandonó por la calentura de Onassis), grabó algunos memorables recitales, cuando su voz aún no penaba sus sufrimientos vitales y la castración de enjaularse tras la cantante y no tras el ser humano. Ella, como Rita Hayworth, que era Gilda para los hombres antes que Rita (“se acuestan con Gilda y se despiertan con Rita Hayworth”), era Ana Maria Cecilia Sofia Kalogeropoúlou, “la Callas”, pero antes que cualquier personaje de ópera fue un ser humano frágil, muy frágil, que conmovió al siglo XX con su voz, tal como hace ahora en esta fantástica edición remasterizada por Warner. En “Sings Operatic Arias, Lyric & Coloratura”, es tal la perfección de estilo y la intensidad dramática (1954, Philharmonia Orchestra, Tullio Serafin), que sesenta años después no se ha cantado este repertorio mejor. Lo mismo ocurre con “Callas at La Scala”, con escenas de Medea, La Vestale y La sonnambula (1954, Scala, Tullio Serafin), personajes que hizo suyos en voz y significado. Curioso es el dedicado a Beethoven (Ah! Perfido), Mozart (arias de Don Giovanni y Bodas) y Weber (Oberon), dirigida por Rescigno (1963-64), que sin pizca de finura, al menos echa toda la carne en el asador. Sorprendente cantar tan bien con un estilo (hoy en día) tan extraño.

“The Callas Rarities” (doble CD, 1953-1969) contiene de todo, desde un excepcional Verdi a un Rossini donde la voz no fluye en las agilidades y en los agudos con la solvencia de años pasados, pero el arte es mayúsculo. Un clásico es “Rossini & Donizetti arias” (Rescigno, 1963-64), donde la diva es ama y señora de todo lo que ocurre, hasta alguna que otra habilidad en el estudio de grabación para disimular cansancios vocales… Los dos discos dedicados a arias del repertorio francés (ambos con Pretre, 1961-63) son míticos, en especial el de 1961, una lección de canto de principio a fin (Gluck, Sanit-Saëns, Charpentier).

“Mad Scenes”, con extractos de Anna Bolena, Hamlet e Il Pirata (Rescigno, 1958), en la que el sonido agradece la efervescente dirección de un director que era fuego vivo cuando tenía a Maria a su vera, contiene tres perfectos ejemplos de bel canto y de desarrollo dramático (Hamlet). Para finalizar, Maria Meneghini Callas se colocó delante de un micro en 1949 en el Auditorio de la RAI en Turín para grabar “Dolce e calmo” (italianización de “Mild und leise” del Tristan), dos arias de Norma (“Casta Diva” y “Bello a me ritorna”) y tres de I puritani (“O rendetemi”, “Qui la voce” y “Vien, diletto”). La portadilla original nos muestra a una mujer entrada en peso, que luego perdería desordenadamente, que seguramente afectó a su instrumento, con una voz como un águila sobrevolando el cielo, planeando y aleteando con total facilidad, como si todo el espacio fuera para ella. Qué dicha.

Gonzalo Pérez Chamorro

 

 

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