Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo ENERO 2014 - Núm. 870

WAGNER: La walkiria.

O´Neill, Tomlinson, Kowaljow, Meier, Stemme. Orquesta del Teatro de la Scala / Daniel Barenboim. Escena: Guy Cassiers.
Arthaus, 101694 (2 DVDs)



La crítica

Una Brunilda para la historia 

La impaciencia es mala; cuando recibí esta caja no pude resistir la tentación de hacer eso que los discófilos solemos hacer muchas veces y que, en más de un caso, no deberíamos hacer: picar un poco de aquí y de allá, antes de iniciar una escucha y visionado serios. “Piqué” en el primer acto y la escena final, dos partes que, por otro lado, los mismos directores suelen segregar de la ópera completa para sus conciertos. Sentí cierta decepción; en los dos casos me pareció que Barenboim, al que le he escuchado el primer acto suelto en varias ocasiones en versión de concierto, no estaba a la altura. Eso sucedía un par de semanas antes de abordar la escucha completa.

Además acudía a esta Walkiria  con cierto recelo: ¿cómo estaría la puesta en escena, tras la para mí floja de El oro del Rin (ver RITMO de octubre, pág. 77)? ¿Cómo respondería la Meier a una nueva Siglinda? ¿Qué se podía esperar del Segismundo de Simon O´Neill? ¿Y del Wotan del tal Vitalij Kowaljow, tras la “espantada” de René Pape? Etc.

En esta primera jornada, la puesta en escena ha sido excelente. Rodó de manera brillante y de forma perfectamente engrasada en la función que encierran estos dos DVDs, celebrada el 7 de diciembre de 2010. Pero buena parte del buen funcionamiento se debió a la magia, habría que decir, de un Daniel Barenboim que dio una lección de humildad y genialidad simultáneamente solo propia de un maestro antidivo y solidario al cien por cien con los cantantes, a los que transportó en volandas a través de un lecho orquestal maravilloso, pero a veces aparentemente poco espectacular por la renuncia expresa a su protagonismo en beneficio de ellos (de los cantantes-actores). Dicho de otra manera: esta Walkiria es la antítesis de la de Solti, la más grande realizada en un estudio de grabación, pero seguimos sin saber qué sucedería si Barenboim estuviera en el estudio, porque lo que siempre le hemos escuchado cuando dirige óperas completas de Wagner son tomas de funciones, y ahí las cosas son diferentes.

En esta versión Barenboim templa ritmos y distribuye las temperaturas dramáticas que establece la orquesta (como es regla wagneriana imprescindible), pensando a cada segundo para quién está dirigiendo. El primer acto resulta bastante lírico, inhabitualmente lírico en el director argentino, pero es que el material humano con el que cuenta en escena es el que es: una soprano en la cima de su capacidad creativa, pero con claros síntomas de envejecimiento vocal; un tenor que no tiene el más mínimo problema para darlas todas, pero no ya tanto de creérselas, y un bajo que nunca fue un matizador, cuya envergadura escénica acongoja, pero también en su ocaso vocal. O sea, Waltraud Meier, Simon O´Neill y John Tomlinson. La Meier tiene problemas en la zona grave (no así por arriba), con cambios de color importantes, pero sigue siendo una Siglinda absolutamente prodigiosa. Claro, cuando en el foso está un director tan buen amigo, es decir tan dispuesto a renunciar a tempi brillantes o efusiones apasionadas, para regalar al personaje mucho, mucho amor. A O´Neill Barenboim le deja suelto; no hay más en este espléndido cantante; ha tenido la mala suerte de coincidir en tiempo de carrera con ese monstruo llamado Jonas Kaufmann, el mejor Segismundo de hoy con diferencia. En cuanto a Tomlinson… toda una vieja gloria. El resultado en el primer acto es, con todo esto funcionando, raro, para la batuta de que se trata. Pero un espectáculo de la música en vivo como pocos se puedan disfrutar en este momento.

Segundo acto

En el segundo acto Meier está mucho mejor; soberbia, para entendernos. La Siglinda embarazada y pronta a la viudez adquiere con Barenboim una dimensión sobresaliente, que la Meier secunda con un grado de entendimiento con el director musical (o sea, de quien en realidad nos está contando lo que le pasa por dentro a esta mujer maltratada por la vida que de pronto ha encontrado a su gran amor) absolutamente fuera de lo común. Y para más regalo para nuestra sensibilidad y amor a esta música única e irrepetible, para cuando nos estamos muriendo de pena por las cosas que le pasan a la desdichada Siglinda, ya hemos tenido la oportunidad de desarrollar nuestros bajos instintos con ese personaje odiosamente egoísta, dictatorial y conservador que es Fricka, una Fricka que en la garganta de Ekaterina Gubanova nos hace olvidar a la maravillosa Doris Soffel en el prólogo. Ya es mucho. También ha aparecido ya Wotan. Miedo daba esto. Pero vaya, tampoco fue para tanto: Kowaljow, cuatro años más joven que Pape, no es un mal Wotan; tiene las notas, la voz no es inapropiada para el rol y actúa notablemente. Le falta la dimensión de los grandes, y en este momento está bastante lejos de Pape, en todo. Para entonces (la exhibición de Waltraud Meier en la tercera escena), digo, ya habíamos conocido a Wotan. Pero también a la cantante que para mí marca la diferencia de verdad en esta versión, una Nina Stemme para la que no tengo palabras de elogio, salvo si digo que, atención, estamos ante la más completa Brunilda de nuestro tiempo. ¡Y hay que ver cómo le funciona la batuta a Barenboim con esta señora!   

Dimensión en la concepción del personaje (hermosura, grandeza, unicidad, autoridad, etc.), belleza tímbrica, fraseo limpio y natural (nunca forzado por la terrible escritura), técnica perfecta, dicción exacta, homogeneidad milagrosa en el recorrido de la tesitura (en toda la gama dinámica), volumen preciso y necesario en cada momento, etc., son algunas cualidades de esta cantante que ha llegado al momento ideal de su carrera, no otro que esta soberana Brunilda, para mí, lo más grande esta versión.

Una versión que, en todo caso, tiene cosas muy grandes (insisto: un soberbio segundo acto) y otras que, a mí me parece, debido a determinadas circunstancias, no la sitúan en una cima inalcanzable. Por ejemplo, en la escena final Barenboim renuncia a la tinta negra, a la rotundidad en el tratamiento de los metales, para convertir la escena toda en el último acto de amor (que no de ira y venganza) de la ópera. Loge vuela el cielo para traer el fuego del autocastigo, pero a Barenboim le interesan más las dulces melodías de las cuerdas, aquí de un inusitado terciopelo. ¿Se pone así de lírico porque quiere o porque su Wotan no puede con más orquesta? Me queda esta duda, pero en todo caso, tras la escucha de la escena como final, y no fuera de la ópera, mi primera impresión quedó disipada: añoro los metales (sobre las últimas palabras de Wotan) de un Kna, de un Klemperer, ¡de un Solti!, pero ¡Dios, cuánta belleza y cuánto amor hay en el final de Walkiria de esta versión! ¿No es, acaso, lo que quería Wagner en esa relación paterno-filial imposible entre Wotan y Brunilda?

Pedro González Mira 

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