Música clásica desde 1929


Un punto de encuentro de actividades musicales con artistas, instituciones y gestores


Alfredo García Serrano

“Un mal pedagogo causa más daño que un mal intérprete”

Julio 2020

Reconocido por la crítica musical como uno de los violinistas más destacados de su generación, Alfredo García Serrano (León, 1971) disfruta actualmente de una intensa carrera como pedagogo y concertista. Tras su estancia en EE.UU, comparte sus experiencias con nuestros lectores, haciendo hincapié en la enseñanza y pedagogía y en la dualidad maestro-intérprete.

Como reconocido pedagogo, ¿cree usted que las enseñanzas musicales están bien planteadas en nuestro país?

Quizá la pregunta no debería ser únicamente si las enseñanzas musicales están bien planteadas. El asunto de fondo es de mucho más calado. El nivel de la enseñanza de conocimientos generales ha descendido notablemente. Se han degradado hasta límites intolerables campos del saber como la Filosofía, la Literatura y las lenguas clásicas, todo ello bajo la excusa de “ir con los tiempos”, dando así cabida a asignaturas que reportan resultados prácticos e inmediatos. Los niños de hoy en día están acostumbrados a conseguir todo y rápidamente. El estudio del violín requiere conocimiento, técnica (= Arte) paciencia, reposo, introspección, tiempo… Quieren “descargar” en su cerebro conocimientos a la manera de un ordenador, y eso no es posible ni deseable.

¿Y la música clásica?            

Hay algo que tengo claro, lamentablemente, la música clásica no interesa a las altas esferas. Las enseñanzas musicales están diseñadas para “complementar” las enseñanzas “obligatorias e importantes de verdad”. Sin embargo, debemos observar que desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, la Música formaba parte del Quadrivium, junto con la Astronomía, la Aritmética y la Geometría. Por cierto, sería pertinente apuntar aquí que la Musa de la Música era hija, como todas las demás Musas, de Zeus y de Mnemosine, personificación de la memoria (tan injustamente atacada en nuestros días). En otro orden de cosas, me gustaría señalar que para el aspecto lúdico-amateur y divulgativo de la música no deberían “utilizarse” los conservatorios. Y si se hace, habría que crear más de una vía curricular a partir de un primer curso preparatorio: alumnos con capacidades especiales deberían poder tener acceso a una enseñanza más exigente (que su propio talento demanda) que desde edades tempranas les capacite para ser esos magníficos músicos que en su fuero interno ya desean ser, a veces sin saberlo. No se trata de segregar, sino de atender la diversidad. Esto es, también, atención a la diversidad.

Cambios…

A las enseñanzas musicales se les aplica una legislación farragosa y delega sobre los profesores una presión burocrática excesiva e inadmisible. La carga lectiva que soportan los alumnos es exagerada, tanto en el colegio como en el conservatorio. Los cursos cerrados son un error. Existe, asimismo, una fragmentación excesiva en diferentes asignaturas de especialidades que perfectamente podrían agruparse e integrarse. Por ejemplo, podrían impartirse Solfeo, Coro y Armonía/Análisis bajo un único epígrafe: Teoría y Práctica del Lenguaje Musical. Yo haría especial énfasis en la enseñanza instrumental especializada por edades. No todos los Maestros son los más indicados para todas las edades ni para toda la casuística del alumnado. La música de cámara debería ser parte esencial de la educación musical desde el comienzo. Para mí esto es innegociable.

Usted se ha formado en una de las universidades más prestigiosas del mundo, en cuanto a estudios musicales, Bloomington, en Indiana (EE.UU). ¿Qué aspectos del sistema estadounidense cree usted que serían aplicables a nuestro sistema?

Bloomington es mi segunda casa. Fui muy feliz en aquella época de mi vida y nunca he ocultado que me encantaría residir allí algún día. Desgraciadamente, la calidad y el alto nivel son posibles cuando un gobierno se preocupa por la música y colabora con mecenas y donantes. En EE.UU invierten mucho dinero en educación de alto nivel. La música en la Universidad tiene tanta importancia o más que cualquier otra carrera. Las instalaciones son idóneas para el desarrollo del conocimiento y el florecimiento de las cualidades artísticas de cada individuo. Los profesores tienen un reconocido prestigio y están entregados a su tarea en cuerpo y alma. Fíjese, cuando yo estudié allí, la facultad de violín estaba integrada por Miriam Fried, Franco Gulli, Mimi Zweig, Yubal Yaron, Nelli Shkolnikova, R. Dubinsky… Y mi adorado Maestro, Mauricio Fuks. Ese era el nivel. T. Tsutsumi, J. Starker, G. Sebok, M. Pressler, E. Naoumoff, A. Arad eran referentes para mí también. Los profesores tienen libertad de movimientos y es un honor para la institución que salgan de la Universidad, den conciertos, clases magistrales, charlas, dentro y fuera de EE.UU. Aunque hay burocracia también, es sin duda menor que aquí. En España hay muchas restricciones y trámites para poder conseguir un permiso de unos días y poder dar conciertos o clases magistrales, porque afecta a los alumnos… Y claro que les afecta: ¡positivamente! Por otra parte, la música de cámara y orquestal tienen gran importancia allí: grupos de cámara en residencia, grandes producciones sinfónicas y de ópera, varias orquestas dentro de la universidad. Es envidiable, la verdad. Los programas de lo que aquí sería un Pregrado son también de altísimo nivel y son la cantera de los futuros artistas que estudiarán en la Universidad.           

¿Cuál de todos sus maestros le ha marcado más y por qué?

Todos han tenido una gran influencia sobre mí. Y me alegra que así sea. De todos he podido extraer enseñanzas y experiencias trascendentales que me han hecho mejor músico y persona. Antonio Arias fue un grandísimo pedagogo e intérprete zamorano, de la escuela violinística franco-belga, con una poderosa capacidad analítica y científica acerca del estudio del violín. Estudió con M. Crickboom, alumno de Ysaÿe. Me marcó muchísimo. Posteriormente pasé a estudiar con Víctor Martín. Era un grandísimo intérprete y tenía un talento innato para el violín: uno de los sonidos más bellos que recuerdo. No cesaba de observar cómo tocaba en las clases y me preguntaba: ¿cómo lo hace? Uno de sus maestros fue J. Szigeti, violinista húngaro de la vieja escuela a la que adoro. Fue Víctor Martín quien me presentó a Mauricio Fuks, mi último y actual Maestro. Sigo tocando para él y aprendiendo. Es impresionante, no tiene fondo. Su capacidad para extraer del estudiante todo su potencial y darle lo que necesita en cada momento es algo que nunca vi hacer a nadie. Y lo hace sin que apenas te des cuenta. A la vez, es sencillo y profundo en sus observaciones en clase. Su manera de integrar el aspecto fisiológico del estudio del violín con el puramente musical (éste como consecuencia de aquél), es para mí de suma importancia y cambió mi perspectiva del violín en muchos aspectos. Como él mismo dice: “Para ser un gran artista es imprescindible ser antes un magnífico artesano”.                                               

¿Hay algún violinista con quien se sienta particularmente identificado?

Sin duda alguna. Todos tenemos referentes, ideales, violinistas favoritos según el repertorio que interpretan. Tengo que confesar que los violinistas e instrumentistas en general de la primera mitad del siglo XX captan y ganan toda mi atención. No es nostalgia por cualquier tiempo pasado, no. Fue una época dorada del violín, determinada por el hecho de que cada uno de ellos sonaba diferente y era perfectamente identificable. Cada uno tenía una voz única, caleidoscópica y preciosista. Ysaÿe, Sarasate, Oistrakh, Szigeti, Milstein, Szeryng, Powell, Thibaud, Menuhin, Ida Haendel, Hassid, Ricci, Elman, Seidel, Stern, Ferras, Sedano, Quiroga… He pasado por períodos intensos de adoración musical a todos ellos, pero no puedo dejar de nombrar a J. Heifetz, también maestro de Mauricio Fuks, y a Fritz Kreisler, mis favoritos. Me da muchísima pena que muchos artistas jóvenes no conozcan en profundidad a todos estos intérpretes, que no los escuchen a diario y sean su fuente de inspiración. Desde luego que hay intérpretes modernos que me encantan: Frank-Peter Zimmermann, Karen Gomyo, Leonidas Kavakos, Julia Fischer, mi querido Noah Bendix y otros. Son personalidades artísticas de primerísimo nivel.

El equilibrio entre las dos actividades siempre es algo complicado, ¿cómo es de importante a su criterio, que un buen pedagogo sea además un reconocido intérprete?

Vayamos por partes. Cuando nos sentimos inclinados a tocar un instrumento no pensamos en convertirnos en grandes profesores, sino en salir a un escenario y darnos al público. La faceta de intérprete tiene algo de innato que no se puede enseñar, pero sí potenciar. De la misma manera, la faceta de pedagogo tiene mucho de vocacional que no se debe imponer. Ambas facetas son complementarias, compatibles y enriquecedoras a partes iguales. La pedagogía es un arte, ya que su objeto de estudio es el ser humano, pensante y creativo, y ayuda a éste a desarrollar una libre expresión de su personalidad. El intérprete es aquel que ordena, concibe o expresa la realidad musical de un modo personal. Ambos son artistas para mí. Hay clichés que suelen atribuirse a uno y otro: planificación, conocimientos, mente analítica, prudencia y otros al pedagogo; improvisación, intuición, práctica, liberación, locura y otros al intérprete. En mi opinión esto no es así. Son cualidades intercambiables. Ambos, pedagogo e intérprete, tienen una buenas dosis de ego que deben aparcar en beneficio del estudioso al que enseñan (persona que demuestra entrega y afición al estudio; mejor que el mero “estudiante”) y del compositor que interpretan. Con un exceso de ego no puede haber comunicación con el público ni receptividad al mensaje de la partitura, de la misma manera que nos sería imposible captar el mensaje que el alumno quiere hacernos llegar.

Esta es una reflexión muy interesante…

Gracias. Y prosigo, ya que un Maestro debe ser alguien con las ganas de aprender de un estudioso, un sabio, alguien que aporte al alumno conocimientos, sensibilidad, humanidad y espiritualidad. Tiene que instilar en el alumno el deseo de obtener una cultura vasta, a través de todos los medios que el ser humano tiene a su disposición. Esto puede hacerse a través de la pedagogía o de la interpretación en público. Lo importante es mantener el equilibrio entre ambas facetas. Los antiguos decían: “In medio virtus est”. Cuando hablo de equilibrio no me refiero a repartir la energía al cincuenta por ciento entre las dos actividades, sino a que una de ellas complete la otra, de manera que nuestras experiencias, exportables al alumno, sean de naturaleza muy diversa. No importa la cantidad de alumnos sino la calidad de tu trabajo. No importa cuántos conciertos tienes al año, sino la honradez y la disciplina en la preparación de cada uno de ellos. Ser Maestro supone un gran sacrificio. Como dice Mr. Fuks: “Hay que estar ahí”.

Está claro que ambas facetas no tienen por qué estar presentes a la vez…

Una cosa está clara: si no te gusta la magia del contacto con el público no tiene sentido insistir en esa faceta. De la misma manera que quien rehúye el contacto con los alumnos debe ser apartado inmediatamente de la enseñanza. Tenemos que ser conscientes de que un mal pedagogo causa más daño que un mal intérprete. Y por supuesto, se necesita una dosis añadida de talento y control mental para poder afrontar esa auténtica metamorfosis que supone el paso de una faceta a otra. Estamos en un momento delicado. Se ha denostado mucho la figura del idolatrado maestro decimonónico y nos hemos pasado al otro extremo: cuantos más maestros, mejor. Y si pueden ser tres, mejor que dos. No estoy en absoluto de acuerdo. Y muchos estudiantes lo hacen guiados por los padres. Un maestro no debe ser nunca un coach, alguien que da consejos, cuenta anécdotas a alumnos de aquí y allá. Ese tipo de maestro jamás podrá ofrecer lo que un maestro de vocación puede dar. En un momento delicado de salud, mi maestro M. Fuks tuvo que ejercer la pedagogía postrado en una cama aquejado de graves dolores de espalda. He ahí un ejemplo extremo de disciplina y de entrega a sus estudiantes. Y Heifetz relataba en una entrevista que él no estudiaba más de cuatro horas, entre otras cosas porque en la vida hay muchos más alicientes que el violín: jugar al tenis, pasear, conducir tu coche, leer… De la misma forma, era tan humilde, que el ilustre violinista Aaron Rosand cuenta que, escuchando a Heifetz detrás de la puerta, estudiaba tan lentamente que la pieza era irreconocible. Repetía cada glissando diez o veinte veces, deteniéndose en cada detalle. Esto es un ejemplo de la disciplina del intérprete y del equilibrio mental perfecto. Concluyendo, Oscar Wilde decía: “hay dos maneras de aborrecer el Arte: una es aborrecerlo, tal cual. La otra es que a uno le guste de manera racional”. Quizá sea esta una máxima que englobe, dicho por un genio, mi concepto de equilibrio entre enseñar e interpretar.

Gracias por su tiempo, ha sido un placer y muy instructivo.

por Blanca Gallego

www.facebook.com/alfredo.garciaserrano.1

Foto: Alfredo García Serrano, violinista que disfruta actualmente de una intensa carrera como pedagogo y concertista.
Crédito: Juanma Guzmán / © Pepitadepepon

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