Ravenna, la hermosa, refulgente y laberíntica Rávena cuyos pies casi moja el Adriático, epicentro ineludible del arte bizantino y paleocristiano, donde descansan los restos del “sommo poeta” Dante, rodeada por el primitivo fulgor de las primeras iglesias y el cegador brillo de sus mosaicos, siempre con el mayestático Pantocrátor mirándonos desde las alturas. Así transcurre entre este entorno privilegiado e único el Festival de Ravenna, que en su mes y medio de programación, aparte de una oferta patrimonial, turística y cultural difícil de igualar, nos brinda un menú musical rico y variado, capaz de seducir a todo tipo de oyentes.
“Vengo del sitio al que volver deseo; amor me mueve, amor me lleva a hablarte”
(Dante, La Divina Comedia)
Por narices, hablar del Festival de Rávena es tener que mencionar a esa leyenda que es Riccardo Muti, que aparte de ser el encargado de dar el pistoletazo de salida al certamen el pasado 31 de mayo junto a la chavalería que tanto lo idolatra, es, sin duda, una sombra muy alargada del Festival desde que se fundara en 1990 (su esposa Cristina también ostenta labores honoríficas). De manos de la hija de Piero Capuccilli, tras el concierto inaugural, el maestro recibió una placa de la Fundación que lleva el nombre del legendario barítono. En su improvisado discurso en mitad del vestíbulo, Muti, aparte de rememorar divertidas anécdotas parisinas con el intendente Rolf Liebermann y añorar unos tiempos en que las cosas se hacían de otra manera, se refirió a sí mismo con un ser “en vías de extinción”, superado por los tiempos que aún le toca embestir. Con añoranza recordaba cuando la primera vez que iba a dirigir en la Scala se sentó él mismo al piano con los cantantes un mes antes del estreno. “Provare, provare e provare” repitió, algo que “hoy ya no existe”, sentenció.
Il commendatore
Y eso es precisamente lo que el maestro hace con los chavales de la Orquesta Giovanile Luigi Cherubini, ensayar y trabajar con ganas, con pasión y con mucha ilusión, para ofrecer finalmente un resultado musical sobresaliente, pues con su hechicería curtida en mil batallas consigue hacer sonar esa orquesta joven con una entidad, un fervor y una entrega que ya quisieran muchas agrupaciones profesionales. Tras una rugiente y musculosa Obertura Coriolano, otro aventajado jovenzuelo, el violinista Giuseppe Gibboni, ofreció un arrebatador despliegue virtuosístico y expresivo en el Cuarto de los Conciertos de Mozart (KV 218), aferrado a un soberbio Allegro inicial donde desplegó una variada paleta técnica en los exigentes trinos, arpegios y notas picadas.
Ese esquejo del tronco toscaniniano que tan bien personaliza Muti, consiguió una firmeza rítmica deslumbrante en una Séptima de Beethoven marcada a fuego. Aún está en plena forma física el napolitano, sin renunciar incluso a dar indicaciones casi a ras de suelo, siempre pendiente de sus cachorros, que respondieron técnicamente a la perfección ante las exigencias de un palpitante Allegro con brio llevado con la lengua fuera hasta el final. Entusiastas vítores para todos con un público completamente entregado. ¡Qué nunca se apague la llama!
Bajo el fulgor de las teselas
Para celebrar los 500 años del nacimiento de Palestrina y el 90 cumpleaños de otro compositor muy influido por el soplo divino, como es Arvo Pärt, se ofreció un concierto donde las celestiales consonancias del italiano se enfrentaron a las terrenales disonancias del estonio, fusionadas por las mejores voces que uno pueda imaginar (unos sobrehumanos Tallis Scholars) sobre el mejor escenario soñado posible, el altar de la basílica de San Vitale, esa Capilla Sixtina del arte bizantino, donde uno puede llegar a sentir la mirada de Justiniano y Teodora emergiendo de entre sus mosaicos.
La vista y el oído convertidos en un solo sentido capaz de transportarnos a otra dimensión. El pasmo extático, el majestuoso canto, la armonía, el equilibrio, el poder del basso continuo, la consonancia de las escalas mayores y el paraíso celestial de Palestrina (maravillosa Missa brevis), mezclado con las conflagraciones existenciales, los modos menores, el obsesivo ostinato (Which was the son of…), las resonancias organísticas (Nunc dimittis) y esa búsqueda constante del halo divino de Pärt. Para toda la vida.
por Javier Extremera
www.ravennafestival.org
Foto: El maestro Riccardo Muti, un grande de la dirección de orquesta de todos los tiempos que capitanea el Festival de Ravenna.
Crédito: © Marco Borrelli