Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo JULIO-AGOSTO 2013 - Núm. 865

WAGNER AT THE MET.

Representaciones legendarias desde el Metropolitan Opera.
Varias obras e intérpretes (Detalle en la crítica).
Sony, 88765435042 (25 CDs) 



La crítica

THE GOLDEN AGE

El todopoderoso Metropolitan se une al Bicentenario, agarrado a un plumero prodigioso con el que desempolva históricos registros radiofónicos, que escapan con fuerza renovada del mundo de las sombras, gracias a un milagroso trabajo de restauración (ejemplar ecualización). 25 CDs que albergan nueve óperas (algunas podadas), en grabaciones que van de 1936 a 1954, en la que fuera denominada como la Edad de Oro wagneriana del coso, por el que pasaron los nombres forjados en leyenda de Hotter, Varnay, Flagstad, Melchior, London, Lawrence, Thorborg, Schorr, Vinay o Schöffler (el librito incluye impagables fotos caracterizados). Eso sí, hay que cambiar el chip y no obsesionarse con la orquesta a fin de entregarse por entero a la gloriosa resurrección vocal.

El Holandés de 1950 (él solo se basta para recomendar fervientemente este cofre) habrá que incluirlo ya en el privilegiado manojo de lecturas de referencia. Dirigida con fuego y nervio (de esos de mantener en ascuas al oído) por ese Fritz Lang de la batuta que fue Reiner (con él la tensión jamás decae), este nuevo relavado aparta de un manotazo la anterior restauración de Naxos (ya sin ruidito de fondo). Con Bayreuth aún enmudecido, hacía su debut en la tierra de las barras y estrellas el Dios Hotter, que ya metido en los 40 luce una esplendorosa grafía vocal, sentando magisterio como siniestro marino (solo George London es capaz de aguantar su envite). Soberbia y reverencial la Senta esculpida en jaspe de la Varnay (potentísima Balada) sumada a un reparto donde no desentona nadie (ni el Timonel). Espectacular el choque de trenes del II Acto, donde ambos entran abrazados al parnaso interpretativo (puro deleite).

Tampoco había constancia de los Maestros que el húngaro firmó en 1953 (buen sonido, pero con dolorosos tajos, incluso en la Canción del premio o en el discurso final) llevados fusta en mano, pero con sentido del color y humor, en un ejercicio de claridad y sapiente discurso. Victoria de los Ángeles es una Eva de fina porcelana e impoluta dicción (más niña que mujer). Pese a sus años, la imantada presencia de Schöffler (aquí un vejete entrañable) vuelve a sentenciar que estamos ante uno de los más grandes Sachs del siglo XX. Al rudo Walther de Hopf  le falta agilidad y frescura, perdiendo brillo y sutileza en el registro medio, pese a que su agudo posea un varonil encantamiento.

El aplaudidísimo Tannhäuser (1954) del comunicativo Szell (versión original del estreno) posee una dirección (más cinematográfica que teatral) de sonoridad algo idealizada, donde la belleza acaba adornándose con más belleza (como arreglar flores en un florero). Fiel a su estilo (difícil encontrar un borrón en esa escritura convertida en caligrafía), el húngaro rellena su batuta de sentimentalismo, cogiendo suspiros casi místicos, dominador en el arte de crear atmósferas. Vinay recrea un bello Tannhäuser repleto de tierna hombría (ese mismo año triunfaría cantándolo en Bayreuth junto al tándem Keilberth-Wieland). La fornida Venus de la Varnay (un animal enjaulado) y el vozarrón del enorme Wolfram de George London dan relumbre a esta histórica velada.

La carnosa figura de Melchior acaba haciéndose dueño y señor de esta recopilación. Cuatro personajes que moldeados por sus prodigiosas cuerdas vocales entran atronadoramente en el Valhalla discográfico. No sabemos si el danés nació para inventar el término Heldentenor, o fue el propio término el que propició su alumbramiento, que lo convertiría en el más grande tenor (¿solo wagneriano?) del siglo pasado. Su naturalidad, embaucadora emisión, inhumano legato, sobrecogedor agudo y ese arremolinado estallido de energía producen el mismo efecto que mirar al sol. Mientras el mundo se desangraba, el supertenor (ya maduro, pero en plenas facultades) recitaba un poético Lohengrin (1943) bajo la elástica concepción de Leinsdorf (nunca le entraban las prisas). Para definir su caballero cisne podríamos valernos del coro inicial cuando vocifera eso de: “¡Qué prodigio! ¡Se ha obrado un milagro nunca oído, nunca visto!”. El complemento femenino era una esmaltada Varnay de apenas 25 años (saltan chispas en el dormitorio nupcial). Descubrimos para el disco el Tristán de 1938 (sin cortes, pero con peor sonido) firmado por Bodanzky, toda una férrea personalidad wagneriana en el Met al que sólo le quedaba por entonces un año de vida. Uno se echa las manos a la cabeza cuando lee que tanto la Flagstad como Melchior y List (enternecedor Marke) se habían cantado un Parsifal el día anterior. Lo de “plenitud vocal” se empequeñece brutalmente ante estos portentos de la naturaleza. Un producto solo para devotos coleccionistas.

El Anillo retrocede en el tiempo, arrancando en 1951 (ya en la era del mandamás Rudolf Bing) y terminando con el Ocaso de 1936. Nunca antes comercializado es el magnífico Rheingold (sin cortes) del austríaco Fritz Stiedry, uno de los protegidos de Mahler (como Bodanzky) en su etapa neoyorquina. Dos meses después de su debut en la casa, Hotter daba vida (como si la suya le fuera en el empeño) al Wotan referencial, en lo que sería un engrase de maquinaria antes de volar a Bayreuth para convertirse en crucifijo wagneriano. No ha habido otro Wotan que se pueda igualar al suyo, que aquí reluce esplendoroso, henchido de frescura vocal y claridad en el agudo, en lo que es sin duda una de las más perfectas recreaciones wagnerianas registrada por el disco. Cuando uno le escucha surge el problema: tus oídos ya no quieren oír otro. Chispeante y desvergonzado el Loge de Svanholm. La voz hercúlea de Melchior también aparece como Siegmund en la Walküre de Leinsdorf (1940, con cortes en los dos últimos actos), de chisporroteante sonido. Irrepetible su plusmarca mundial cuando se lanza ante los dos “Wälse” del primer acto, que le duran 13 y 12 segundos respectivamente. De otro mundo. Su infatigable voz da vida a un fogoso Sigfrido en las siguientes jornadas (espeluznante en la fragua). No tiene precio ver desemperezarse a la durmiente Flagstad al final de Siegfried. La malograda Marjorie Lawrence (también Sieglinde en Walküre) se ocupa de su primera Brünnhilde en el tijereteado Ocaso (de frustrante sonido), unos años antes de que la polio le obligara a dejar los teatros. Esta representación entraba galopando en la posteridad puesto que la ex granjera australiana saltaba a la llameante pira de la escena final a lomos de un equino (para comprobarlo ver el melodrama Melodía Interrumpida de Curtis Bernhardt, inspirado en su biografía).

Muchos despacharán estos registros como paleolíticos, malsonantes, polvorientos y carentes de modernidad. Algo así como tachar al cine mudo o la poesía de Homero de antigualla demodé, cuando es precisamente su elevado peso histórico lo que da valor y magnificencia a estos áureos documentos que consiguen el milagro de recrear el pasado en el presente. Graníticos monumentos inmunes a la erosión y al paso del tiempo, ideales para ser expuestos en las vitrinas del museo de nuestra casa.

J.E.

Detalle de obras e intérpretes:
Der Fliegende holländer (1950). Hotter, Varnay. Svanholm, S. Nilsson – Reiner. Tannhäuser (1954). Vinay, Varnay, Harshaw, London – Szell. Lohengrin (1943). Melchior, Varnay, Thorborg, Sved – Leinsdorf. Das Rheingold (1951). Hotter, Svanholm, Davidson, Harshaw – Stiedry. Die Walküre (1940). Huehn, Flagstad, Melchior, Lawrence – Leinsdorf. Siegfried (1937). Melchior, Flagstad, Schorr, List – Bodanzky. Götterdämmerung (1936). Melchior, Lawrence, Hofmann, Schorr – Bodanzky. Tristan und Isolde (1938). Melchior, Flagstad, List, Huehn – Bodanzky. Die Meistersinger von Nürnberg (1953). Schöffler, Hopf, De los Ángeles, Pechner – Reiner.

 

1640
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